37.4. Nuestra Guerra

6 0 1
                                    

Seguimos charlando un rato más sobre temas más banales. No fue por mucho tiempo, ya que había que descansar bien. A mí, al resultar ser el más bajo, me toca la cama infantil. Le tengo que arrancar a patadas el cabecero y el pie de la cama. Como me quedaban los pies volando, he puesto la mesilla con un cojín para apoyarlos. Aún así, y arropándome bien, me es imposible conciliar el sueño por más de hora y media.

Al menos en ese tiempo pude estar con Martin. Me he despertado llorando. Comienza un nuevo día en el infierno. Levanto las persianas. Podrían ser las 4 de la madrugada y haría el mismo sol que a mediodía.

Lo único que me apetece es dormir, pero lo he intentado toda la noche. Además, mi enfermedad ha empeorado. Entre el mareo y los diversos dolores, me cuesta mantenerme en pie.

 Busco entre los equipajes. Efectivamente han traído un hanrej, me alegra que estén bien educados estos hombres. Los instrumentos no son lo que mejor se me da, peor aún siendo de viento, pero consigo hacer que suene con fuerza para despertar a los dos que aún están dormidos. Se supone que hay una melodía, pero ya es suficiente esfuerzo lograr que suene algo.

Los demás, o han dormido tan poco como yo, o están guardando.

Hasta por la tarde no comenzó el entrenamiento. Mientras tanto, fuimos echándole un ojo a la ciudad y al plan de batalla. El entrenamiento tuvo otros tantos contratiempos. Yo me puse con los mäkiseringos, que tienen notablemente mejor disciplina que los de ayer, aunque, por lo que me he enterado, hoy están comportándose mejor.

Los problemas están sobre todo viniendo de afuera. Mucha gente está criticando el entrenamiento militar y están intentando sabotearlo. Usamos lo que tenemos para reprimir los disturbios. Por lo menos están desorganizados, y de cada intento de sabotaje salen la mitad de ellos heridos sin causarnos más perjuicio que desconcentrar. Creo que incluso están habiendo muertos.

Según pasa el tiempo el ambiente se siente cada vez más tenso. Llega un momento que parece una paz armada. No sucede nada, y quizás eso sea lo peor, pues, si se organizan, tendríamos que irnos echando leches.

En una de las calles vecinas, Göransson acaba dando un discurso improvisado para explicarle al pueblo la situación.

Debió ser un buen discurso, pues, tras él, prácticamente cesaron los disturbios y los gritos de desprecio se tornaron de ánimos.

Con el mismo buen ánimo fue también el tercer día, pero decidimos empezar más tarde a entrenar. Muchos se mosquearon. Y tienen razón para ello. Llamamos al entrenamiento en torno a las siete de la tarde (los dos días anteriores habíamos llamado a las 3). Ya había llegado el momento oportuno para desalojar a todos los civiles.

Una vez que el cielo comienza a tomar color de atardecer, comienza a llamarse puerta por puerta. El ratio es un despropósito absoluto. Cada uno de los militares con los que contaba Miridya de antemano, que son los que estamos usando para la operación de desplazamiento, debe hacerse cargo de más de cien personas. Casi doscientas, en concreto.

Fueron a salir siendo ya de noche. Al menos, la diferencia tiempo entre que salen de la ciudad los primeros y los últimos ha sido poca. Cuando ya todos ellos se encontraron suficientemente lejos ordenamos a los reclutas descansar.

Hemos conseguido vaciar la ciudad sin que los milicianos que estaban en el entrenamiento se diesen cuenta, lo cual es un enorme éxito. Probablemente no les haga ninguna gracia, por ello entre por la mañana y ahora hemos barricado la casa al completo en la que nos vamos a quedar a partir de ahora, la cual es más robusta y está en mejores condiciones, aunque no deja de ser una chabola.

Efectivamente, no ha pasado media hora desde el fin del entrenamiento y comienza a amontonarse gente alrededor de la casa.

Gritos, cada vez más y más. Tiran a las ventanas basura, piedras, sillas y todo tipo de cosas. Confío en la barricada que hayan montado mis hombres, pues les he ido indicando muy bien cómo hacerla. Estamos encerrados aquí dentro.

Intento mantener calmados a mis hombres, pero, primero, intento mantener yo la calma. Intentan tirar abajo la puerta y romper las ventanas.

Incluso si tuvieran una granada no deberían ser capaces de entrar. Si entran quizás nos maten, aunque eso quizás sería hasta una esperanza. El verdadero problema es que no nos maten.

Este es el fracaso absoluto de cualquier oficial. Pero, dadas las circunstancias, no había lugar para poder evitarlo. Por suerte, la gente es sumamente i****a, y no costará cambiarles las ideas. Aunque de momento eso no quita que están queriendo entrar a, no sé, ¿Matarnos?

 La tensión no disminuye en ningún momento. A medida que las barricadas van debilitándose las vamos reforzando. Una barricada débil es como una puerta abierta, así que hay que cuidarse mucho de que todo posible lugar de entrada esté bien firme.

Quizás en algún momento se cansarán, o se les ocurrirá otra cosa, y se irán. Lo sorprendente es que aún tengan ganas de hacer todo esto.

Ha pasado más de una hora desde que comenzó el sitio. Espero que nuestras fuerzas y capacidades no duren menos que las suyas. No creo que sean tantos.

De repente, en cosa de un minuto, todo se queda en silencio.

Tim: ¿Qué ha pasado? ¡Armas en posición ofensiva! Preparados para lo peor.

Arvidsson: Prefería cuando estaban gritando.

Se escucha afuera como una voz muy alta, quizás de un altavoz.

Desconocido: A ver. Yo soy un primo de un Göransson. Y que él alcalde es de la esta ciudad. Él tiene me dio a el yo y una carta yo tengo. Él dice con esta a los nosotros de aquí:

"Vosotros sois queridos por yo: personas de la ciudad de mía la Miridya. Ella necesita de vosotros la defensa y también vosotros. De vosotros las familias, la patria Brödtland, entero el resto del mundo, las personas desde allí hemos ido y también todas las personas fallecidas: ellas que murieron en esta guerra. Eso es el porque luchar vosotros. La esta guerra es de cada nosotros personas una guerra.

Ella es muy importante, y nosotros haremos lo todo para nosotros ganar la ella. Vosotros devolveréis a las de vosotros casas la paz. Ella es de nosotros la guerra. Personas dicen del sur ella 'Nuestra Guerra'. Porque ella es de nosotros y también de ellos. Vosotros debéis confiar en ellos, porque ellos prepararán vosotros para vosotros ganar la ella. Básicamente, ellos traen a aquí la paz, pero vosotros debéis luchar.

Por todo esto, ciudadanos, id a la batalla, aquí olvidarán nunca de vosotros el sacrificio. Uno soldado caerá entonces mil de trigo toneladas nacerán aquí. Vosotros gritad fuerte:

¡BRÖDTLAND VIVA!"

Todos: ¡VIVA!


Onda Brödugnar 2: Magia Y DestrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora