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Capítulo 1: El Inicio del Fin




Christopher siempre había sido un chico tranquilo, el tipo de persona que mantenía un perfil bajo y que prefería no llamar la atención. Vivía en un barrio que muchos considerarían peligroso, donde los robos, los asaltos y las peleas entre pandillas eran algo común. Pero Christopher nunca había tenido problemas. Su vida estaba dividida entre el trabajo y los estudios, y eso lo mantenía seguro. Trabajaba en una pizzería, un empleo modesto, pero que le permitía pagar las facturas. El resto del tiempo lo pasaba estudiando gastronomía, su verdadera pasión. Aunque el poco tiempo que tenía lo empleaba bien, rara vez salía de su casa a menos que fuera estrictamente necesario. Si necesitaba hacer ejercicio, lo hacía en la pequeña habitación donde vivía.

Era una rutina aburrida, pero le daba paz. No tenía muchas amistades ni tampoco buscaba tenerlas. La verdad es que no confiaba demasiado en la gente. Crecer en ese barrio le había enseñado a ser autosuficiente. Sus padres, antes de mudarse al barrio, eran de un rancho, y Christopher había aprendido todo lo que un chico de campo debía saber: desde albañilería hasta electricidad, e incluso cómo arreglar aparatos domésticos. También sabía cómo lidiar con animales y, por supuesto, cocinar. Estas habilidades lo convirtieron en alguien autosuficiente. Sabía que si algo iba mal, no tendría que depender de nadie más.

Ese día, Christopher estaba en la escuela, trabajando en un platillo complicado. Era un examen importante para su clase de cocina, y no podía fallar. El sonido del cuchillo cortando con precisión cada ingrediente, el calor de los hornos, el olor a especias y salsas llenando la cocina... ese era su mundo, su refugio. Pero algo en el ambiente estaba cambiando. El ruido habitual de la escuela, el murmullo de los estudiantes, se había transformado en una serie de susurros inquietantes. Había tensión en el aire.

Christopher, sin embargo, no prestaba demasiada atención. Estaba acostumbrado a ignorar el caos a su alrededor. Pero entonces, las sirenas comenzaron a sonar en la calle. Al principio, pensó que solo era otro incidente en el barrio, algo que pasaba con más frecuencia de la que le gustaría admitir. Sin embargo, los gritos comenzaron a llenar los pasillos. Los profesores entraron en las cocinas, con el pánico pintado en sus rostros.

—¡Tienen que salir de aquí ahora! —gritó uno de los docentes. Su voz temblaba, y eso fue lo que hizo que Christopher levantara la cabeza del plato que estaba preparando. Algo estaba mal. Muy mal.

El caos estalló. Los estudiantes corrían de un lado a otro, mientras los profesores intentaban poner orden. Christopher se quedó inmóvil por unos segundos, observando cómo la situación se descontrolaba. ¿Qué demonios estaba pasando?, se preguntó.

—Vamos a formar grupos de cuatro. Tienen que mantenerse juntos si quieren sobrevivir —dijo uno de los profesores, visiblemente alterado.

¿Grupos de cuatro? Christopher no podía creer lo que estaba escuchando. Había escuchado rumores sobre una nueva enfermedad que estaba circulando, algo relacionado con una vacuna defectuosa que supuestamente había sido creada para erradicar la rabia. Pero no había prestado mucha atención. Los rumores eran solo eso: rumores. Sin embargo, ahora parecía que esos susurros de advertencia habían sido reales.

Cuando lo asignaron a su grupo, Christopher sintió una oleada de frustración. Quería irse solo, confiaba en que podría cuidarse mejor que depender de otros, pero no tuvo elección. El sistema de los profesores ya había comenzado a funcionar. Miró a los tres que ahora serían sus compañeros: dos chicos que conocía de lejos en sus clases, los gemelos Jisung y Félix, y un niño pequeño llamado Jeongin, el hijo de uno de los profesores. Christopher no pudo evitar soltar un suspiro. Esto tiene que ser una jodida broma, pensó. Jisung y Félix eran delgados, sin mucha fuerza física, y Jeongin era solo un niño. ¿Qué se supone que haré con estos? . Por un momento, sintió que todo estaba perdido. Pero la necesidad de sobrevivir era más fuerte.

—Vamos a la azotea —ordenó Christopher, tomando el control. No había tiempo para cuestionar su liderazgo. En situaciones como esta, alguien tenía que asumir el mando.

Los demás lo siguieron en silencio, aún conmocionados por el caos. Subieron las escaleras lo más rápido que pudieron, hasta que finalmente llegaron a la azotea. Desde allí, Christopher pudo ver el verdadero alcance del desastre. Las calles estaban llenas de gente corriendo, algunos de ellos claramente heridos. Pero lo que realmente lo inquietó fueron los cuerpos tambaleantes que se movían entre la multitud, atacando a cualquier persona que se les cruzara.

Zombis. No había otra palabra para describirlos.

Christopher frunció el ceño. Sabía que algo extraño estaba pasando, pero ver a esos... seres, aquellos que alguna vez habían sido humanos, moverse con hambre y violencia era otra cosa. Sus movimientos eran lentos, torpes, pero cualquier error podría ser mortal.

—Tenemos que movernos rápido —dijo Christopher, su voz firme, pero su mente ya trazando un plan.

Sabía que no podían quedarse en la escuela por mucho tiempo. El supermercado más cercano estaba a unas pocas calles, y eso sería su refugio temporal. No podían confiar en que los zombis los dejaran en paz. No si los escuchaban. Y por lo que podía ver desde la azotea, la situación solo empeoraría. La gente estaba entrando en pánico, y pronto habría más muertos que vivos.

Bajaron de la azotea, volviendo a la cocina. Christopher recogió varios cuchillos grandes y afilados. No eran armas ideales, pero servirían para lo que necesitaban. Mejor esto que nada, pensó.

—Síganme y no hagan ruido —ordenó.

El grupo lo obedeció, caminando detrás de él mientras Christopher abría la puerta trasera del edificio. La calle estaba en silencio, pero podían ver algunos cuerpos tambaleándose a lo lejos. Los zombis no eran especialmente rápidos, pero si los escuchaban, vendrían en hordas. Christopher mantuvo la calma, calculando cada movimiento.

Con los cuchillos en ambas manos, avanzó, derribando a cualquier zombi que se cruzara en su camino. Los cortes eran precisos, letales. No había margen para errores. Jisung y Félix lo miraban en silencio, sorprendidos de la calma y habilidad de Christopher para enfrentarse a esos seres. Jeongin, por su parte, intentaba no mirar demasiado, pero Christopher podía sentir el miedo en el niño.

Llegaron al auto de Christopher después de lo que parecieron horas. El camino estaba despejado, pero eso no significaba que estuvieran a salvo. Subieron rápidamente y Christopher arrancó el motor. El sonido atrajo a algunos zombis más, que comenzaron a tambalearse hacia ellos. Sin embargo, Christopher aceleró, alejándose del caos lo más rápido que pudo.

El supermercado apareció ante ellos poco después. El estacionamiento estaba lleno de coches abandonados, pero el interior parecía vacío. Christopher detuvo el auto y bajó primero, asegurándose de que no hubiera peligro antes de permitir que los demás salieran. Luego, juntos, comenzaron a bloquear las puertas con cualquier cosa que encontraron, desde carros de supermercado hasta estanterías de productos.

—Vamos a tapar las ventanas —dijo Christopher, mientras aseguraba la entrada principal. Sabía que estarían allí por un tiempo, pero no indefinidamente. —Necesitamos comer todo lo perecedero primero. Los enlatados los guardaremos para cuando tengamos que movernos.

Pasaron los primeros días comiendo lo que quedaba en los refrigeradores. Era la única comida que podían consumir antes de que se echara a perder. Pero no fue suficiente para tranquilizar a los demás. Jisung y Félix estaban claramente en shock, mientras que Jeongin apenas hablaba, aferrándose a la chaqueta de Christopher como si fuera su única fuente de seguridad.

Los días pasaron, y aunque el caos seguía reinando fuera, dentro del supermercado, Christopher mantenía el control. Organizó las provisiones y estableció una rutina. Era lo único que podía hacer para mantener a todos con vida.

—Si nos quedamos aquí, moriremos. Pero si salimos sin estar preparados, será peor —les dijo una noche, mientras acomodaba latas en cajas para el eventual día en que tendrían que moverse.

El grupo lo escuchaba en silencio. Había algo en Christopher que les daba la sensación de seguridad, incluso en medio de la desesperación. Todos habían caído en la desesperación, pero no él. Su calma era lo único que evitaba que todo colapsara.

Pero Christopher sabía que este era solo el principio de algo mucho peor.

Infectados_Banginho.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora