CAPÍTULO 1 | ¿A DÓNDE VAMOS, CALABACITA?

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(tres meses antes)

MAIA

—¿Qué me harías si estuvieras aquí?

Cuando era pequeña vinieron a nuestra clase dos trabajadores del ayuntamiento del pueblo para darnos una charla. Al principio, todos estábamos realmente enfadados porque era durante la hora del recreo. No obstante, en cuanto supimos la temática de la ponencia, esa indignación pasó a otra cosa. ¿Entusiasmo? ¿Curiosidad? El caso es que teníamos doce años y las hormonas revolucionadas, así que no era de extrañar que una charla de sexualidad nos diera tanto morbo.

Sin embargo, esa alegría inicial duró poco. En mi opinión, meterles miedo a los jóvenes no es la mejor manera de concienciarles sobre la responsabilidad que requiere este tema, pero parece que por aquel entonces los adultos no estaban muy de acuerdo.

Una de las cosas en las que más incidió la tal Carmela (nombre que jamás voy a olvidar después del pánico que me introdujeron en el cuerpo) fue en lo peligrosas que son las tecnologías y que nunca debíamos mandar fotos íntimas a nadie, independientemente de la relación que tuviéramos con la persona y por mucho que confiáramos el uno en el otro.

Bueno, puede que no le haya mandado fotos desnudas a nadie, pero no estoy muy segura de que Carmela aprobara esta llamada telefónica en específico. En realidad, no creo que le gustara ninguna de las que he mantenido con mi novio desde hace meses.

Escucho la respiración pesada de Marcus al otro lado de la línea tras escuchar mi pregunta.

—Probablemente te besaría —responde como si sus pulsaciones no estuvieran acelerándose poco a poco, al igual que las mías.

—¿Solo eso? —le chincho. Sé que es algo de lo que disfruta; ver cómo le reto.

—Mentira. En realidad, te acariciaría suavemente desde las puntas de los dedos. —Casi puedo sentir su tacto recorriendo mi brazo hasta llegar al cuello y mi piel erizándose en respuesta—. Luego me acercaría a tu oído y susurraría lo mucho que te quiero, —Un cosquilleo me recorre esa zona—, aunque también te confesaría todas las cosas guarras que me muero por hacerte.

Salgo ligeramente de mi estado de embriaguez y me doy cuenta de que lo está diciendo todo él. Siempre pasa, me quedo embobada escuchando las cochinadas que Marcus me dice en secreto a través del teléfono y se me olvida que no puede verme para saber lo que sus palabras provocan en mí. Porque si estuviera aquí no habría necesidad de hablar, tan solo tendría que prestar atención a mis pupilas dilatadas o pasar su mano por mi pantalón y sentir cómo mi cuerpo reacciona ante su voz.

—Y yo te diría que puedes probarlas todas conmigo —susurro, recordando que tengo vecinos y las paredes son de papel. Aunque de escucharme tampoco me entenderían, porque en Londres no hay ni un alma que hable español. Tan solo Emily, una compañera de clase que rápidamente se convirtió en mi amiga —y de Lidia también— y otros cuantos compañeros de mi universidad en España con los que no había hablado en mi vida hasta llegar aquí.

—¿Segura? —pregunta con voz sugerente—. Una vez dicho no puedes echarte atrás y créeme que son muchas las fantasías que tengo.

Con este comentario consigue sacarme una carcajada. Sé que se supone que este momento tiene que ser tenso y excitante, pero yo no soy capaz de ponerme seria en ninguna situación y mucho menos si implica a Marcus.

—Oye, no te rías; intento ponerte cachonda —se queja, empeorando todavía más la situación, porque cuando se enfurruña está adorable.

Continúa protestando un poco más hasta que por fin consigo serenarme un poco. Ha conseguido justo lo contrario a sus intenciones, pero intento meterme de nuevo en la situación, carraspeando ligeramente antes de hablar.

Digamos que para siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora