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Capítulo 14: Latidos Eternos

Después de la confesión de Yibo hacerca de su salud, Zhan tubo que aceptar que a Yibo le quedaría mucho tiempo, pero, aunque el tiempo seria corto él lo seguiría mando  

—Todo va a salir bien, Zhan. —Xuan Lu trataba de calmar los nervios evidentes en su amigo, quien no dejaba de mover las manos inquietamente.

—¿Y si algo sale mal? —respondió Zhan, su voz temblorosa. La mezcla de nervios y emoción lo tenía al borde de las lágrimas.

Xuan Lu se acercó y colocó una mano reconfortante sobre el hombro de Zhan. —Relájate. Hoy es el día en que te unirás con el amor de tu vida. Nada puede salir mal si ambos se aman como lo hacen. Ahora, terminemos de arreglarte.

Zhan asintió, intentando calmar su respiración. Vestido completamente de blanco, destacaba entre los reflejos suaves de la luz que entraba por la ventana. Llevaba una elegante gabardina larga, de estilo casi etéreo, que ondeaba con suavidad cada vez que se movía. Sobre su cabeza descansaba una delicada corona de flores, de la que colgaba un velo largo y casi translúcido, que parecía flotar detrás de él como una brisa ligera.

El ramo de flores descansaba sobre una pequeña mesa cercana, y al tomarlo entre sus manos, Zhan sintió cómo las emociones se agolpaban en su pecho. Era un ramo simple pero hermoso, compuesto de lotos blancos, simbolizando la pureza y el amor eterno que sentía por Yibo. Con el corazón palpitante y una mezcla de anticipación y nerviosismo, Zhan salió de la habitación donde había estado preparándose. El pasillo que lo conducía al lugar donde se celebraría la boda parecía eterno, cada paso resonaba como un eco en su mente.

Al llegar frente a las grandes puertas del salón, Zhan sintió las mariposas en su estómago revoloteando con más intensidad que nunca. Se detuvo por un instante, intentando controlar su respiración. Las puertas estaban cerradas, pero tras ellas podía escuchar una suave y hermosa melodía de piano y violín que comenzaba a llenar el aire.

Finalmente, las puertas comenzaron a abrirse lentamente. Al otro lado, un pasillo decorado con pétalos de flores y luces suaves lo guiaba hacia su destino, hacia Yibo. Y allí, al final de aquel camino, estaba él. Yibo, esperándolo con una mirada que hablaba de amor, esperanza y un futuro compartido. Vestía un elegante traje negro, impecable, que resaltaba la palidez de su piel y la profundidad de su mirada. A pesar de su condición de salud, se mantenía firme, con los ojos fijos en Zhan como si en él se encontrara todo su universo.

Zhan empezó a caminar con pasos lentos, casi ceremoniales. Cada paso lo acercaba más a Yibo, y mientras avanzaba, su mente repasaba todos los momentos que habían compartido: las risas, las lágrimas, las promesas y los silencios. A lo largo del camino, reconoció a varias personas que habían sido testigos de su amor. Los sirvientes de la mansión, que siempre habían estado atentos a cada detalle. Algunos amigos cercanos, que los apoyaban incondicionalmente. Sus padres, quienes lo observaban con orgullo y emoción.

Pero lo que más sorprendió a Zhan fue ver a la señora Wang, la madre de Yibo, sentada en la primera fila. Ella había sido, en muchos momentos, una barrera en su relación, pero hoy estaba allí, con los ojos llenos de lágrimas y una sonrisa tímida en el rostro. Su presencia era una aceptación silenciosa del amor que ambos compartían, una señal de que, finalmente, había comprendido cuán profundo y verdadero era el amor entre Yibo y Zhan.

Cuando Zhan llegó junto a Yibo, el tiempo pareció detenerse. Todo lo que había a su alrededor desapareció, y solo existían ellos dos. Zhan miró a Yibo directamente a los ojos, y en esos ojos vio reflejado todo lo que alguna vez soñó. Amor, devoción, y una ilusión compartida por un futuro juntos. A pesar de las dificultades, a pesar de la fragilidad del cuerpo de Yibo, Zhan supo en ese momento que su amor no tenía límites.