MARCUS
—Antes que nada, aclarar que estoy eufórico de que estés aquí cariño, pero necesito preguntar —digo con especial tacto, sin apartar la mirada de la carretera mientras apoyo una mano en su muslo y trazo círculos con cariño—. ¿Ha pasado algo que te haya hecho venir?
Cuando me levanté esta mañana y vi un mensaje de Maia enviado a las dos de la mañana diciéndome que necesitaba que la recogiera del aeropuerto al medio día saltaron todas las alarmas en mi interior. Lo último que sé es que fue de fiesta con sus amigas. ¿Habrá pasado algo? Solo de pensarlo me pongo enfermo y me invaden las náuseas en mi interior.
—Simplemente... —dice en voz baja, posando su mano sobre la mía—. Simplemente te echaba de menos, supongo.
Desvío el foco de mi atención para mirarla interrogante. Parece la de siempre, pero no se me va a olvidar fácilmente las sombras que he visto atravesar sus ojos antes de verme y esconder cualquier emoción que no sea felicidad. Y parece..., no sé, cansada. No cansada físicamente, sino en el ámbito emocional. Lo percibo cada vez que me mira.
Un suspiro pesado escapa de su boca.
—El inicio de cuatrimestre ha sido bastante caótico —confiesa—. Me apetecía volver a la normalidad este fin de semana. ¿Ocurre algo? —La última pregunta viene con un poquito de mala leche que no es habitual en ella. Casi como si sintiera que le estoy incriminando de algo.
Tuerzo ligeramente la expresión antes de responder, porque parece que vamos a discutir y no es algo a lo que esté acostumbrado:
—Pues claro que no, calabacita, por mí puedes venir cada semana si te apetece. Tan solo quería comprobar que todo estaba bien. —Le doy un apretón en la pierna y titubeo antes de formular una pregunta, temiendo su reacción—. ¿Pasó algo en la fiesta?
Vuelve la vista a la carretera y durante unos segundos que se me hacen eternos un silencio abrumador reina en el coche. Estoy a punto de abrir la ventanilla para deshacerme de la tensión que se ha instalado de repente cuando habla:
—Está todo bien, de verdad —dice a la defensiva, tal como me temía, y dobla las rodillas sobre sí misma librándose de mi contacto, como si le quemara, cosa que aumenta todavía más mi paranoia de que ayer ocurrió más de lo que dice. Suelta aire con exasperación—. Estaba borracha, ¿vale? —La veo tragar saliva—. Borracha y triste porque donde quería estar era aquí contigo, así que compré el vuelo antes de que mis amigas pudieran impedir el tarjetazo. ¿Contento?
Giro la cabeza hacia ella sorprendido por las formas, frunciendo el ceño. Aun así, balbuceo al buscar una respuesta.
—Maia, no te estoy recriminando nada. —Le aseguro—. Estoy preocupado porque me he llevado el susto de mi vida al levantarme y encontrar un mensaje de mi novia de madrugada diciendo que venía sin haberlo planeado, justo después de salir de fiesta con sus amigas. —Intento no levantar el tono ni que se me note alterado, porque lo último que quiero es empeorar la situación—. Perdóname por pensar que podría haberte pasado algo; no te estoy controlando, si es lo que sientes, simplemente me preocupo.
Veo de reojo cómo aprieta los labios sin atreverse a decir nada. Desde aquí no puedo estar seguro, pero la conozco mejor que a mí mismo y sé que está conteniendo las lágrimas.
—Amor —digo en un susurro, ganándome su atención—. Todos hemos hecho tonterías borrachos, yo el primero, —Me gano una pequeña sonrisa por su parte tras este último comentario—, así que no te comas la cabeza. De todas las estupideces que podrías haber cometido, tu subconsciente decidió gastarse tus ahorros en un vuelo para verme y me siento muy honrado, no te voy a mentir. —Le guiño el ojo, consiguiendo que se le escape una carcajada.
ESTÁS LEYENDO
Digamos que para siempre
Roman d'amourA lo largo del último año, MAIA ha aprendido que hay un momento en el que toca dejar de leer historias y empezar a vivirlas, y está segura de que su etapa de esconderse tras las páginas de un libro ha terminado. Su primera misión es sobrevivir a es...