CAPÍTULO 10 | MI PROPIA HISTORIA DE AMOR

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MAIA

Después de todo el día lleno de clases aburridas en las que comerme la cabeza, para cuando llego a la biblioteca tengo las uñas destrozadas de tanto mordérmelas por los nervios. No es una novedad; en este tipo de situaciones se me suele remover el estómago, ya sea una cita médica o alguna reunión importante con un profesor. Incluso cuando le daba clases a una niña en mi pueblo durante el verano. Es la forma en que mi cuerpo expresa que la situación escapa a su control y no sabe a qué se tendrá que enfrentar.

De ahí que me sienta nerviosa ante mi primera tutoría con un profesor particular, independientemente de que sea Félix Ortega. Si me hubiera tocado cualquier otro estudiante también estaría así, seguro.

Atravieso los grandes portones de madera con grabados vegetales y dejo el vestíbulo atrás, en dirección a la primera planta, donde hemos quedado. Subo los peldaños uno a uno, como una mujer que se encamina hacia su muerte. Casi parezco una bruja siendo llevada a la hoguera, sabiendo que no puede hacer nada por evitarlo más que echarles un conjuro a todos los que la rodean. Bueno, yo estoy maldiciendo internamente a mi profesor por haberme asignado a Félix como tutor.

No llego a pisar el último escalón antes de ver una cabeza rubia al otro lado de la sala, en una mesa junto a la ventana, inclinada sobre un libro. En cuanto pongo un pie en la estancia, alza la mirada hacia mí y clava sus ojos verdosos en los míos, combinándose hasta crear el turquesa, casualmente uno de mis colores favoritos.

Mis piernas me llevan hasta ahí de forma automática, antes de que asimile la situación, y para cuando llego una sonrisa burlona ha aparecido en su cara. Me hace pensar en la de Marcus, que, independientemente del tiempo que llevemos juntos y las veces que la haya visto, siempre libera a las mariposas que viven en mi interior, solo para él. Sin embargo, la de Félix es diferente. Mientras que el gesto de mi novio es cariñoso y tierno, el que tengo frente a mí es más seductor, y me obliga a preguntarme si, en la situación adecuada, podría provocar en mí algo más intenso que mariposas.

—Buenos días, señorita —dice, arrastrando las palabras de manera insinuada.

Aparto la vista de esa sonrisa, pero permanezco inmóvil, de pie frente a él.

—¿Qué estás leyendo? —Señalo el libro que tiene abierto sobre la mesa, el cual no parece ser de teoría.

La biblioteca de la media noche. —Coloca el marcapáginas de tela para cerrarlo y enseñarme una portada que ya conozco—. ¿Lo has leído?

¿Que si lo he leído? Ese maldito libro marcó mi existencia hace dos años, cuando lo abrí por primera vez. Lo mucho que te hace reflexionar sobre todas las decisiones que has tomado en tu vida y cómo el más mísero detalle puede cambiarlo todo... Es una obra maestra, eso seguro.

En vez de responderle, me siento frente a él, para así mantener toda la distancia personal que pueda, y comienzo a sacar las cosas de la mochila. Busco en el portátil todos los temas que tenemos que estudiar, en parte para distraerme del hecho de que acabo de conocer a un hombre al que le gusta leer, es decir, el sueño de cualquier lectora.

Pero no, no me importa. Yo ya estoy felizmente viviendo mi historia de amor; llega tarde.

Como si pudiera leerme la mente, hace el comentario más inoportuno que podría habérsele ocurrido:

—¿Y cómo está tu noviecito el capitán? Hace mucho que no le veo.

Para cuando levanto la cabeza de la pantalla, veo que su mirada busca una reacción. La más mínima, por lo que intento mantener una expresión imperturbable.

—Deberías de dejar de stalkear a chicas —comento, volviendo a mirar el temario de la asignatura—, no es algo muy atractivo, la verdad.

Por el rabillo del ojo veo que su sonrisa no se ha atenuado ni una pizca. De hecho, parece divertirle la situación. Menudo idiota.

Digamos que para siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora