10. Algo nuestro

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Las yemas de los dedos de Juanjo acariciaron delicadamente las teclas del piano. La pieza de Chopin resonó en aquella habitación vacía, llenando sus tímpanos mientras intentaba concentrarse en terminar la pieza con decencia. Se había perdido algunas notas ese día, nada que no pudiera arreglarse con unas horas más de práctica. Cuando la pieza llegó a su fin, suspiró y miró con inseguridad a su directora, que lo estudiaba ante sus ojos. Liana le dedicó una sonrisa de satisfacción. 

—Bien hecho, Juanjo. La interpretación de la tercera canción ha mejorado mucho, se nota que le estás poniendo más empeño. Así te quería. 

Juanjo bajó los ojos, avergonzado, mientras un atisbo de sonrisa afloraba a sus labios. —Estoy feliz. 

—Es que me lo creo mucho cuando te digo que puedes llegar a ser uno de los mejores, Juanjo. Porque te mereces ese lugar, llevarías a la orquesta a lo más alto— continuó la directora, convencida de sus palabras. 

Juanjo sintió que una profunda inseguridad se apoderaba de su pecho. 

A lo que habló: —Bueno, independientemente de mi habilidad el resto de la orquesta tiene un talento enorme.

—Claro, de lo contrario no sería la directora, ¿no?— Liana abrió los brazos obviamente. —Lo que digo es que difícilmente pensé que encontraría otro pianista tan bueno. 

Juanjo frunció el ceño. —¿Quién fue el anterior? 

—Una persona que creía que era el camino equivocado. Por desgracia, no pude bloquearla. Ya había tomado la decisión— suspiró la mujer, recogiendo su cabello castaño en una desordenada cola de caballo. —Sin embargo, contigo es completamente diferente. 

Juanjo no supo qué decirle. Se hizo un silencio casi incómodo, interrumpido sólo por las yemas de los dedos de Juanjo presionando teclas aleatorias en el piano. Por el rabillo del ojo vio a Liana caminar por la habitación con la pila de partituras en las manos y luego colocarlas en el estante.

Cuando volvió junto a Juanjo, éste no tuvo el valor de mirarla a la cara. 

—Oye, te vas a subir a ese escenario, ¿no? Juanjo se mordió el labio y la miró brevemente. —Quiero, de verdad. Pero...

—Vale, creo que necesito darte un ultimátum— Liana tomó un tono más serio. —Juanjo, esta es una situación grave. Dejar la orquesta al descubierto por miedo significa meternos en la mierda a mí y a tus compañeros. ¿De verdad quieres que se repita lo que pasó hace dos años? 

El chico se encontró tragándose el repentino nudo en la garganta. 

—No. 

La directora continuó. —Entonces sabrás que si esto volviera a pasar, si me rindiera el día antes del concierto, no podré ignorarlo. En ese momento me veré obligado a echarte de la orquesta. Y yo no quiero esto, Juanjo. ¿Quieres esto? 

Él se estremeció. De repente sintió náuseas. —Por supuesto que no. 

La mujer asintió. —Tienes una semana para decidir. Ni más ni menos. No me hagas esperar en vano, por favor. No hice este esfuerzo por entrenar contigo en vano. 

Juanjo podía sentir cómo le temblaban las manos y cómo se le hinchaba el pecho. Su respiración se estaba agitando, pero Juanjo apretó los puños para contener lo que estaba a punto de sucederle. 

—Lo sé. No quiero decepcionar a nadie— respondió en un susurro. 

—Entonces evita negarte y da lo mejor de ti, ¿vale? Por el bien de la orquesta— continuó Liana, casi con frialdad. 

Juanjo vio a la mujer alejarse para llegar a la puerta, pero su visión estaba borrosa. Su mandíbula temblaba, un brillante velo de lágrimas cubría sus iris. 

Intuarsi - JuantinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora