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" De todos modos, yo no existo. Soy un ser evanescente: la hija del aire, enamorada del viento."
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𝐄𝐋𝐕𝐈𝐑𝐀 𝐀𝐉𝐔𝐒𝐓𝐀𝐁𝐀 𝐋𝐀 𝐅𝐀𝐋𝐃𝐀 𝐐𝐔𝐄 𝐋𝐋𝐄𝐕𝐀𝐁𝐀 𝐏𝐔𝐄𝐒𝐓𝐀 𝐅𝐑𝐄𝐍𝐓𝐄 𝐀𝐋 𝐄𝐒𝐏𝐄𝐉𝐎. Su baúl ya estaba preparado, lleno de sus pertenencias para su estancia en Hogwarts. Aunque sentía una leve emoción por regresar.
Un leve golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos. Murmuró un "adelante" y vio cómo Wonka, el elfo doméstico de la casa, entraba a su habitación con una profunda reverencia.
—Ama mía, vengo por sus cosas para llevarlas al salón —anunció con voz sumisa.
—Gracias, Wonka. Las cosas están en mi cama —le respondió con una pequeña sonrisa. El elfo siempre había sido amable con ella, quizás más de lo que cualquier otro en la casa. Ese pequeño gesto la reconfortaba, aunque no lo admitiría en voz alta.
Wonka, con su delgada figura encorvada, se acercó a la cama y, con esfuerzo pero dedicación, comenzó a recoger las pertenencias de la pequeña rubia.
Cuando el elfo salió de la habitación, Elvira soltó un leve suspiro que apenas rompió el silencio en el aire. Con un gesto automático, llevó sus delicadas manos a su cabello, ajustándolo una vez más, buscando que el flequillo cubriera la cicatriz que siempre deseaba ocultar.
Hoy iría al andén 9 ¾ junto con su madre, un trayecto que significaba mucho más que el simple viaje a Hogwarts. Representaba su entrada al mundo mágico, uno que la conocía más por su nombre y legado que por su verdadera esencia. Y aunque intentaba convencerse de que estaba lista, sabía que la mirada de su madre la seguiría todo el tiempo, asegurándose de que mantuviera la postura que una Grinweld debía tener.
Sin perder más tiempo, tomó un pequeño brillo labial con aroma a fresas de su tocador. Lo deslizó suavemente sobre sus labios, sintiendo el ligero frescor que le brindaba.
Dio una última mirada a su reflejo en el espejo. Todo en su imagen proyectaba la perfección que su madre esperaba de ella: la falda perfectamente acomodada, el cabello cuidadosamente colocado. Sin embargo, bajo esa apariencia impecable, solo ella conocía la marea de emociones que se agitaban en su interior.
Respiró hondo, dejando escapar una pequeña tensión en sus hombros, y salió de la habitación. El día había comenzado.
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Caminaba junto con su madre hacia el andén 9¾ por primera vez, un lugar casi escondido, un rincón de magia entre el bullicio caótico de la estación muggle. Al ver a los muggles pasar apurados con sus enormes maletas y expresiones de estrés, la madre de Elvira torció levemente el gesto, como si le repugnara estar rodeada de personas que consideraba inferiores.
