Capítulo 5: La última vez o¿no?

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Había pasado el tiempo desde ese último día juntos en el tan bonito parque que alguna vez había pensado que era como otro cualquiera e incluso podía a llegar a ser algo aburrido, pero desde ese día con Dylan, todo había cambiado, paseaba más a menudo por allí y ver simplemente el lago y recordar estar allí con él, con nuestras manos a escasos centímetros, para luego terminar la maravillosa tarde con un abrazo.

Había quedado más veces que aquella con el basquetbolista. Este día y los posteriores quedaron rápidamente en el olvido por todos excepto por mí, no sabía muy bien porque pero había sentido una especie de conexión con Dylan que no sentía por nadie más, algo muy difícil de comprender para la demás gente y hasta para mí. No sabía como me había llamado la atención ese chico.

 Desde ese día en aquel lugar empezamos a hablar más y más. Aquellas miradas y risas en clase, las pequeñas interacciones en el comedor, era...

Dylan

Un tema difícil de hablar, este cada vez se acercaba más a mí y lo admitió no era mi tipo pero la forma que me hacía sentir era adictiva y me gustaba.

Aquel día habíamos vuelto a quedar por última vez antes de que empezaran las clases. Una sensación extraña me recorría el cuerpo sin ninguna razón mientras me adentraba en el parque y me sentaba en un banco, no sabía exactamente por qué, pero algo dentro de mí decía que después de hoy, nada volvería a ser igual.

Habíamos quedado en vernos en el parque después de clases. Ese pequeño rincón de césped y árboles que se había convertido en nuestro refugio. No era un lugar extraordinario, solo un banco algo gastado por el tiempo, un par de columpios, el sonido lejano de la carretera y aquel precioso lago que tanto nos gustaba a ambos. Pero para mí, ese lugar significaba mucho. Era nuestro pequeño mundo, alejado de las miradas y los rumores del instituto. Un espacio donde podía ser yo misma con él, sin la presión de los demás.

Llegué primero, como siempre. Me senté en el banco, cruzando las piernas y jugueteando con mi mochila. Mis ojos se perdieron en el horizonte, observando a unos niños que jugaban a la pelota cerca de los columpios. El calor del verano se sentía en el aire, y una ligera brisa movía las hojas de los árboles. Pero a pesar de la calma exterior, sentía una tormenta revolviéndose en mi interior. Tenía el estómago revuelto, como si estuviera a punto de hacer un examen muy importante. ¿Por qué estaba tan nerviosa? No era la primera vez que quedábamos allí, ni mucho menos.

Cuando lo vi llegar, el corazón se me detuvo por un segundo. Caminaba con las manos en los bolsillos, despreocupado, con ese aire de seguridad y calma que siempre me había desconcertado y atraído a partes iguales. Llevaba una camiseta blanca y unos vaqueros desgastados que le quedaban demasiado bien. Y, como siempre, esa sonrisa de medio lado que hacía que mi mundo temblara un poquito.

—¡Hey! —saludó con esa voz que hacía que todo a su alrededor pareciera más liviano, más fácil.

—Hola, Dylan —respondí, intentando que mi voz sonara normal. Que no notara cómo se me aceleraba el pulso ni cómo me sudaban las manos.

Nos sentamos en el banco, en un silencio cómodo que no necesitaba ser rellenado con palabras. Por un momento, me limité a disfrutar de su presencia, del sonido de su respiración a mi lado. Había algo diferente en el aire ese día, algo que no podía identificar. Como si estuviéramos al borde de algo, pero ninguno se atreviera a dar el paso.

—Bueno... ¿ya estás lista para el verano? —me preguntó de repente, rompiendo el silencio.

—Supongo —respondí, encogiéndome de hombros—. Aunque no tengo planes todavía. No quiero pasarme todo el tiempo en casa viendo series o haciendo nada.

Todo lo que pudo haber pasado - Aroa MonteroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora