MARCUS
Estoy agotado. Anoche me quedé hasta tarde enviándole la lista de admitidos al supervisor del departamento de extraescolares y después aproveché para mirarme por encima los apuntes del examen de Derecho Procesal que tenía a primera hora. Debería haber estudiado, pero pasar el fin de semana con Maia era mi máxima prioridad y no me arrepiento de nada, aunque me haya salido fatal y vaya a jugármelo todo en el examen final.
Miro el reloj mientras me encamino en dirección a la cafetería. Las doce y media. Aquí ya llevamos un mes de clases, pero en Londres esta era la primera semana de cuatrimestre y todavía no controlo mucho el horario de Maia, por lo que no recuerdo si ahora tenía clase o no. Me suena que acababa a y cuarto.
Pruebo a llamarla y, tras un par de tonos, se cuelga. Debe de estar todavía en clase.
Guardo el móvil tras escribirle que la llamaré esta tarde y visualizo a mis dos mejores amigos en una mesa al fondo. Rafa parece más contento de lo habitual y Alex está con el teléfono, lo cual ya es costumbre.
—¿Qué pasa chavales? —les saludo, sentándome junto a Rafa.
—El que faltaba —comenta este—, ¿qué tal tu fin de semana romántico? ¿Salisteis de la habitación?
Niego con la cabeza ante la broma de mi amigo.
—No te pases. —Le doy un sorbo a su bebida energética—. Además, ya has visto mis fotos en Instagram, no te hagas el sorprendido.
—Ah sí, el súper pícnic romántico. —Una sonrisita se dibuja en su cara y me pasa una mano por los hombros—. ¿Quién nos iba a decir que al final eras un principito sacado de una comedia romántica?
Pongo los ojos en blanco porque mi amigo es un payaso y le encanta vacilarme.
—Es broma —dice, separándose de mí—, me alegro mucho de que lo hayas pasado bien. ¿Verdad, Alex? —Alza el tono más de lo normal al pronunciar la última pregunta, mirando de reojo a nuestro amigo.
Alex, que hasta ahora se había mantenido al margen, tecleando en la pantalla de su teléfono, alza la vista en nuestra dirección.
—¿El qué?
Percibo cómo Rafa tensa los músculos, cansado de que siempre ocurra lo mismo.
—Que estamos muy contentos de que a Marcus le vaya bien en el amor.
Esboza una sonrisa y se levanta, recogiendo sus cosas. Cuando pasa a mi lado, me pone una mano en el hombro antes de hablar:
—Yo de lo que me alegro es de que no se nos queje más por no poder echar polvos con la chica de los libros. —Frunzo el ceño—. Me voy a clase, hablamos luego.
Conforme se va, me giro hacia Rafa con gesto interrogante. Sé que iba a broma, pero últimamente sus comentarios son más pasivo agresivos de lo normal. Encima esta vez sobre Maia, con la que siempre se ha llevado muy bien. Ayer me contó que lleva desde Navidad sin saber de él.
—Ya me estoy hartando, Marcus. —Suelta un resoplido; se pone las manos tras la nuca y cierra los párpados—. Lleva así desde que la maldita Cristina de las narices vino a Madrid. —Se incorpora y gesticula con las manos como cuando está enfadado—. Apenas queda con nosotros y cuando lo hace está pegado a la dichosa pantalla del móvil. ¿Te has dado cuenta de que ha cambiado hasta su forma de vestir? ¿Qué coño hace con esos zapatos de pijo si siempre ha ido en chándal y deportivas?
—No podemos hacer nada si él no abre los ojos —admito con resignación. Ya le hemos advertido unas cuantas veces y no hace caso. Es como cuando éramos pequeños y nuestra madre dejaba caer que debíamos empezar a estudiar para el examen final de historia, pero no lo hacíamos porque todavía quedaba un mes. Continuaba diciéndonoslo durante las siguientes tres semanas y nosotros asegurábamos que lo llevábamos bien. Sin embargo, no era hasta dos días antes del examen que nos dábamos cuenta de lo mal que estaba la cosa y buscábamos una solución.
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Digamos que para siempre
RomansaA lo largo del último año, MAIA ha aprendido que hay un momento en el que toca dejar de leer historias y empezar a vivirlas, y está segura de que su etapa de esconderse tras las páginas de un libro ha terminado. Su primera misión es sobrevivir a es...