14. Little street sluts

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Chuuya había puesto una trampa para Dazai. Sabía que, tarde o temprano, caería en ella. Desde que mencionó que lo invitaría a su casa después de la segunda revisión del proyecto, Dazai no había dejado de rondar como un depredador acechando. El problema era que no había una fecha establecida para esa revisión, podían ser días o incluso semanas. Esa incertidumbre parecía estar afectando más a Dazai de lo que Chuuya había anticipado.

Al principio, Dazai se portaba sorprendentemente bien. Ninguna provocación directa. Asistía a las horas acordadas sin quejarse, sin intentar armar ningún espectáculo. Pero después de una semana, algo cambió. Chuuya lo notó el lunes por la mañana, cuando lo vio entrar al aula sin previo aviso, a la misma hora de siempre, pero en un día en el que Dazai no debería estar.

No era un incidente aislado.

A mediados de esa semana, lo vio dos horas todos los días, cuando su horario intensivo solo requería tres días a la semana. Algo andaba mal, y Chuuya, aunque intentó no darle importancia, no pudo evitar sentirse inquieto. Así que, en cuanto Dazai cruzó la puerta por quinta vez consecutiva, lo confrontó directamente.

—¿Qué mierda estás haciendo, Dazai? —Chuuya lo miró con una mezcla de exasperación e irritación, cruzando los brazos mientras el otro simplemente sonreía como si hubiera logrado una pequeña victoria—. Tenías un horario intensivo de tres días por semana y ahora estás aquí todos los días. No es normal.

Dazai arqueó una ceja con esa sonrisa traviesa que parecía disfrutar de algo que solo él entendía.

—Hablamos después de clases. Sensei — y con toda la calma del mundo tomó asiento.

Los estudiantes comenzaron a llegar. Chuuya no tuvo otra opción que dar su clase, ya luego se encargaría de revisar cuál de sus alumnos estaba coludido con Dazai.

Cuando la clase finalmente terminó. Dazai esperó a que el salón se vaciara antes de volver a acercarse a Chuuya. Lo cuál era una clara señal de peligro.

—El horario no me estaba sirviendo de mucho —comentó Dazai con su aire habitual de despreocupación, como si no fuera nada importante—, así que lo ajusté un poco. Akutagawa está encantado, por cierto.

Chuuya frunció el ceño, sintiendo que algo no cuadraba. La carpeta que Dazai dejó sobre la mesa parecía un detalle trivial, pero el trasfondo de sus palabras atrapaba su atención.

—¿Qué quieres decir con que lo ajustaste? —inquirió Chuuya, su tono cortante, dejando claro que no tenía paciencia para juegos.

Dazai se acercó con una sonrisa casi inocente, disfrutando visiblemente de la incomodidad que estaba creando. La silla de Chuuya crujió ligeramente cuando él, de manera casi automática, la echó hacia atrás, creando más espacio entre ambos.

—Le prometí a Akutagawa que le haría los apuntes y lo ayudaría a estudiar en privado. Ya sabes, como un buen senpai —explicó Dazai, dejando cada palabra con la calma de quien tenía todo bajo control. Chuuya observaba su expresión, cada gesto medido, como si saboreara el momento antes de soltar el verdadero golpe—. Lo único que pedí a cambio fue su tiempo extra en la escuela. Y a cambio, le ofrecí los DVDs completos de Little Stray House —añadió con una sonrisa ladeada—, la serie infantil en la que fui la estrella. Resulta que me admira por eso. Es adorable, ¿no crees?

Chuuya entrecerró los ojos, intentando mantener la calma. Sabía bien que el colegio no funcionaba como cualquier otro; el sistema de asistencia era estricto y automático, basado en la credencial que los alumnos escaneaban al entrar y salir de las clases. Y eso solo podía significar una cosa: Dazai tenía la tarjeta de Akutagawa y había utilizado algo tan simple como una serie infantil como moneda de cambio para ella.

TRUE INTENTIONS: THE SUBSTITUTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora