Capítulo Diez: Dollhouse

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Places, places
Get in your places
Throw on your dress and put on your doll faces
Everyone thinks that we're perfect
Please don't let them look through the curtains


El tintineo metálico de las llaves de Allison encontrándose con la cerradura anunciaron su llegad a su hogar, ella aún tenía puestos sus confiables audífonos que reproducían siempre la misma cacofonía de grupos musicales, My Chemical Romance, The Front Bottoms, Mitski, Melanie Martinez, eran algunos de la lista que tenía en el celular. Era una casa lujosa dentro de lo que era la pequeña ciudad de Pacific Hills, tenía dos pisos y era amplia a los lados, con un cómodo patio lo suficientemente grande como para tener un jardín bastante colorido y variado, ella particularmente recordaba las adelfas que tenían en una esquina, siempre se le hicieron curiosas esas plantas, eran hermosas y delicadas de un suave color blanco con ocasionales y etéreas pinceladas rosas.

Pero, sin embargo, eran plantas increíblemente toxicas, tocar su sabia con las manos desnudas podía producir toda forma de irritaciones y malestares de la piel y consumir uno solo de sus pétalos era suficiente para matar a cualquier adulto.

Finalmente termino de abrir la puerta y en frente de ella la misma vista de siempre, un pasillo ancho que daba directamente a las escaleras al segundo piso las cuales estaban pegadas a la pared. A la derecha estaba la pared que separaba la entrada de la sala de estar, siendo la entrada un simple arco. Toda la casa estaba pintada con ese desagradable color verde menta que Allison odiaba a mas no poder, la hacía sentir encerrada. No le presto mucho tiempo a quedarse parada y dejo su chaqueta marrón en el perchero, subiendo las escaleras tan rápido como pudo , sin quitarse los auriculares para evitar cualquier semblanza de contacto con su familia.

Cuando llego a su habitación respiro tranquila, dejando caer su mochila en el suelo, estaba cansada de cargar ese bulto. Su habitación le daba toda la paz que necesitaba en su vida, había peleado con uñas y dientes porque la pintaran de un celeste pálido y sólido, a menudo el azul era un color que la reconfortaba, tal vez porque sentía que su habitación era más grande de lo que era de esa manera. En sus cuatro paredes con una sola ventana en toda la habitación, la cual estaba casi permanentemente con las cortinas cerradas, tenía pegados distintos posters la mayoría con ecuaciones y diagramas de todo tipo, algunos más complejos y otros más fundamentales, aunque no todos eran de carácter científicos, varios eran de las mismas bandas que reproducía todos los días a través de sus viejos auriculares, aun así el más destacable era la enorme tabla periódica que tenía en el lado opuesto de su ventana, justo a la derecha de su escritorio el cual iba al lado de la pared.

Abrió el gabinete debajo del mismo y retiro una de sus muchas bolsas de papitas y una botella de agua, las papitas eran su comida favorita en el mundo, sabor simple, fáciles de adquirir y duraban bastante en el tiempo. Nunca le atrajo la idea de cocinar o la comida elaborada. Después de eso empezó a colocar en fila sus lápices frente al cuaderno ahora abierto de par en par sobre la mesa.

Pero había un problema, al revisar entre sus cajones y repisas noto que no estaba su copia de El Enigma de Fermat un libro que quería leer y estudiar desde hace ya un rato. Paso por el resto de los gabinetes con intriga, sin rastro aparente del libro, también reviso en su mochila pensando que tal vez y solo tal vez podría haberse olvidado de que lo llevo a la escuela, pero no. Le dio una segunda ronda a su ritual de búsqueda siendo aún más rigurosa, aunque una vez más fue inútil, el libro no se encontraba en ninguna parte de su habitación.

Con premura salió de su habitación y fue hacia la sala de estar, el sonido ahogado de la televisión y la luz tenue de la lampara indicaba lo mismo de siempre, su madre se había quedado viendo televisión nuevamente, era una mujer de cabellos oscuros y finos en un corte a la altura de las orejas, sus pómulos eran muy marcados y sus ojos ligeramente rasgados, pero con un suave color avellana, su nariz era angosta y algo aguileña, no muy distinta de la de su hija.

Bluebird Parte 1: El PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora