Capítulo.1: Huyendo del infierno

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El eco de las botellas rotas se mezclaba con el sonido de la lluvia que arremetía contra las ventanas. Clara avanzaba sigilosa por el pasillo, el corazón latiéndole con la misma furia que la tormenta que rugía fuera de la casa. Su padre, tambaleándose y murmurando incoherencias, estaba hundido en el sofá, rodeado por el caos de su propia destrucción.

Al abrir el armario, encontró su mochila y comenzó a llenarla con lo esencial: unas mudas de ropa, su cepillo de dientes y su laptop. Cada artículo era una mezcla de recuerdos y tristeza. Pero había algo que no podía dejar atrás.

En la pared opuesta, colgaba una fotografía enmarcada. Era una imagen antigua de su madre, capturada en un momento de felicidad que Clara apenas recordaba. La fotografía mostraba a una mujer joven, con una sonrisa cálida y ojos llenos de vida, sosteniendo a Clara en sus brazos. La imagen era un testimonio de tiempos mejores, una pieza de su pasado que se resistía a desvanecerse.

Clara se acercó a la foto, su corazón apretado por el dolor y el amor. La imagen era un recordatorio de lo que había perdido y de la mujer que había amado y llorado en silencio. Sus dedos temblorosos se deslizaron por el marco dorado, susurrando una promesa silenciosa a la memoria de su madre.

Con cuidado, descolgó la foto de la pared y la colocó en su mochila, envolviéndola en una bufanda para protegerla. El peso del marco, aunque ligero, se sentía como una carga emocional, una conexión tangible con el pasado que dejaba atrás. Era un símbolo de la esperanza que su madre le había dado, y de la promesa de que encontraría un futuro mejor.

Mientras Clara cerraba la mochila, sus ojos se llenaron de lágrimas. Sabía que no podía llevar consigo todo lo que había dejado atrás, pero esa foto era lo único que podía llevar consigo para recordarle la fuerza que su madre había sido, y el amor que la mantenía en pie.

—¿Qué demonios estás haciendo? —gruñe su padre al verla recoger sus cosas.

Clara no responde. Continúa guardando sus pertenencias, intentando bloquear el veneno que emana de su voz. Cada palabra, cada insulto, se siente como un eco de noches anteriores.

—Te estoy hablando, Clara. ¡No te atrevas a ignorarme! —El hombre se levanta bruscamente, pero trastabilla y casi cae.

—Me voy —responde Clara con la voz baja, pero firme.

Su padre ríe, una risa amarga que resuena en la pequeña casa.

—¿Irte? -Se burla—. ¿A dónde vas a ir? No tienes a nadie, Clara. Nadie te quiere, igual que a tu maldita madre.

Las palabras la golpean como un puñetazo en el estómago, pero Clara ya ha aprendido a soportarlas. Aun así, no puede evitar que su voz tiemble al responder.

—Voy a estar mejor lejos de ti.

Su padre se acerca, tambaleándose hasta casi quedar frente a ella. El olor a alcohol es asfixiante, y su rostro, torcido por la ira, parece más envejecido de lo que realmente es.

—¿Mejor? ¿Crees que puedes escapar de esto? —extiende los brazos señalando la casa, un gesto que parece tan vacío como sus promesas pasadas—. Eres una inútil, igual que lo fue tu madre. Siempre lloriqueando, siempre queriendo más de lo que le tocaba.

—No te atrevas a hablar de mamá así —dice en voz baja, mirándolo a los ojos.

Su padre se detiene, sorprendido por la firmeza en su voz. Pero la sorpresa dura poco, y su rostro se retuerce en una mueca de desprecio.

—Tu madre era una cobarde —gruñe—. Y tú eres igual. Piensas que puedes irte, que puedes olvidarte de todo esto, pero volverás. Siempre vuelves.

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