Capítulo treinta y dos

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Mejores amigos.

Nunca he sido bueno hablando,  pero contigo es tan fácil, a veces pienso que tú me entiendes en más idiomas de los puedo imaginar. 

Quien sea que estuviera azotando la puerta principal de su despacho parecía desesperado. Se preguntó si había pasado algo, sus Slytherin no habían estado tan frenéticos desde que alguien había encerrado a uno de ellos en un armario de ir y venir.

Se apresuró a abrir la puerta, no estaba preparado para ver a la persona que estaba del otro lado. Sus ojos que no eran del color que deberían, su cabello que no era ni pelirrojo ni lacio, su rostro que no era tan redondeado como debería, su estatura, como si le hubieran robado unos diez centímetros, la imitación mal lograda de su amiga de la infancia que le miraba con una expresión en el rostro que por primera vez en años le recordaba a Dalia.

—¿Pasa algo señorita Granger? —preguntó una vez pudo controlar sus emociones.

Esa broma de mal gusto llamada Hermione Granger, podía, al igual que Regulus, esconder a la Dalia real.

Sin bajar la mirada o dudar, Granger lo esquivó ágilmente y se paró en medio del despacho, como buscando algo, por un momento Severus pensó que estaba buscando a Regulus ¿Pero cómo podría saber que estaba allí? Además de que si buscaba a Regulus, eso significaba que la que había entrado en su despacho no era Granger, sino Dalia. Y la idea lo asustaba.

—¡REGULUS ARCTURUS BLACK! —gritó ella, provocando que Severus se olvidara de como respirar, por instinto cerró la puerta de su despacho, con brusquedad.

Debía haber tomado por sorpresa a Regulus, seguro que eso era lo que planeaba desde un principio, y Regulus hizo caer algo, porque siempre era una persona muy torpe.

—Te tengo —la escucho murmurar, parecía muy molesta.

¿Le guardaría rencor a Regulus por matarla? Pero según lo que le había contado su amigo estaban en un callejón sin salida, si Severus no podía enojarse con Regulus por eso, ¿Podría hacerlo Dalia? A menos de que Regulus no le hubiera contado todo.

Dalia avanzó hacia la puerta de la habitación de Severus y la abrió, el pocionista se reprochó no haber cerrado con llave.

—Hasta que logro encontrarte —dijo ella cruzándose de brazos—. ¿Qué haces allí escondido?

—Es... que... es... tu bogart —la voz de Regulus se quebró en eso último.

La ira de Granger, o mejor dicho de Dalia, pareció desaparecer en un segundo, volvió la mirada a Severus.

—Sev, ¿Qué pasa?

—Estábamos bromeando con eso hace rato.

—¿Con...?

—Con qué decir si alguien lo encontraba, no contigo.

—No sugería que fuera sobre... mí —dijo ella—. Regulus, está bien, solo quiero verte, me han estado evitando, los dos. ¿Cómo crees que me hace sentir eso?

Minutos después Severus preparó un té para sus amigos, era todo lo que tenía en el despacho aparte de café, y aunque a Dalia no le molestaría el café, Regulus nunca había gustado de las cosas amargas y no pensaba que era un buen momento para ponerlo a llenarse la taza de azúcar... además de que no tenía azúcar, pues a Severus le gustaba tomar el café amargo.

Les colocó las tazas delante, en silenció, Regulus tenía una expresión de absoluta miseria y tristeza, era extraño verlo con el cabello tan corto, aunque al menos ya había crecido un poco estas últimas semanas.

La generación rotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora