Todo había comenzado a salir mal desde que Rhaenyra regresó a la Fortaleza Roja.
La reputación de Alicent estaba en duda, casi en el suelo debido a rumores viles que esa princesa puta había esparcido. ¿Quién más sino la puta mimada lo haría? No era coincidencia que el carácter de Alicent fuera criticado desde que Rhaenyra regresó.
¿Esa chica se sintió tan amenazada por Alicent que recurrió a movimientos bajos?
Y no era sólo eso.
Era el asiento que Viserys otorgó a Rhaenyra en el Consejo. Se suponía que ella iba a regresar a su isla abandonada de las manos de los Siete en cuanto alumbrara su nueva criatura incestuosa.
Era la pérdida de su sirvienta más devota y leal, esa pobre chica que fue tratada injustamente porque Rhaenyra y los suyos tergiversaron la situación. Alicent había estado en todo su derecho de conocer al nuevo engendro de Rhaenyra, de comprobar si era un bastardo como el engendro mayor o tan monstruoso como la chica maldita que Rhaenyra tanto adoraba.
Y era la humillación hacia Aegon, el rechazo de su primogénito. Alicent había tenido que morderse la lengua y proponer un matrimonio entre su hijo y la chica maldita de Rhaenyra, todo por el bien del reclamo de Aegon como su padre le había recordado. Había que hacer sacrificios y Alicent, una vez más, había estado dispuesta a hacerlo. Sin embargo, la puta se negó porque pensaba que su engendro era más valioso que su Aegon, que el verdadero heredero no era digno de su hija de ojos demoníacos.
Visenya Targaryen fue quien perdió el honor de convertirse en la esposa del futuro rey.
Aegon era decepcionante, admitía Alicent con dolor, pero era más de lo que Visenya Targaryen merecía. Además, toda mujer tenía que hacer sacrificios para prevalecer. Ahora esa chica nacida del pecado se perdería con el resto de su familia.
—Buenas tardes, madre —saludó su dulce Aemond en cuanto entró al Solar de la Reina.
—Buenas tardes, Aemond —lo invitó a acercarse.
Colocó una mano contra una mejilla suave, todavía con rastros de grasa de bebé, y admiró el rostro de rasgos Hightower que tenía frente a ella. Era una pena que sus hijos, excepto Daeron, nacieran con completa coloración Targaryen, pero ese era otro sacrificio. Un mal menor para un bien mayor. Al menos nadie dudaba que sus hijos fueran legítimos.
— ¿Y tus hermanos y hermana? Llamé por los cuatro para tomar juntos el té.
—Aegon debe estar siendo asqueroso en algún lugar.
—Aemond, no te expresas así de tu hermano, no es correcto.
—Disculpas, madre —su niño obediente bajó los ojos —. Helaena y Daeron están con nuestra hermana Rhaenyra y nuestros sobrinos, aprendiendo cómo tratar a las crías de dragón.
—No te referías así a esas… personas. Rhaenyra es tu media hermana, pero incluso eso es demasiado reconocimiento. Y esos niños no son tu familia, son monstruos salidos de los siete infiernos. ¿Entiendes?
Aemond la miró con grandes ojos por un momento.
Su inocente niño tenía expectativas positivas de Rhaenyra y los suyos, reforzadas por la caridad que habían hecho al darle a él y sus hermanos huevos de dragón. Pero todo era una ilusión, una estratagema tejida por Rhaenyra para acercarse a los hijos de Alicent para luego dañarlos.
— ¿Entiendes, Aemond? No puedes cometer el mismo error que tu hermana y hermano.
—Sí, madre.
Alicent ascendió y procedió a llamar a su leal caballero.
—Ser Criston, ve por la princesa Helaena y el príncipe Daeron, y tráelos a mí. No podemos permitir que sean influenciados por la puta y sus monstruos.
—Por supuesto, mi reina —él se inclinó y salió del solar, un caballero se comprometió a cumplir las órdenes de su reina.
Había tenido suerte cuando descubrió que Ser Criston compartía su opinión sobre Rhaenyra. El pobre había creído la farsa de la puta, pensándola una mujer virtuosa y libre de pecados. Como Alicent, sus ojos se abrieron cuando Rhaenyra escapó con Daemon Targaryen para hacer realidad sus deseos egoístas, uniéndose al hombre que era una amenaza para los hijos de Alicent.
Había creído que Rhaenyra realmente la amaba y se preocupaba por ella, que debajo de la incomodidad por el nuevo estatus de Alicent, Rhaenyra todavía la estimaba y le importaba su nuevo hermano. Pero no, Rhaenyra mostró a Aegon una amenaza desde su primera respiración; por eso se casó con el hombre que no dudaría en matar a su propia sangre.
Cuánto se había equivocado Alicent.
Cuánto tiempo había perdido, esos primeros años, pensando que Rhaenyra entraría en razón en algún momento y renunciaría a la herencia para regresarla a Aegon.
—Pero, madre, ellos necesitan aprender a hablar con sus dragones —Aemond dijo con preocupación.
—Tonterías. Esas bestias obedecerán a sus amos, es así como funciona con todos los animales. Y tus hermanos sólo necesitan aprender los comandos básicos, que el Gran Maestre puede enseñarles, no hace falta que conozcan más cosas aquí.
— ¿Estás segura?
—De lo contrario tu padre habría insistido más en tu educación valyria —negó con la cabeza.
El rostro de Aemond cayó con una expresión desanimada.
Su perfecto hijo sólo tenía un defecto, su interés en la cultura pagana de los Targaryen.
—No te desanimes, mi querido. Conocimiento valyrio o no, sigue siendo superior a los engendros de Rhaenyra. Helaena y Daeron tienen dragones ahora, tú y Aegon tendrán los suyos.
Suprimió una mueca por el bien de su hijo.
Alicent preferiría que sus hijos no tuvieran dragones, esas bestias peligrosas, pero entendía la importancia de ello, del simbolismo y el poder que agregaban a su causa.
— ¿De verdad lo crees, madre? Espero que mi dragón sea tan hermoso como el Tessarion de Daeron o tan único como el Boash de Helaena.
Ella no veía la belleza de la que Aemond hablaba, pero única era una palabra aceptable para los ojos lechosos del dragón de Helaena. Una pequeña criatura que parecía ciega, pero que su hija afirmaba que tenía la vista más aguda de todos los dragones vivos.
—Ahora háblame sobre cómo progresan tus estudios —tomó una galleta de un plato y sonriendo aparentemente a su precioso niño —. He leído el informe del Gran Maestre, pero me gustaría escuchar todos tus labios.
Su hijo se animó y comenzó su relación.
Si tan sólo Aegon fuera tan estudioso y dedicado como Aemond.
Si tan sólo Aemond hubiera nacido primero.
Tal vez la puta no se habría negado si el prospecto hubiera sido su perfecto Aemond.
Mató la idea al instante.
Si Visenya Targaryen no merecía a Aegon como esposo, ella ni siquiera merecía respirar el mismo aire que Aemond.
✨ฅ^•ﻌ•^ฅ✨
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**•̩̩͙✩•̩̩͙*˚ 𝓢𝓪𝓷𝓰𝓻𝓮 𝓮𝓷 𝓮𝓵 𝓪𝓰𝓾𝓪 ˚*•̩̩͙✩•̩̩͙*˚*
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