Capítulo 3: Encuentros y desafíos

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El sábado llegó con una mezcla de anticipación y ansiedad. La semana había sido un torbellino de emociones, y el pequeño trozo de papel que Dylan me había enviado seguía presente en mi mente, como un recordatorio constante de la cita que se avecinaba. El parque era nuestro destino, un lugar que se había convertido en un escenario crucial para el siguiente capítulo de nuestra historia.

Me desperté temprano, con una sensación de nerviosismo que no había experimentado en mucho tiempo. Me preparé con cuidado, eligiendo un vestido ligero y sencillo que me hacía sentir cómoda pero también presentable. Las temperaturas habían ascendido ligeramente, pero aún así hace algo de frío por lo que complementé mi atuendo con una chaqueta de mezclilla. Mientras me arreglaba, traté de despejar mi mente, concentrándome en el hecho de que esto era solo una salida amistosa, una oportunidad para conocernos mejor.

Cuando salí de casa, el sol brillaba suavemente sobre el vecindario, y el aire fresco de la mañana me hizo sentir un poco más relajada. Caminé hasta la parada del autobús con el corazón acelerado, pensando en cómo sería el encuentro. El parque estaba a unos minutos de mi casa en autobús, y me preguntaba si Dylan estaría tan nervioso como yo.

Al llegar al parque, vi a Dylan esperándome cerca de la entrada principal. Estaba sentado en un banco, su postura relajada pero con una expresión de ligera expectación. Llevaba una camiseta de manga corta y unos pantalones deportivos, su cabello castaño estaba despeinado por la brisa, dándole un aire desenfadado. Cuando me vio, se levantó y me saludó con una sonrisa.

—¡Hola, Aroa! —dijo, su voz era cálida y amigable, una mezcla de familiaridad y emoción contenida.

—Hola, Dylan —respondí, tratando de mantener la calma mientras me acercaba.

Nos abrazamos brevemente, y pude sentir el suave aroma de su colonia mezclado con el aire fresco del parque. La cercanía momentánea me hizo darme cuenta de cuánto había esperado este encuentro. Dylan tomó mi mano suavemente, guiándome hacia un sendero sombreado por altos árboles.

—Este es uno de mis lugares favoritos en el parque —comentó mientras caminábamos. —Es tranquilo y tiene unas vistas increíbles. ¿Te gusta?

—Es precioso —admití, observando el entorno. El parque estaba lleno de vida: familias disfrutando de picnics, niños corriendo y riendo, y corredores que pasaban a nuestro lado. La atmósfera era relajada y alegre, en contraste con el torbellino de emociones que sentía por dentro. Pero lo mejor no era eso, noté como unas manos se posaba en mis hombros suavemente y me hacía girar con cuidado hacía la otra vista del parque un río se extendía hacía el puente que había cerca de la ciudad y el sol se ponía entre los bonitos árboles que había.

—Me alegra que te guste. A veces vengo aquí solo para desconectar y pensar. —Dylan se detuvo brevemente y quitó sus manos de mis hombres para volverse hacia mí. —¿Qué tal la semana?

—Bastante bien, en realidad. Ha sido una semana llena de altibajos, pero sobreviví. —Sonreí, sintiendo cómo la tensión comenzaba a aflojarse. —¿Y tú? ¿Cómo ha ido todo con tus proyectos?

—No está mal. He estado ocupado con los entrenamientos de baloncesto y algunas tareas, pero me va bien. —Se encogió de hombros y continuó caminando. —Pensé en lo que dijiste en la fiesta, sobre cómo te gusta escribir. ¿Lo sigues haciendo?

—Sí, ya no tanto como antes pero es mi forma de relajarme. —Hice una pausa, tratando de encontrar un equilibrio en la conversación. —A veces me pregunto si tengo que elegir entre mis pasatiempos y mis estudios.

Dylan me miró con curiosidad y asentió lentamente.

—Entiendo. A veces siento lo mismo con el baloncesto y mis estudios. Es difícil encontrar ese equilibrio perfecto. Pero creo que lo importante es hacer lo que te hace feliz.

Caminamos por el sendero, conversando sobre temas diversos. Dylan parecía genuinamente interesado en lo que decía, y me sentía cada vez más cómoda a su lado. La conversación fluía sin esfuerzo, y nuestras risas se mezclaban con el murmullo del viento y el canto de los pájaros.

Llegamos a un pequeño mirador con una vista panorámica del parque. El sol brillaba sobre el horizonte, creando una escena casi mágica. Dylan se detuvo y se apoyó en la barandilla, mirando el paisaje. Me uní a él, disfrutando de la belleza del momento.

—Este lugar es impresionante —comenté, observando el horizonte.

—Sí, lo es. — Cundo me giré Dylan me miraba con una sonrisa. —A veces, cuando estoy aquí, siento que todo está en su lugar, que no hay nada que me preocupe. Es como un pequeño refugio.

Me volví hacia él, sintiendo una conexión especial en ese instante.

—Me alegra que compartas este lugar conmigo. —Dije suavemente. —Es como si me estuvieras mostrando una parte importante de ti.

Dylan pareció pensativo por un momento antes de responder.

—Lo es. Y me alegra que te sientas así. A veces, compartir momentos especiales hace que todo sea más significativo.

Pasamos un rato en el mirador, hablando de cosas triviales y profundas. A medida que el sol comenzaba a ocultarse, Dylan sugirió que fuéramos a un pequeño café cercano para tomar algo.

—Hay un café justo al otro lado del parque que sirve el mejor chocolate caliente. ¿Te gustaría ir?

—Me encantaría —respondí, contenta con la idea.

El café era acogedor, con luces suaves y un ambiente cálido. Nos sentamos en una mesa junto a la ventana, y mientras esperábamos nuestras bebidas, Dylan y yo continuamos nuestra conversación. Hablamos de nuestros planes futuros, de nuestras aspiraciones y de los pequeños detalles que conformaban nuestras vidas.

—Siempre he querido viajar a otros países —dijo Dylan mientras bebía su chocolate caliente. —Hay tantas culturas y lugares que me encantaría conocer.

—Yo también lo he pensado —respondí, disfrutando del calor de mi bebida. —Aunque por ahora, me conformo con explorar los rincones de mi propia ciudad.

Dylan se inclinó hacia adelante, con una expresión de interés.

—¿Hay algún lugar en particular que te gustaría visitar?

—Me encantaría ir a la costa. Siempre he soñado con ver el mar y sentir la brisa marina. —Sonreí al imaginarlo. —Creo que sería una experiencia increíble.

—La costa suena genial. Quizás algún día podamos ir juntos —sugirió Dylan, su tono era ligero pero cargado de un subtexto que me hizo sonrojar.

El tiempo pasó rápidamente mientras charlábamos y nos conocíamos mejor. La noche llegó, y cuando finalmente nos despedimos en la puerta del café, me sentía llena de una mezcla de felicidad y tristeza.

—Ha sido una tarde maravillosa, Dylan. Gracias por invitarme —dije sinceramente.

—El placer ha sido mío. Me alegra que hayamos pasado un buen rato. —Dylan me miró con una sonrisa cálida. —Espero que podamos hacerlo de nuevo pronto.

Nos despedimos con un abrazo que fue más largo de lo esperado. La calidez de su abrazo y el suave roce de su piel contra la mía me hicieron sentir una conexión especial, algo que no podía ignorar.  Su abrazo fue reconfortante, como cuando hace mucho frío en invierno y te preparas una pequeña taza de chocolate caliente junto a la chimenea.

Era como estar en casa.

Cuando regresé a casa, me sentía en paz, pero también llena de preguntas sobre el futuro. La tarde con Dylan había sido todo lo que había esperado y más. Sin embargo, había una parte de mí que seguía inquieta, preguntándose qué significaría esto para nosotros y cómo cambiaría nuestras vidas a partir de ahora.

Al acostarme esa noche, no podía evitar recordar cada momento de nuestro encuentro, cada sonrisa y cada palabra compartida. De solo pensarlo me salía una pequeña sonrisa tonta que no podía contralar. La incertidumbre seguía presente, pero también había una chispa de esperanza y emoción por lo que podría venir. A pesar de mis dudas, sabía que este había sido un paso importante en nuestra relación, y solo el tiempo diría qué nos depararía el futuro.

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Todo lo que pudo haber pasado - Aroa MonteroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora