Ocho días de intensa deliberación fue lo que tomó llegar al primer acuerdo de tregua entre la Humanidad y los mogg'shāii del oeste: así se forjó el Pacto de Paz y Procreación.
Tras varias horas encerrados en una carpa durante cada uno de esos ocho días, los lord comandantes del Lord General Vagh'Rasher, incluyendo al príncipe Asuru'Kazh y al propio Lord General, establecieron las cláusulas por las cuales se regiría el Pacto. La general en jefe Jacinda C. Malacai, el mayor general Royce Ugarte y la coronel Sabine D'Marteen representaron a la Resistencia Humana, junto con otros oficiales de alto rango de la Humanidad.
Y aunque le costó asumirlo al principio, John había estado ahí, pero no sólo como capitán, sino también como lyosu del Lord General.
Decir que las miradas que le lanzaban los otros soldados eran extrañas sería quedarse corto. A dónde sea que iba los susurros (y muy probablemente las críticas) lo seguían. Aunque no podía decir tampoco que le importasen, no realmente. Su vida era suya y solamente Zanno podía juzgarlo.
Había tenido razón, sin embargo, sus padres habían venido con un propósito. Pero John jamás hubiera concebido una alianza. La guerra, al menos por el frente oeste, ¿había terminado? No podía envolver su cabeza alrededor de ese hecho.
Y esto era algo bueno, ¿no?
Demasiado para ser verdad.
Lo que sí tuvo claro fue que la verdadera negociación sucedió entre dos personas: Vagh'Rasher y su padre.
—¿Cómo sé que mantendrá su palabra, General? —Había preguntado Royce, su postura relajada sobre el sillón y su cabello rubio dorado echado hacia atrás. John se encontraba de pie en el extremo puesto, a un lado de la silla donde estaba sentado Vagh'Rasher, sus largas piernas separadas y su postura igual de relajada que la de Royce. Las garras de una de sus cuatro manos sostenían a John por la cadera.
—¿Cómo sé que ustedes, meros insectos, mantendrán la suya?
—¿En realidad? Ninguno lo sabe —Royce tomó agua de su termo, un anillo de plata con rubíes puesto sobre el dedo anular de su mano izquierda, las iniciales de la madre de John talladas en él—. Supongo que tendremos que confiar el uno en el otro. Aunque, en mi caso, cuento con una garantía.
—¿Y cuál es?
—Mi hijo. —Hoy el gris en los irises de su padre era del color del acero—. Usted liberó a sus rehenes por él. Dejó de atacarnos por él. Procreó con él. Es seguro concluir que el capitán Coven tiene cierto poder sobre el Lord General Vagh'Rasher.
—Padre —siseó John, alarmado. ¿En qué pensaba retando así al devorador?
De tal palo, tal astilla, pensó Vagh'Rasher, irritado. ¿Ah? John le lanzó una mirada tosca.
—John es mi pareja —contestó el Lord General, su tono gélido. Oírlo decir eso con tanta convicción, como si nunca fuera a cambiar, todavía le producía una mezcla de euforia y pavor tan grandes que lo mareaban. La bestia lo aferró con más fuerza. Va a dejarme un moretón. John se inclinó más hacia él—. Él es clase aparte —Vagh'Rasher enseñó los colmillos—. Los otros humanos no podrían importarme menos. Son ganado.
Royce soltó una risilla sarcástica.
—Por supuesto. Pero a John sí le importan los "otros humanos". Sería muy doloroso para él, por no decir tortuoso, hacerlo escoger. Lo destruiría.
Ante eso, Vagh'Rasher no tuvo nada que decir. Una de sus manos se convirtió en un puño.
Los términos del Pacto, entonces, fueron los siguientes:
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Insaciable: Humano X Monstruo
RomansaJohn, un hábil soldado del campamento oeste de la Resistencia Humana, ha cometido un error en su recorrido del perímetro que lo ha dejado a merced de sus enemigos mortales: los altos monstruos devoradores de hombres con los que llevan años en guerra...