36.2. Mi guerra

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Después de preparar mi mochila fui con Junki para que ordenase al escuadrón de caballería de renos que partamos mañana al amanecer.

Aparte de un mapa, mi cuaderno y un rotulador del alcohol, ya que vamos a entrar en territorio de nieve perpetua y es el que se usa para que no se congele, llevaré un poco de comida por si acaso y una botella agua con azúcar. He conseguido de vuelta mi fusil del asalto al castillo, así que lo llevaré también para no depender únicamente de las armas de pan. También conservé mi pistola, pero no la voy a llevar por si Frank la necesita.

Espero que de todo lo demás se haga cargo el escuadrón.

A la noche llega Frank a mi casa.

Frank: Hola. Me he enterado de que te vas y quería despedirme.

Tim: Pues ale.

Frank: ¿Vamos adentro?

Tim: Si quieres.

Entramos al salón.

Frank: Vais a una ciudad prácticamente sitiada. Entiendo que no tendría por qué ser peligroso, pero lo es y, bueno...

Tim: Disculpa un momento.

Me pongo de pie. Me vienen los recuerdos de Martin. Lo último que le dije fue que revisara las habitaciones del otro lado del pasillo. Dimos por hecho que los dos sobreviviríamos. Ahora igual: entrar en batalla por acercarnos a un pueblo controlado era un opción que, desde luego, he tenido en cuenta, pero no pensaba que podían matarme.

Si no fuera porque dejaría a su suerte a mucha buena gente sería una esperanza y no un miedo. Es curioso que me despediría de alguien con quien apenas tengo una relación cercana pero no me hube despedido de mi novio, digo, mi prometido; ni de mi familia, ni de mis amigos. Vaya una fortuna tan extraña.

Supuse el riesgo desde el principio y tengo que hacerlo, no por mi ni por Frank, por Martin, por los millones de inocentes que vigilan desde la ultravida para que perderles no haya sido en vano. De mí depende honrarles a todos ellos.

Tim: No puedo no hacerlo.

Frank: Eso lo suponía. A lo que venía era a decirte que bueno, llevo un año acompañándote, ayudándote para que pudieras recuperar tu vida. Quiero que todo el mundo esté bien y sea feliz, por eso siempre que puedo me gusta ayudar a quienes sufren. La justicia es dolorosa, y arreglar un mundo tan injusto supone sufrimiento para mucha gente que, a veces, no se lo merece. Bueno, cuando estaba contigo fui poco a poco viendo quien había detrás de esa cortina que era el duelo. Y me encantó. Supongo que no es ningún misterio, pero te quiero. Nunca te lo había dicho claramente y quiero que lo tengas claro. No quiero ser tu pareja, porque sé que esa plaza no se puede cambiar de dueño. Igual que nadie podría ser tu padre por mucho que ya no esté. Pero me gustaría que me considerases algo más que un amigo cercano. Tú ya lo eres para mí, por eso querría serlo yo para ti. 

Tim: No sé qué responder. Te llevas tan bien con tanta gente que siempre te vi como un amigo. Un amigo con el que podría acostarme, pero un amigo al fin y al cabo. No pensé que alguien a quien tanta gente quiere fuera a enamorarse de mí. Pero, bueno, me has ayudado mucho y te aprecio más que al resto de personas vivas, así que supongo que gracias.

Frank: ¿Por qué?

Tim: Por todo

Frank: Simplemente he hecho lo que consideraba que debía hacer. No tienes nada que agradecerme

Tim: Sí... ya sabes que sí.

Me voy a la cama. Frank viene conmigo sin decir nada. Ajusto el despertador para que me despierte a la hora acordada, al comienzo del amanecer, mientras él se quita la ropa de exterior. Dormimos los dos juntos.

Sueño con Frank y Martin conociéndose. Se conocieron en realidad, muy poco, pero lo suficiente como para que Frank entienda a quién perdí.

Frank me abraza y me besa antes de que me levante. Me voy haciendo poco ruido. Agarro mi mochila, me pongo ropa bien abrigada y voy a la granja de renos. Allí llega también el escuadrón. Son seis hombres: tres soldados de praxis, dos soldados de tesis y el cabo, también de tesis. En total somos siete, un número pésimo para dividir.

Tenemos dos renos para nosotros, son los dos marcados con una cinta azul en sus cuernos. El cabo tiene la llave de la caseta donde se guardan todos los trastos necesarios: trineos, arneses y diversos tipos de cuerdas.

Yo iré con un soldado de praxis y uno de tesis, llamados Lennart y Eskö-'iigiige respectivamente. En el otro trineo irán el cabo, llamado Leif Stutt, el otro tesis, Arvidsson, y dos de praxis: Rävle y Blom.

Todo el equipaje va atado en los mismos trineos de cada uno, pero en la parte de detrás, así que funciona como un pequeño respaldo.

Arvidsson saca de la caseta una caja con algo que parece un instrumento de tortura o algo sadomasoquista. Cada uno coge uno. Me trae la caja a mí también.

Arvidsson: Teniente general, debe coger uno. ¿Sabe lo que son? Tienes que ponértelo en la cabeza. Tiene dos cinturones, uno es para agarrar los gorros y con el otro se agarra la bufanda. La bufanda, la tuya tiene un poco de cola, así que tienes que guardarla detrás. Sino, con la velocidad y el viento sale volando, o que se engancha en el trineo, y se te cortan los músculos por el frío... Un desastre.

Tim: Entonces supongo que toda la comunicación se hará con los brazos. ¿Es con el sistema Märnstårëls?

Arvidsson: Sí

Tim: Entonces perfecto.

Eskö-'iigiige: Si tuviéramos cascos esto no haría falta

Tim: Si tuviéramos cascos antes hubiéramos tenido gasolina. 

Hemos estado media hora para preparar las dos recuas con sus respectivos trineos. Estando todo listo partimos desde la granja con los trineos de ruedas, puesto que el suelo está congelado.

Esta es mi segunda vez montando en trineo. Creo que no llegan al nivel de Albin, el de la otra vez, pero están cerca, y eso me llena de orgullo. Aunque ni he sabido de su entrenamiento más que alguna anécdota que nos contamos

Onda Brödugnar 2: Magia Y DestrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora