CAPÍTULO 8 | FÉLIX

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MAIA

Al principio no le reconozco, pero me dejo guiar por ese cosquilleo interior que me insta a prestar más atención y hurgar en mi memoria hasta dar con él.

Ese pelo rubio oscuro que no llega a ser tan largo como el de Marcus, pero tampoco completamente rapado, dando pie a que se le despeine con el aire que corre por la universidad, ya lo he visto antes. Clava sus ojos verdosos en mí, pero continúo sin comprender de dónde viene esa sensación en mi estómago. Lleva una americana a juego con unos pantalones chinos claros; vamos, un pijo. No obstante, por el apellido me da que es español. Cuando me dirige una sonrisa enseñando sus perfectos dientes, casi se me cae el alma. De verdad que me suena de algo.

No puedo haberle conocido en una fiesta; me acordaría. Tampoco hemos coincidido en ninguna otra clase. Pero esa sonrisa...

—Hola Maia, soy Félix —dice, ajeno a la batalla que se libra en mi interior, tendiéndome la mano para que se la estreche.

Tardo unos segundos de más en hacerlo, pero cuando la siento entre mis dedos está suave.

Es entonces cuando me viene el recuerdo. La memoria de ese día que desearía olvidar. Ese momento que tanto Marcus como yo tratamos de evitar traer a nuestra mente de cualquier otra forma que no sea un recordatorio de lo que no tenemos que volver a hacer.

Segunda semana de junio, el partido final de la liga entre universidades. El equipo de Marcus jugaba contra los campeones del año anterior y, pese a haber ganado, fue bastante duro, en especial por el capitán del equipo contrario, que no dejaba de marcar goles. El capitán del equipo contrario que no dejaba de marcar goles y se llamaba Félix. Casualmente muy parecido físicamente al Félix que tengo justo delante.

«Últimos cinco minutos y a mí el corazón me va a mil. Bruno se la pasa a Alex quien, a su vez, intenta pasársela a Izan sin resultado alguno, siendo interceptada por Félix, a quien le estoy cogiendo bastante asco», lo recuerdo perfectamente.

No.

Puede.

Ser.

Pese a no ser el responsable, Félix representa al completo el momento en que Marcus me rompió el corazón para impedir que renunciara a mi sueño de estudiar en Londres. Montones de imágenes de ese día invaden mi cabeza. Frases que ninguno de los dos sentía, cómo me quedé sola en la calle tras escucharle decir a la persona de la que me había enamorado que todo había sido parte de un juego, aunque luego fuera mentira.

Félix no puede ser mi tutor. No voy a ser capaz de verle todos los días e ignorar los dolorosos recuerdos que parecen acompañar su presencia.

—Encantada —respondo tras un leve titubeo, intentando disimular el temblor de mi voz, y de todo mi cuerpo en general.

Es entonces cuando frunce el ceño. Parece ser que su cerebro ha tardado un poco más en hacer clic que el mío, aunque no llega a reconocerme. Normal, yo a él le tuve a plena vista durante los noventa minutos que duró el partido, suficiente como para que al menos me suenen sus principales rasgos, mientras que a mí no pudo verme más que al final, cuando bajé a felicitar al equipo (y a mi novio, concretamente).

—Muy bien —habla por fin el profesor, sobresaltándonos a ambos—, Félix ya está al tanto de la situación así que me retiro para que os organicéis.

Dicho esto, nos quedamos mirando cómo se aleja por el pasillo hasta que gira a la izquierda y deja de ser visible.

Suena una palmada que me hace volver a la realidad y girarme hacia Félix con los ojos abiertos.

—Con que Amaia Martín, eh —dice, dirigiéndome una mirada inquisitiva, de esas que parecen indagar en tu interior, haciendo que instintivamente retroceda—. ¿Española?

Digamos que para siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora