❛13. El santuario del dolor❜

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El viento gélido se cuela entre sus rizos oscuros, helándolo hasta los huesos, y su cuerpo tiembla

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El viento gélido se cuela entre sus rizos oscuros, helándolo hasta los huesos, y su cuerpo tiembla. Cierra los ojos con la esperanza de hallar un respiro, pero el aire que inhala es tan cortante como una navaja que se clava sin piedad en sus pulmones. Se inclina hacia adelante, apenas rozando con los dedos el agua helada que descansa ante él. Observa con resignación cómo la punta de sus dedos rápidamente se tiñe de un rojo pálido, como si su cuerpo intentara en vano defenderse del frío implacable.

A pesar de su divinidad, incluso él no está a salvo aquí. No en la vasta soledad de la Antártida. Perseus contempla el horizonte interminable de blancura que se extiende frente a sus ojos, un paisaje vacío y desolador que parece reflejar el tiempo que ha transcurrido, aunque él ya no lo perciba con claridad. Hace demasiado que su conexión con el mundo se desvanece, lo suficiente como para sentir el peso de ser olvidado.

Las ofrendas que antes abundaban han disminuido. Las pocas que aún recibe ni siquiera provienen de los semidioses, sino de los miembros de su propia familia. Cierra los ojos, luchando por recordar sus rostros, pero las imágenes son borrosas, casi irreales. Se pregunta en silencio cómo estarán. ¿Estarán bien? Una parte de él desea que sí, pero otra, más profunda, sabe que no puede estar seguro. El lazo que los unía se ha debilitado con el paso del tiempo, y con ese lazo, él también se ha marchitado. Como hojas secas al viento, su familia se desmorona, y él se desmorona con ellos, perdiendo cada pedazo de sí mismo.

A veces, en los rincones más oscuros de su mente, recuerda cómo todo comenzó a fracturarse. Le resulta imposible borrar el eco de la guerra. Al principio, había sido un final tan anhelado, una victoria teñida de alivio. Todos, a pesar de las pérdidas, pudieron respirar de nuevo. Incluso él, cuando aún era simplemente Percy, había encontrado algo de paz. Sus amigos estaban bien, él estaba bien, y por un breve instante, el mundo parecía tener sentido. Había salvado a su primo de la furia descontrolada de su tío, y aquel acto fortuito los unió de una manera que ni siquiera él comprendió del todo. Sin darse cuenta, pasó cada vez más tiempo junto a su familia divina, y durante esos días, el cielo parecía más azul, los problemas más lejanos.

Reían juntos, compartían momentos fugaces de alegría, como si las sombras del pasado no pudieran alcanzarlos. Y entonces llegó ese día, su vigésimo tercer cumpleaños. Lo llamaron al Olimpo para una "justa", o al menos así lo llamaron. Percy aún recuerda la mirada de Hermes cuando apareció ante él. ¿Tenía los ojos azules? ¿O eran marrones? Ya no lo sabe con certeza. Solo recuerda que brillaban, y que su voz, aunque familiar, tenía un peso que Percy no supo descifrar en ese momento.

No se negó. ¿Por qué lo haría? Desde que había cumplido dieciocho, su familia había comenzado a organizar esas reuniones extrañas, encuentros en los que se sentaban a conversar sobre cualquier cosa, aunque la mayoría del tiempo lo hacían para criticar a su tío Zeus. Pero la intención de esos encuentros importaba más que las palabras que se intercambiaban. Sin embargo, ese día algo había sido distinto. Tal vez debería haber notado la tensión en los hombros de su primo, la sonrisa afilada y fría de su padre, o el brillo melancólico en los ojos de Artemisa, su prima.

❝ Always an Angel. ❞             - - ̗̀๑❪ Percy JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora