ℂ𝕒𝕡í𝕥𝕦𝕝𝕠 13 : 𝔻𝕒𝕖𝕞𝕠𝕟 𝕋𝕒𝕣𝕘𝕒𝕣𝕪𝕖𝕟

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Hojeó los pergaminos de Visenya.

Números y operaciones que estaban más allá de su mente. Dudaba que el maestre más inteligente de la Ciudadela pudiera hacer cosas como éstas, al menos por las reacciones de Gerardys y Vaegon desde que Visenya aprendió a escribir –mejor dicho, cuando los se despertaron al escribir antes de caminar. También había dibujos de espadas, dagas y armaduras; bolas con mechas y medidas de pólvora.

Intereses extraños para una princesa se siete onomásticos.

No es que a Daemon le importe.

También había dibujos de joyas, lo que le recordó que había escuchado a Visenya preguntar a Rhaenys sobre comercio de metales y piedras preciosas. ¿Su luz de estrellas tenía aviones para hacer negocios?

El último pergamino tenía dibujos de extrañas armaduras volando, rojas y doradas, azules, grises. Había caritas sonrientes, pequeñas arañas y papas entre huecos, y el número tres mil se repetía por todas partes. Daemon tuvo la impresión de que este trozo de pergamino tenía más significado que todos los demás.

— Me quedo con éste —anunció, dejando el paquete de pergaminos en la mesa y acercándose a su hija para mostrarle lo que agarró.

— Está bien, aunque sólo son garabatos —Visenya lo miró con curiosidad.

Daemon le pellizcó la nariz y se sentó en la silla vacía cerca de ella.

Metió el pergamino, tras doblarlo con cuidado, en un bolsillo interior de su jubón. Más tarde lo guardaría con los pergaminos que contenían las primeras palabras escritas de sus hijos, así como algunos dibujos.

Rhaenyra le lanzó una mirada cómplice desde donde estaba inclinada sobre Visenya. Su esposa estaba concentrada, adornando el cabello de su hija con perlas y turmalinas; quien más extrañaba el cabello largo de Visenya era Rhaenyra, y le molestaba que la gente pudiera criticarla por su apariencia desprolija –no que alguien que no fuera la familia y los sirvientes de confianza pudieran verla, obligado como estaba a permanecer en su habitación hasta curarse lo suficiente.

A Visenya no podría importarle menos, su apariencia nunca había sido un interés particular, siempre dejando que Rhaenyra la tratara como una muñeca. Ella siempre trataba de complacer a su madre hasta en las cosas más pequeñas y mundanas.

La niña de mamá.

Daemon le entregó un pastelito de moras a su hija.

Su pequeña dragona estaba sentada cerca de la terraza, desnuda de la cintura para arriba, cubierta por enfrente por una cortina de madera que le llegaba al cuello. Cuando Visenya fue autorizado para pasar períodos de tiempo sentado, Vaegon no tardó en mandar a construir la cortina y Viserys ordenó que la tallaran bellamente y le agregaran incrustaciones de joyas.

Cómo si eso fuera suficiente para perdonar el hecho de que fue su mestizo mayor quien provocó las quemaduras de Visenya.

Aegon ya pagó su parte con su mano, dejamos que el asunto termine aquí , había alegado Viserys. ¿Qué pérdida podía ser una mano cuando nunca tuvo verdadera importancia? El mestizo ni siquiera había sido hábil con la espada y, ya que nunca tendría un dragón, tampoco podía considerarse una dificultad para agarrarse a las riendas.

Daemon había ofrecido su propia sangre para asegurar que los hijos mestizos de Viserys no tuvieran dragones. Que esos mocosos los tuvieran sería un peligro para su esposa e hijos y ese era un riesgo que no estaba dispuesto a correr. Sin embargo, Rhaenyra, compasiva Rhaenyra, lo convenció de darles el beneficio de la duda.

Ningún huevo eclosionaría para los mestizos de Viserys a menos que fueran dignos.

Fue sorprendente que dos de ellos lo fueran.

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