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Asha se encontraba inmersa en sus recuerdos, y su mente se vio envuelta en una mezcla de emociones mientras el tiempo se deslizaba lentamente.

Cuando despertó, se encontró en una habitación desconocida, dolorida y temerosa. A pesar del persistente dolor en sus costillas, se levantó con determinación y salió del cuarto. La escena que se desplegó ante ella la dejó atónita: una mujer de unos cuarenta años golpeaba al joven que la había rescatado, mientras le recriminaba.

—No podías haber llegado antes, mira cómo quedó la pobre niña. Debe dolerle todo el cuerpo —gritaba la mujer, azotando al joven con una chancla en la mano.

—¡Mamá! —gritó él, tratando de defenderse, sin percatarse de que la joven de la que hablaban estaba a pocos pasos de ellos.

Asha evaluó rápidamente la posibilidad de correr para salir de ese lugar, pero no notó que madre e hijo habían dejado de pelear y la estaban observando.

Cuando se percató de sus miradas, Asha salió rápidamente de sus pensamientos y los miró con alerta, como un gato que acaba de detectar a sus enemigos. Estaba alerta, con el cuerpo encorvado y listo para cualquier eventualidad.

La mujer se rió al ver la reacción de la joven.

—Hola, cariño, mi nombre es María, y él es mi hijo, Nain. Tiene diecisiete años —dijo sonriendo mientras empujaba a su hijo más cerca de Asha, quien retrocedió con miedo.

María se sorprendió al ver la actitud tan alerta de la chica, especialmente hacia su hijo. Suspiró, haciendo suposiciones, antes de mirar a Asha con algo de compasión.

—Si quieres irte, puedes hacerlo, pero primero deja que tus heridas sanen —dijo la mujer, acercándose sin invadir el espacio personal de Asha. —Ven a cenar. Debes tener mucha hambre, estás muy delgada —agregó señalando hacia el comedor, donde había unos pocos platos servidos.

Asha titubeó antes de asentir y dirigirse hacia el comedor. La sensación de hambre que le apretaba el estómago era palpable. Al llevar un bocado a su boca, se sorprendió por el delicioso sabor de la comida. Pronto devoró todo. Sin prestar atención al persistente dolor en sus costillas, devoró cada bocado con avidez. La risa de María al observar su voracidad provocó una mezcla de vergüenza y rubor en las mejillas de Asha.

A pesar de eso, un cálido resplandor comenzó a expandirse en su pecho, una sensación que no experimentaba desde hacía mucho tiempo. Levantó la cabeza y dirigió su mirada a la mujer, coincidentemente llamada María como su madre, aunque no compartían semejanza física, sus personalidades parecían alinearse de alguna manera.

Las emociones de Asha se entrelazaron en un torbellino; experimentó dolor, nostalgia y, al mismo tiempo, una calidez reconfortante que le recordaba el cariño de su madre. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras agachaba la cabeza y se encogía ligeramente sobre la mesa.

—Me llamo Asha, y tengo dieciséis —murmuró, marcando las primeras palabras desde que escapó de aquel lugar tormentoso.

María le ofreció una sonrisa llena de cariño y, con delicadeza, tocó la mano de la joven, brindándole consuelo y apoyo.

—Asha, aquí estás a salvo. Si lo deseas, este puede ser también tu hogar —estas palabras resonaron en el aire, provocando que los ojos de la joven se llenaran de lágrimas, desatando sollozos incontrolables. La emotividad del momento envolvía a Asha, quien se sentía abrumada por la mezcla de alivio y dolor acumulado.

María, con comprensión y ternura, no pudo resistirse a acercarse a la joven y envolverla en un abrazo reconfortante. Su gesto materno expresaba seguridad y calor, como si intentara disipar los traumas que Asha llevaba consigo. Mientras tanto, el hijo de María observaba la escena con sorpresa, aunque optó por guardar silencio, atento a la conexión que surgía entre su madre y la recién llegada, que parecía necesitar desesperadamente ese gesto de cariño.

...

Volviendo al presente, Asha se encontraba sumida en sus pensamientos, su mirada fija en el horizonte de su mente. A través de los recuerdos que afloraban, sintió una mezcla de gratitud y tristeza. Recordaba aquellos primeros días en la casa de María y Nain, cómo la calidez de su hogar había sido un refugio inesperado en medio del caos.

En la tenue luz de la habitación, Asha se encontraba inmersa en sus pensamientos, su mirada fija en el horizonte. Un mechón rebelde de su cabello blanco caía grácilmente sobre su rostro, acariciando su mejilla con suavidad. Nain, que había estado observando a Asha con una mezcla de preocupación y afecto, notó cómo su expresión se transformaba mientras ella revivía aquellos recuerdos. Decidió no interrumpirla, dándole el espacio que necesitaba para procesar sus emociones. A pesar de que su presencia era constante, él mantenía una distancia respetuosa, consciente del muro emocional que Asha había erigido entre ellos.

Con un gesto delicado, Nain levantó la mano y, con destreza, acomodó el mechón detrás de su oreja. Sus dedos, finos y elegantes, trazaron una línea sutil desde su frente hasta el lóbulo de la oreja. Era un gesto lleno de ternura, pero cuidadosamente contenido, evitando cualquier insinuación de un contacto más íntimo.

Asha sintió un torbellino de emociones. Había una calidez en el gesto, pero también una clara frontera que ella apreciaba. Quería permitirse dejarse llevar, pero el miedo y la incertidumbre la mantenían cautiva. La calidez de la casa de María y Nain había sido un refugio, pero el dolor y la inseguridad seguían presentes.

Nain se armó de valor y, con una mezcla de timidez y determinación, se inclinó hacia Asha. Tomó con suavidad la barbilla de Asha entre sus manos, notando cómo temblaba ligeramente bajo su toque. La yema de su dedo recorrió suavemente el contorno de su labio inferior.

En ese momento, Asha sintió el peso de la calidez y el cariño en el aire. Pero a pesar de su deseo de acercarse, la barrera interna que había levantado se hizo presente. No podía permitir que sus sentimientos se desbordaran, no cuando aún sentía que no merecía tal afecto. La imagen de la calidez del hogar de María y Nain parecía contrastar con el muro que ella misma había levantado para protegerse.

Los ojos de Nain, llenos de un anhelo sincero, se encontraron con los de Asha. Ella, con los ojos ligeramente abiertos en sorpresa, intentó mantener su expresión serena. Nain quería conectar, pero sabía que debía respetar las limitaciones que Asha imponía.

Los pasos en el pasillo los sorprendieron a ambos. Se separaron con un nerviosismo palpable, sintiendo como si sus corazones latieran con una intensidad desbordante. Nain observó cómo Asha se apartaba con una mezcla de tristeza y determinación.

Fue entonces cuando el médico entró en la habitación, rompiendo el momento de tensión.

—Buenas noches —dijo el doctor acercándose a la camilla—. Me informan que la paciente se encuentra mejor y ya puede ser dada de alta.

La noticia los sorprendió. Ambos se miraron con una mezcla de confusión y alivio, y luego dirigieron su atención al médico, quien les sonrió antes de entregarles unos papeles para firmar. Asha tomó los documentos, los examinó con atención, y con una mezcla de nerviosismo y expectación, firmó los papeles. Antes de darse cuenta, se encontraba de pie fuera del hospital, respirando el aire fresco de la noche. La luz de la luna iluminaba su rostro con un resplandor plateado, como si la naturaleza misma estuviera celebrando su liberación.

Sin embargo, en medio de esa sensación de libertad, también se asomaba una incertidumbre que agitaba su corazón. A pesar de la alegría de abandonar el hospital, había un peso en el aire, una sombra de duda que no dejaba en paz su espíritu. La calidez del pasado se entrelazaba con el frío presente, y la incertidumbre del futuro se mantenía latente en el horizonte de su mente.

Alma Fragmentada (AA'IN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora