❛14. La perdida de un hijo❜

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Desde que Perseus ascendió a la divinidad, diez largos años habían pasado

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Desde que Perseus ascendió a la divinidad, diez largos años habían pasado. Los primeros siete, no había permitido que su voz tocara los labios de ningún dios. El dolor de la traición aún palpitaba en su pecho, una herida abierta que buscó sanar refugiándose en los semidioses.

Él estaba allí, siempre allí, inquebrantable como una sombra protectora.

Los recibía con los brazos de un padre roto, los despedía con el peso del abandono. Cuidaba de ellos como si, en sus corazones frágiles y mortales, pudiera encontrar la redención que el Olimpo le había negado. Eran suyos, lo sabía. En su soledad divina, los llamaba hijos aunque no fueran su sangre. Porque, al final de todo, Perseus era su protector, el guardián que no pudo ser para sí mismo. Los vigilaba en la quietud de la noche, los arrullaba en sus pesadillas, esperando que así, tal vez, pudiera mantenerlos a salvo. Pero cada lágrima que derramaba por los niños muertos, aquellos que nunca llegaron a ser reclamados, lo consumía en un silencio insoportable.

No había entendido nunca la posesividad de los dioses, no hasta que se convirtió en uno. Saber que esos niños, sus vidas y sus muertes, estaban entrelazados con su existencia era un dolor que le quemaba, pero también le hacía brillar de una manera que lo aterraba.

Y aún así, en medio de todo, estaba solo. La gente que amaba se alejaba, sus amigos, aquellos que conocieron a Percy y no a Perseus, lo habían dejado. Uno a uno, como si su divinidad los ahuyentara. ¿No entendían que él aún recordaba cómo era ser Percy? ¿No veían que debajo de todo ese poder seguía estando el chico que una vez luchó junto a ellos?

Se habían ido, lo dejaron atrás, aislado en su inmortalidad. Y no dijo nada. ¿Qué podría decir? No podía detenerlos, aunque hubiera querido. Los entendía, una parte de él lo hacía. Quisieron alejarse del caos, de la maldición que era la sangre divina. Pero, al hacerlo, lo dejaron a él sumido en la oscuridad que tanto odiaban.

Algunos, muy pocos, se quedaron. Thalía, en su silencio, acompañaba sus noches, sentada a su lado mientras él intentaba ahuyentar las pesadillas de los niños en el lago. Reyna, siempre fuerte, le contaba de las amazonas, una visita que esperaba con un anhelo oculto. Rachel, con su arte, le mostró cómo manejar el dolor que a veces lo ahogaba. Pero el vacío seguía allí.

Había oído rumores de Annabeth, de su vida en la universidad, de un chico. Y aunque su corazón muerto no sentía nada, algo en él deseaba que estuviera bien. Nico y Will, casados, viajando, construyendo algo hermoso lejos del alcance de su mirada. Leo, Piper, Jason, todos en Nueva Roma, una vida nueva que él nunca podría tocar. Hazel y Frank, en Nueva York, abriendo una pastelería. Se alegraba por ellos, lo hacía, pero una parte de él no podía evitar resentirlo. Sentía ese peso de la divinidad, ese desprecio silencioso que los dioses sienten por los mortales. Y lloró. Lloró por lo que había perdido, por lo que se había convertido.

A pesar de todo, sonreía. Cuidaba de los niños, evitando mirar a los dioses que llegaban a visitarlos, como si al hacerlo traicionara su propia alma. Pero había uno, uno que era diferente: Kyle Willow.

❝ Always an Angel. ❞             - - ̗̀๑❪ Percy JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora