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"¿A donde huís? Si todo es abismo."
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𝐃𝐄𝐒𝐏𝐔𝐄́𝐒 𝐃𝐄 𝐏𝐀𝐒𝐀𝐑 𝐔𝐍 𝐓𝐈𝐄𝐌𝐏𝐎 𝐄𝐍 𝐋𝐀 𝐒𝐀𝐋𝐀 𝐃𝐄 𝐓𝐑𝐎𝐅𝐄𝐎𝐒, 𝐂𝐀𝐃𝐀 𝐔𝐍𝐎 𝐓𝐎𝐌𝐎́ 𝐒𝐔 𝐏𝐑𝐎𝐏𝐈𝐎 𝐂𝐀𝐌𝐈𝐍𝐎 𝐇𝐀𝐂𝐈𝐀 𝐋𝐀 𝐒𝐀𝐋𝐀 𝐂𝐎𝐌𝐔́𝐍 𝐃𝐄 𝐒𝐔𝐒 𝐂𝐀𝐒𝐀𝐒. Elvira caminaba en silencio, con la mente atrapada en lo que había ocurrido. No podía sacudirse el torbellino de pensamientos que la invadía, el eco de las palabras y los eventos del día resonando con fuerza en su interior.
Cuando llegó a donde estaban sus amigos, les contó lo que había descubierto, esbozando una sonrisa que, aunque sincera, no lograba disipar la opresión en su pecho.
—¡No se imaginan lo que encontré en la sala de trofeos! —dijo, intentando sonar entusiasta.
Los comentarios de sus compañeros fueron animados, y Elvira se sintió extrañamente aliviada al ver que ellos se alegraban por ella. El reconocimiento y el apoyo de sus amigos le dieron un poco de consuelo, como si al menos en ese momento, todo estuviera bien.
Esa misma noche, ya acostada en su habitación, Elvira no podía dejar de pensar en su padre. Acurrucada junto a su gata, Crystal, pasó los dedos suavemente por su pelaje oscuro. Un suspiro pesado escapó de sus labios mientras dejaba a Crystal sobre la cama y se levantaba con cuidado. Se colocó una bata sobre el pijama, sintiendo el frío de las mazmorras en su piel, agarró su varita y lanzó una última mirada hacia Pansy, que dormía plácidamente, sin percatarse de la inquietud que atormentaba a Elvira.
Con sigilo, salió de la sala común de Slytherin y comenzó a recorrer los pasillos del castillo, rogando no encontrarse con su Jefe de Casa. El sonido de sus pasos resonaba en la quietud de la noche, cada eco aumentando su sensación de soledad. A menudo caminar la ayudaba a despejar su mente, pero esta vez no servía. Su cabeza seguía llena de pensamientos oscuros, girando en torno a su padre y la forma en que su madre le ocultaba cosas. Por un instante, Elvira sintió una punzada de envidia hacia Harry. Al menos él siempre oía lo maravillosos que habían sido sus padres, mientras que los suyos... una sonrisa amarga apareció en su rostro. Era absurdo sentirse así, después de todo, Harry era su amigo y sus padres también estaban muertos. Pero eso no aliviaba el peso que cargaba.
Tan perdida estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta de lo lejos que había llegado hasta que su cuerpo chocó ligeramente contra una gran puerta de madera. Miró a su alrededor; todo estaba envuelto en sombras, las paredes de piedra apenas visibles bajo la luz de la luna. Al fijarse mejor, se dio cuenta de que estaba en el tercer piso, el área prohibida. Una pequeña sonrisa traviesa asomó en sus labios.
