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Asha respiró hondo mientras se acercaba a la puerta del salón VIP, con una bandeja de bebidas temblando en sus manos. El grupo de "Salvadores de la Humanidad", los líderes de los escuadrones que habían surgido durante el caos de los kimer, estaban ahí dentro. Sabía que no podía dudar, pero cada paso que daba la hacía sentir como si sus piernas fueran de plomo. Sabía que este grupo había tomado ventaja de la catástrofe, que no solo luchaban contra los kimer, sino que también escondían oscuros secretos que debían ser revelados.

Al llegar a la puerta, su respiración se hizo errática. El miedo la invadió, pero no podía dar marcha atrás. Empujó la puerta, y al entrar, la escena que se desplegó frente a sus ojos la paralizó. Un grupo de hombres poderosos estaba sentado alrededor de una lujosa mesa, cada uno con una camarera joven entre sus brazos, chicas contratadas no solo para servir, sino para entretener. Asha reconoció el tipo de mirada que recibían esas chicas, las mismas miradas que tanto temía. El horror se apoderó de ella, y por un momento quiso huir.

Pero antes de que pudiera moverse, uno de los hombres, alto y con una sonrisa depredadora, la tomó del brazo y la arrastró hacia él, haciéndola sentarse a su lado. Le quitó la botella que llevaba en la bandeja y, con un movimiento brusco, la destapó.

—No tan rápido, preciosa —dijo él, con una voz áspera mientras llenaba su vaso—. Acompáñanos un rato.

Asha se quedó quieta, incapaz de hablar. Su mente empezó a girar, y de repente, los recuerdos la atacaron con brutalidad.

...

Era solo una niña cuando vagaba por las calles después de perder a su familia. En su desesperación, llegó a una pequeña ciudad, buscando ayuda. El hambre la corroía, y con la timidez de una niña rota, pidió comida a un hombre en la calle.

—Disculpe, señor, ¿podría regalarme algo de comer? —suplicó, sus ojos llenos de una desesperanza que ni siquiera entendía por completo.

El hombre la miró con desprecio antes de empujarla con fuerza, haciéndola caer al suelo, donde sus manos y rodillas se rasparon contra el pavimento. La crueldad con la que fue tratada la dejó atónita, pero más que el dolor físico, fue la realidad de la falta de compasión lo que la golpeó más duro.

Día tras día, Asha vagó junto a un grupo de niños que, como ella, luchaban por sobrevivir robando lo que podían. Las ciudades eran un caos, y los kimer seguían destruyendo todo a su paso. Entre ellos, Asha encontró a Dogi, un pequeño perro negro que se convirtió en su único amigo. Juntos enfrentaron la crueldad de un mundo destrozado.

—Casi nos atrapan, Dogi —le susurraba a su pequeño compañero, riendo mientras lo acariciaba.

Pero no todas las tragedias venían de los monstruos. Un día, al regresar de robar algo de comida, encontró a los niños del grupo pateando brutalmente a Dogi. Su corazón se rompió en mil pedazos cuando vio al pequeño perro, débil y sangrando, siendo maltratado por aquellos a quienes consideraba su familia.

—¡Dogi! ¡Dogi! —gritó Asha, corriendo hacia él, sus lágrimas cayendo mientras lo sostenía en sus brazos.

El pequeño perro dejó de moverse, y Asha, llena de dolor, intentó sacudirlo, rezando para que volviera a la vida. Pero era inútil. Su único consuelo, el pequeño ser que la había acompañado en los peores momentos, ya no estaba.

La rabia la cegó. Se lanzó contra uno de los niños que había golpeado a Dogi, golpeándolo una y otra vez, sin detenerse, sin escuchar las súplicas. Su dolor era demasiado grande, y con cada golpe recordaba los momentos que había compartido con su fiel amigo. El líder del grupo, alarmado, trató de detenerla, pero ella no paraba.

—¡Detente! —gritó el líder, finalmente logrando que Asha dejara de golpear al niño.

Asha se levantó, sosteniendo el cuerpo inerte de Dogi entre sus brazos. El líder trató de justificar lo que había pasado.

—El perro intentó robar la comida. No tuvimos otra opción.

Pero Asha, con el corazón destrozado, los miró con odio.

—Dogi les robó para alimentarlos muchas veces. Hoy solo quería un poco de comida porque estaba enfermo, y lo mataron. —Su voz era fría, llena de resentimiento.

Los niños, avergonzados, agacharon la cabeza, incapaces de enfrentarla.

—Lo sentimos, Asha. No sabíamos...

Pero ella no quería escuchar sus excusas. Apretó más el cuerpo sin vida de su perro y salió corriendo, alejándose de ellos, de su traición.

—Si no vuelves mañana, nos iremos sin ti —gritó el líder, pero Asha no miró atrás. Estaba sola, como siempre.

Alma Fragmentada (AA'IN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora