Prólogo

40 2 2
                                    

El aire dentro del laboratorio subterráneo era tan frío como el acero de las paredes, un lugar diseñado no solo para contener los experimentos, sino para aislarlos del mundo exterior. Cada paso resonaba con un eco metálico mientras dos científicos caminaban a través de los pasillos, iluminados por luces blancas que parpadeaban de vez en cuando, como si estuvieran al borde de apagarse. No eran dos personas comunes, eran científicos de renombre dentro de Rusia, reclutados específicamente por su especialización en virología, genética y neurología. Y aunque el exterior del laboratorio era desconocido para la gran mayoría de las personas, los rumores sobre lo que sucedía en su interior comenzaban a filtrarse.

-¿Lo has notado? -comenzó uno de los científicos, ajustándose las gafas con un aire de calma casi perturbadora-. Al principio no es obvio, pero una vez que los ves, es imposible ignorarlo.

-¿A qué te refieres? -preguntó su colega, un hombre más joven, pero igualmente desprovisto de cualquier signo de empatía o compasión mientras caminaban entre las vitrinas.

El científico mayor hizo un gesto hacia el vidrio reforzado de la primera sala de contención. Dentro, una mujer estaba sentada en una esquina, los brazos temblando, aferrándose al último vestigio de humanidad que le quedaba. Su piel estaba pálida, casi traslúcida bajo l una especie de tran que tenía frente a ella blanca. Parecía estar en o más aterrador era lo rozo de carne cruda que arrancaba a mordiscos, devorando con desesperación.

-¿Ves cómo empieza? -dijo el científico mayor, con una sonrisa torcida-. Un simple dolor de cabeza, uno que la mayoría ignoraría. Pero no es solo un dolor normal... es un precursor.

La mujer en la vitrina dejó de masticar un segundo, sus ojos vacíos, como si ya no hubiera una chispa de conciencia en ellos. Aun así, su mandíbula seguía funcionando, moviéndose mecánicamente, deshaciéndose de la carne cruda como si fuera lo único que la mantenía con vida.

-Es increíble -respondió el más joven, inclinándose hacia el cristal-. El hambre... esa necesidad, parece estar más allá de lo humano.

-Exactamente. Al principio, es solo un antojo continuó el científico mayor mientras caminaba hacia otra vitrina, en la que un hombre de mediana edad estaba arrodillado, mirando hacia el techo, con los ojos completamente nublados-. Como cuando alguien siente la necesidad de azúcar o cafeína. Pero luego... luego se convierte en algo más.

-Perdí la cuenta de cuántas fases hemos registrado -dijo finalmente el más joven-. Cada uno de ellos es único, pero al mismo tiempo, todos terminan igual.

-Claro. Cada infectado reacciona de manera diferente. El científico mayor continuó explicando mientras caminaban hacia otra vitrina, donde otro hombre, mucho más musculoso, golpeaba el vidrio con una fuerza aterradora-. La condición física previa del infectado parece influir en la evolución del virus. Este sujeto, por ejemplo, era un atleta. Un corredor de maratón. Ahora, observa su comportamiento... es casi depredador.

El infectado dentro de la vitrina lanzó otro golpe, con una velocidad y precisión que hacían que sus movimientos parecieran casi calculados. Sus músculos se tensaban bajo la piel, y su rostro, aunque deformado por la locura del virus, mostraba una intensidad aterradora.

-Cada uno de ellos utiliza las habilidades que alguna vez tuvieron para cazar. Si eran fuertes, se vuelven más fuertes. Si eran rápidos, se vuelven veloces como bestias. El virus amplifica lo peor de ellos.

El científico más joven se inclinó hacia el cristal, mirando detenidamente los movimientos del infectado. Incluso en su estado degenerado, todavía había una extraña elegancia en cómo se movía. Pero también algo profundamente aterrador. Algo monstruoso.

-¿Y qué hay de los otros sentidos? -preguntó, sin apartar la vista del sujeto.

-Sus ojos se deterioran rápidamente, nublándose hasta que no pueden ver casi nada -respondió el científico mayor mientras señalaba el rostro del infectado-. Pero sus oídos... -sonrió, como si estuviera a punto de revelar un secreto-. Se vuelven increíblemente sensibles. Un simple sonido, incluso el más leve, puede desencadenar una reacción violenta. Cualquier cosa que haga ruido cerca de ellos se convierte automáticamente en una presa.

De repente, un leve zumbido mecánico resonó en el laboratorio, y el infectado dentro de la vitrina reaccionó instantáneamente, girando su cabeza hacia el sonido y lanzándose contra el cristal. Su cuerpo chocó con tal fuerza que el vidrio crujió.

-¡Cuidado! -gritó el joven, dando un paso atrás.

El científico mayor se rió suavemente, sin moverse de su lugar.

-No te preocupes. Este cristal está diseñado para soportar mucho más que eso -aseguró-. Pero como puedes ver, la reacción es inmediata. No piensan, no dudan. Simplemente atacan.
-No te preocupes. Este cristal está diseñado para soportar mucho más que eso -aseguró. Pero como puedes ver, la reacción es inmediata. No piensan, no dudan. Simplemente atacan.

Ambos científicos continuaron su recorrido por las vitrinas. Cada paso que daban los acercaba más a las fases más avanzadas de la infección. Los gemidos y gruñidos de los infectados se hacían más fuertes, mezclándose con los gritos lejanos de aquellos que aún luchaban por retener algún vestigio de su humanidad.

Finalmente, llegaron a la última sección. Aquí, los infectados ya no eran reconocibles como humanos. Sus cuerpos estaban deformados, con la piel arrancada en algunos lugares y los músculos expuestos en otros. Los ojos completamente blancos, los rostros desencajados y las manos crispadas en garras sanguinolentas. Uno de ellos, en particular, se arrastraba por el suelo, sin piernas, pero aún así avanzaba con una determinación aterradora.

-Este es el final -dijo el científico mayor con un tono solemne-. Ya no queda nada de la persona que una vez fueron. Su cerebro ha sido completamente consumido por el virus. Todo lo que queda es esa necesidad insaciable de carne.

El joven observó con horror mientras el infectado sin piernas trataba desesperadamente de alcanzar la puerta de su vitrina, arrastrándose por el suelo como un animal herido, pero aún así peligrosamente agresivo.

-¿Y la cura? -preguntó finalmente, su voz apenas un susurго.

-Estamos trabajando en ello -respondió el científico mayor, aunque su tono no era convincente -. Pero, para serte honesto... no estoy seguro de que queramos encontrarla. Lo que hemos creado aquí es... algo más. Algo superior. Una nueva forma de vida.

El joven se quedó en silencio, mirando a los infectados que gemían y golpeaban sus vitrinas. Dentro de esos cuerpos deformes y esas mentes consumidas por el hambre, no podía ver nada superior, solo horror.

-¿Superior? -repitió, incrédulo.

El científico mayor asintió lentamente.

-La evolución no es bonita -dijo, su voz gélida y calculada-. Pero es necesaria. Y nosotros estamos en la primera fila de lo que podría ser el siguiente paso en la evolución de la humanidad.

Ambos hombres se quedaron en silencio por un momento, mirando a los infectados en sus vitrinas, criaturas atrapadas en un ciclo interminable de hambre y locura. Era imposible no sentir un escalofrío recorriendo la espalda ante la idea de que, para algunos, aquello fuera la "evolución".

-El mundo no está listo para esto -susurró finalmente el joven, apartando la mirada del horror que tenía ante él.

-Tal vez no lo esté -respondió el científico mayor -Pero no se puede detener lo inevitable.

Infectados_Banginho.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora