Capítulo quince

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Sección prohibida

Esta tarde escuché a los Gryffindor halagando a Slughorn; aparentemente, es uno de los mejores Slytherin y no le gustan los mortífagos. Tan cándidos y narcisistas, a Slughorn lo que no le gusta es la gente que pueda manchar su nombre, y a los Gryffindor lo que les gusta es la gente que alimenta su ego. ¿No te parece?


Nunca en su vida hubiera pensado que querría, voluntariamente, ir a visitar a la profesora de Adivinación. Pero esta era una de las pocas ocasiones en que, muy a su pesar, tenía que admitir que la situación la estaba rebasando y no tenía idea de qué hacer. Las visiones habían complicado las cosas con sus amigos y estaba agradecida de que todavía podía contar con ellos. Miró de reojo a Harry, esto era lo primero en lo que le pedía que la acompañara en mucho tiempo.

Había intentado hacerlo por su cuenta y agotó todos los recursos lógicos; desde leer todos los libros que, bajo su opinión, pudieran tener algún tipo de pista, hasta leer todos aquellos que evidentemente no hablaban del tema. Cuando se encontró hojeando un libro de encantamientos útiles para la cocina, aceptó que estaba desesperada y necesitaba calmarse para pensar con claridad. Apenas pudo distraer a sus amigos, se escapó a buscar respuestas en la sección prohibida. Allí encontró un par de pistas nuevas, pero aquellas pistas no llegaron de ninguno de los libros que allí se guardaban, sino del lugar.

Durante un tiempo, cansada de tanta lectura, sabiendo que esas visiones estaban afectando su promedio y su salud, había considerado contárselo a sus amigos. Decirles que, al igual que Harry en segundo año, a veces escuchaba voces que no sabía de dónde venían, y a diferencia de él, había comenzado a verlos, cosas ligeras entonces, nada como durante la selección. No es como si no lo hubieran notado; en ocasiones tenía visiones donde su cuerpo actuaba solo y decía cosas que realmente ella no diría.

Y se los habría dicho de no ser porque durante su segunda exploración a la sección prohibida una visión le había complicado un poco las cosas, aunque sabía podría haberlo omitido de la historia.

Aquella vez llegó temprano, poco después de que comenzara el toque de queda y en cuanto dejó de fingir que patrullaba la zona en busca de estudiantes fuera de horario, entró en la biblioteca, caminó hasta la sección prohibida y la abrió como había hecho la noche anterior.

—¿Para qué venimos aquí? —preguntó una voz a su espalda, su propia voz. Su cuerpo se quedó rígido mientras se debatía entre mirar atrás o no. Quizás fueran solo voces.

—¿Para ver unos libros? —preguntó una voz masculina que le sonaba familiar pero no recordaba dónde la había escuchado antes.

—No me fío de ti. En lo absoluto —aseguró su voz en un susurro, casi no la reconoció como suya, pero de alguna manera sabía que lo era—. Dices siempre que para ti estos libros son una pequeñita colección de libros infantiles.

—No es tan pequeñita, pero... —contestó la otra voz pareciendo dudar—. Me gusta el ambiente.

—Tienes razón, nada como unos libros gritones y la luna menguante —comentó la chica y aceleró el paso.

El resonar de las pisadas pronto dejaron de ser un simple sonido y una muchacha, alrededor de unos diez centímetros más alta, pasó a Hermione. Ésta se dio la vuelta con una sonrisa radiante en el rostro, su mismo rostro.

—¿Qué planes malvados tiene mi mago oscuro favorito? —preguntó ella con un tono juguetón mientras se sentaba en la mesa.

Aquello comenzó a darle mala espina a Hermione, pero en ese momento estaba más concentrada encontrándose las diferencias con la muchacha; ella vestía una túnica de Ravenclaw, era más alta, su cabello más lacio que el suyo, tenía unas ligeras ondas de un tono que parecía ser rojizo pero no lograba distinguir bien por la falta de luz, su piel algo más pálida, sus ojos eran similares, de color marrón, y su boca más redonda.

La generación rotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora