Dolor de cabeza

49 7 4
                                    

Una semana había pasado desde que Aether y Scaramouche habían comenzado a hablar. No es que se tratara de una conversación profunda, ni mucho menos. Las palabras entre ellos eran pocas, distantes, reducidas a lo estrictamente necesario para el ballet. Scaramouche, por su parte, parecía más interesado en desentrañar los secretos que creía ver en Aether, aunque el muchacho nunca le daba más de lo que necesitaba saber. En su mente, no había espacio para él.

Aether se encontraba en la cocina de su casa, en un rincón que conocía desde siempre. El silencio que reinaba en el lugar era casi tangible, roto solo por el sonido de la lluvia que golpeaba suavemente contra las ventanas. El olor del pan tostado llenaba el pequeño espacio, y Aether, sentado a la mesa, untaba cuidadosamente una capa de mermelada sobre su rebanada de pan. Movía la cuchara con delicadeza, Nada en su vida era casual; todo tenía un ritmo marcado, una estructura inquebrantable que se repetía día tras día.

Su madre estaba a su lado, como cada mañana, con la jeringa lista. Desde que tenía memoria, esa era una parte más de su rutina diaria. La pequeña aguja perforaba la piel de su brazo, y el líquido misterioso entraba en su cuerpo sin que Aether pestañeara siquiera. Nunca preguntaba qué era. No le estaba permitido. Desde que tenía cuatro años, su madre le había advertido que no debía hacer preguntas, y con el tiempo, Aether había dejado de buscar respuestas.

—Come. —La voz de su madre era cortante, vacía de afecto. Observaba la inyección con la misma precisión clínica de siempre, asegurándose de que todo saliera tal como debía. Luego, con un leve asentimiento, se alejó de la mesa. El eco de sus pasos resonó por el pasillo de la casa, una señal clara de que su día con Aether había concluido. Probablemente se retiraría a su habitación, donde pasaría el resto del día, inmersa en su propio mundo.

Aether no le dio importancia. Continuó comiendo su pan en silencio, su mente regresando a la próxima práctica de ballet. No había emoción en su rostro, solo una serenidad helada, fruto de años de distanciamiento emocional. Entre su madre y él no existía el cariño. No había abrazos, ni palabras de consuelo, ni siquiera miradas de complicidad. Todo era funcional. Frío.

Su madre no era la mujer que solía ser. En su juventud, había sido diferente, mucho más viva. Aether no lo recordaba, pero lo sabía por lo que le habían contado. Sabía que su madre había estado embarazada de gemelos. Él era uno de ellos. La otra, una niña llamada Lumine, había muerto a los tres años. Lo que Aether no sabía, y que jamás podría entender por completo, era el impacto que esa pérdida había dejado en su madre.

Aether había sido concebido como parte de un par: un niño y una niña. En el ultrasonido, los doctores habían visto a los dos fetos, una rareza biológica que había llenado de esperanza a su madre. Tener gemelos, un hijo y una hija, era todo lo que había soñado. Cuando nacieron, los nombró como si fueran las dos mitades de un todo: Lumine y Aether. Lumine fue la niña que siempre deseó, una criatura de cabellos dorados y mirada serena. Aether, por su parte, fue el hijo que había nacido para cumplir un rol, pero nunca llegó a recibir el mismo afecto que su hermana. Y cuando Lumine murió, algo dentro de su madre también lo hizo.

La madre de Aether, devastada por la pérdida de su hija, cayó en una espiral de desesperación y locura silenciosa. La herida de la muerte de Lumine nunca cicatrizó, y con el tiempo, esa herida abierta comenzó a moldear cada aspecto de su vida. El dolor de haber perdido a su hija la consumió al punto de no poder soportar la idea de que Lumine hubiera desaparecido para siempre. En su mente, Aether era todo lo que le quedaba. Pero Aether no era Lumine. Y esa disonancia, esa diferencia entre lo que su madre deseaba y la realidad, fue lo que la llevó a tomar decisiones terribles.

A los cuatro años, Aether comenzó a recibir las inyecciones. Hormonas femeninas, aunque él no lo supiera. Su madre, con el corazón roto, lo obligó a vivir como una niña, como una especie de sustituta de Lumine. Lo vestía con los mismos atuendos que habría comprado para su hija, lo peinaba como si fuera ella, y lo inscribió en ballet, un sueño que había tenido para Lumine. Aether no fue consultado. Su vida fue diseñada por una mujer que veía en él el reflejo de alguien que ya no existía.

Golden Hour[Scaraether][Xiaoaether]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora