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Asha despertó en medio de la oscuridad, sintiendo una fría inquietud que la envolvía. La última vez que recordaba, estaba compartiendo recuerdos con Nain en la calidez de su cuarto, pero ahora se encontraba sola en un rincón helado y sombrío. La pregunta resonaba en su mente: ¿dónde estaba Nain?

Abrió los ojos y quedó pasmada ante la escena que se desplegaba ante ella. El frío cemento abrazaba las tres paredes de una celda opresiva. La única salida estaba custodiada por una puerta de rejas que dejaba entrever un pasillo oscuro y misterioso. Asha miró hacia arriba y vio que sus manos estaban atadas con cadenas. Las movió un poco para comprobar que no podía huir de allí.

—¿Estás despierta? —una voz ronca la sobresaltó.

Miró hacia la puerta, donde un hombre con un traje blanco y una camisa negra ajustaba sus mangas, dejando al descubierto antebrazos y puños manchados de sangre. Asha tembló al verlo.

—Estoy enojado, mi linda Asha —dijo el hombre, apretando la mandíbula mientras se acercaba a un lado de la celda—. ¿Cómo es posible que me engañes con algo así?

Dos hombres entraron arrastrando el cuerpo moribundo de Nain. Asha soltó un grito ahogado al ver su rostro desfigurado y lleno de sangre.

—Nain —susurró Asha, sintiendo un nudo en la garganta al ver su estado de debilidad.

La rabia la invadió al ver la brutalidad con la que lo trataban. El hombre de ojos dorados soltó una risotada que resonó en el frío espacio.

—¿Qué le has hecho? —gritó Asha, luchando por liberarse de las ataduras.

—Oh, no te preocupes, no le he hecho nada irreversible... aún. Pero eso podría cambiar si no haces lo que te digo. ¿Entiendes? —dijo el hombre, revelando una mueca sádica.

Asha asintió, su mente llena de miedo y determinación. Sabía que debía encontrar una manera de salvar a Nain y escapar de aquella pesadilla.

—Ahora entiendes, Asha, nadie más te puede tocar, solo yo —dijo el hombre, caminando hacia ella y tomando su mentón con firmeza—. Me perteneces.

Asha se sintió sofocada por sus palabras, el repudio y el deseo de vomitar la abrumaron. Movió su rostro con desesperación, pero el agarre del hombre se volvió más fuerte, más exigente. Cada palabra resonaba en su mente como una amenaza, envolviéndola en una sensación de vulnerabilidad.

—¡Basta! ¡Por favor, déjenlo! —suplicó Asha con lágrimas en los ojos, pero sus súplicas parecían caer en oídos sordos, pues los hombres continuaron golpeando a Nain despiadadamente.

El hombre de traje blanco se acercó a Asha y le susurró con voz amenazante:

—Recuerda, todo esto podría detenerse si cooperas. ¿O prefieres verlo sufrir más?

Asha tragó saliva, sabiendo que estaba atrapada en una situación peligrosa y que necesitaba encontrar una manera de proteger a Nain.

El hombre se inclinó hacia ella, inhalando el aroma que desprendía como una bestia. Asha se estremeció al ver cómo se acercaba, rozando sus labios hasta mordérselos. Quiso llorar de temor, pero se contuvo, sintiendo cómo la situación se volvía más amenazadora con cada segundo.

—Maldito, suéltala —dijo Nain con voz ronca y determinada, a pesar de la sangre y los golpes que lo maltrataban.

La situación se volvía cada vez más intensa, mientras la lucha por la libertad y la protección se intensificaba en ese rincón oscuro. La confianza de Nain se había convertido en su trampa al quedarse en el territorio enemigo. Esa mañana, más de diez hombres irrumpieron en su cuarto, destruyendo la puerta que él mismo había bloqueado.

Tomaron a la inconsciente Asha y la llevaron al calabozo, sin que Nain pudiera hacer nada para detenerlos.

Asha apretó los puños al ver cómo más hombres entraban en la celda. Un rugido la distrajo momentáneamente, y miró la celda frente a ella, sus ojos se abrieron con sorpresa y miedo al ver a un Kimer golpeando los barrotes de metal con fuerza, tratando de derribar las rejas. La figura encorvada y sus dientes puntiagudos eran demasiado llamativos.

—¿Qué hace un Kimer aquí? —preguntó ella asombrada, olvidando por un momento su propio encierro.

El hombre de ojos dorados se rió mientras acariciaba su mejilla con cariño, lo que hizo que Asha se estremeciera.

—Son mis mascotas; en la ciudad de Elonia, son utilizados para entretener a los más ricos —dijo él, señalando a un hombre que se acercó a la celda con un bastón eléctrico, golpeando al Kimer con fuerza. El monstruo se encogió, chispas volaron al recibir el impacto.

Asha observó cómo el Kimer se quejaba de dolor, tomando los barrotes entre sus manos con odio reflejado en sus ojos.

"Imposible", pensó Asha al ver esta emoción; los kimer no podían tener sentimientos.

—Fascinante, ¿no? —dijo el hombre de ojos dorados—. ¿Sabías que antes eran llamados quimeras?

—¿Quimeras? —dijo Asha, ansiosa por obtener más información mientras miraba al hombre.

El hombre sonrió y se acercó a Asha, causando cierta inquietud.

—Si quieres saber más, debes darme algo a cambio —dijo él, mientras Nain era inmovilizado en el suelo.

El hombre mostró sus dientes en una risa escalofriante mientras tomaba el mentón de Asha y se inclinaba hacia ella. Asha cerró los ojos, preparándose para la próxima escena.

Sintió los labios del hombre chocando contra los suyos en un beso forzado. La sensación de falta de control sobre su propio cuerpo la abrumó, y aunque deseaba morder el labio del hombre para intentar alejarlo, se detuvo, consciente de la peligrosa situación.

El hombre se alejó satisfecho antes de continuar.

—Estos monstruos existen desde hace más de un siglo, pero una organización llamada Kalon los encerró. Eso es todo lo que sé —dijo él, colocándose en pie mientras apretaba los puños.

Asha lo siguió con la mirada hasta que él se detuvo frente a Nain, quien estaba arrodillado en el suelo. Alexandre levantó el rostro de Nain por el cabello, y sus ojos dorados brillaron con molestia y desprecio.

—Tus manos nunca volverán a tocar lo que es mío —dijo mientras uno de sus hombres le pasaba una cegueta.

Asha gritó con desesperación al ver la tortura que Nain estaba sufriendo. Las lágrimas caían por sus mejillas, y su voz se unió al grito desgarrador que resonaba en la fría celda. El olor de la sangre de Nain llenó el aire, provocando que los kimer se inquietaran y golpearan las rejas.

—¡Jefe! —exclamó uno de los hombres, alarmado por el cambio en los kimer.

De repente, el estruendo de una celda cayendo alertó a todos, y un Kimer de más de un metro con ochenta se acercó rápidamente, mostrando sus dientes afilados. Todos detuvieron su respiración antes de correr, tratando de huir del monstruo que se precipitaba hacia ellos. En el caos, soltaron a Nain, quien, en un descuido de Alexandre, corrió hacia Asha, intentando liberarla de las ataduras.

Ambos se miraron, un choque de colores entre turquesa y rojo. En medio del caos, sus miradas se encontraron, comunicando más que palabras. Nain, con determinación en sus ojos, buscaba la forma de liberar a Asha, mientras ella, entre lágrimas y miedo, le transmitía un mensaje silencioso de esperanza y confianza. El tiempo pareció detenerse, y el lazo entre ellos se fortaleció ante la adversidad.

Alma Fragmentada (AA'IN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora