15. Sin vuelta atrás

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Cuando Martin levantó los párpados, el calor lo estaba asfixiando y la respiración calmada de Juanjo le golpeaba suavemente el rostro. Se frotó un ojo y luego levantó ligeramente la cabeza del pecho de Juanjo para observarlo. Ya era mañana, sus cuerpos desprendían calor y el saco de dormir en el que estaban metidos estaba manchado de finos hilos de hierba. Martin no había cambiado de posición durante la noche: su cuerpo seguía encajado en el de Juanjo. Con el brazo le rodeaba la cintura mientras Juanjo lo había atraído hacia sí por los hombros, para que la mitad del cuerpo de Martin pudiera superponer el suyo. Así, el chico recién despierto se permitió observar cada detalle del rostro dormido del otro. Dormir tan pegados no lo había incomodado, al contrario, había calmado todos sus miedos y le había hecho sentir protegido. Y era justo lo que necesitaba para disfrutar de un sueño sin pesadillas. Además, se habían quedado dormidos en el lugar que él consideraba ya un refugio personal contra las tormentas que ocurrían dentro de él. Se quedó fascinado recorriendo con los ojos la línea de la mandíbula de Juanjo, para luego pasar a la línea recta de su nariz, a las largas pestañas, a las mejillas constantemente sonrosadas y al contorno de sus labios carnosos. Era guapo, realmente guapo. Y no solo físicamente.

Últimamente, Martin pensaba que Juanjo era la única persona capaz de entenderlo y de respetar sus tiempos cuando se tocaba un tema delicado. Pensaba que se cansaría de seguirle el paso, sabiendo de la difícil situación que vivía en casa. Y, sin embargo, Juanjo seguía ahí, mientras lo abrazaba tumbado en el suelo de un bosque. Una sonrisa espontánea nació en los labios de Martin mientras sus ojos exploraban todavía cada detalle del rostro del otro chico. Este último se movió ligeramente y Martin se apresuró a bajar la cabeza, para evitar ser atrapado en falta. Pero Juanjo dejó de moverse; lo abrazó más fuerte, suspirando y apoyando la punta de la nariz contra la frente de Martin. Este último sintió el corazón retumbándole en los oídos y estuvo a punto de encontrar el valor para levantar el rostro cuando el tono de su móvil lo interrumpió. Resopló frustrado y, con cuidado, se escurrió fuera del abrazo del chico para abrir la cremallera de la mochila y sacar el móvil. Cuando leyó el remitente, casi se le detuvo el corazón.

—¿Papá?

Del otro lado escuchó silencio.

—¿Papá? ¿Me oyes? ¿Todo bien?

—¿Martin?

El chico volvió a respirar al escuchar esa voz ronca. Una sensación de calor familiar se encendió en su pecho.

—Qué raro escucharte a esta hora, no es tu costumbre llamarme por la mañana. ¿Ha pasado algo?

Una serie de ruidos invadieron sus oídos. Martin no entendía qué era todo ese alboroto, especialmente cuando sus oídos captaron unos gritos.

—¿Papá?

—Sí, aquí estoy, perdona. Es que no hay mucha señal.

—¿Pero estás bien?

—Sí, hijo. Escúchame, perdona si te he asustado, es que no sabía si podría llamarte esta noche para explicarte.

Martin cruzó las piernas, frunciendo el ceño y sentándose con compostura sobre el saco de dormir. A su lado, Juanjo se agitaba en sueños.

—¿Explicarme qué?

—Mira, sé que te había dicho que volvería en seis meses, pero aquí la situación se ha complicado un poco.

Martin sintió que el mundo se le caía encima.

—¿Qué... qué quieres decir?

—Han prorrogado el plazo de la misión. No estaremos fuera mucho tiempo, serán solo tres meses más. Pero el general necesita nuestra ayuda y no nos permitirán llamar a nuestros seres queridos durante toda la misión.

Intuarsi - JuantinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora