Cuentos para un Omega curioso

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Vacía tu bolsillo en tu mente, y tu mente llenará tu bolsillo.

Benjamin Franklin.

Según vamos adquiriendo conocimiento, las cosas no se hacen más comprensibles, sino más misteriosas.

Albert Schweitzer.

Quien no añade nada a sus conocimientos, los disminuye.

El Talmud.



Clement esperó paciente a que llegara la noche para ir a capturar el espíritu del atrapasueños. Todo el día transcurrió con sus padres mostrándole la isla a Sohol, él caminando a un lado del comandante a veces dando su opinión sobre algunas cosas, la verdad es que no pudo concentrarse, más interesado en ese supuesto ser mágico que en asuntos de lores. Con un mapa del bosque no lejos del castillo, acompañó al Braavosi hasta el río más adecuado, uno con aguas tranquilas que usarían para la prueba. Al encontrar el sitio ideal, Clement dejó su regalo hundirse en el fondo y tomando su antorcha se alejó para ocultarse detrás de unas rocas para que el espíritu no se asustara con su presencia. De pronto se sintió un poco estúpido haciendo eso, pero si ese Alfa andaba haciendo lo mismo, el bochorno sería de los dos.

—¿Y cómo sabremos si el espíritu ha quedado en el atrapasueños?

—Lo sabremos.

—Pero ¿cómo?

Sohol sonrió. —Lo sabremos.

No le dijo más, los dos sentados con sus espaldas pegadas a la roca, escuchando el viento mecer las ramas de los árboles, silbando entre ellas o haciéndolas crujir. Permanecieron en esa posición sin hablar porque eso también podría amedrentar al espíritu, quedándose ahí sentados perdiendo el tiempo admirando un paisaje nocturno de un bosque. Una lechuza cantó a lo lejos, momento en el que el comandante se puso de pie, llamándolo para recoger su atrapasueños. Clement frunció su ceño, metiéndose al agua para sacarlo y verlo igual que antes, salvo que muy mojado.

—No hay nada.

—Observa el reflejo del agua.

Algo receloso, bajó la mirada al reflejo en el agua. Un grito nada digno de su persona se le escapó, como un chillido agudo, lanzando lejos el atrapasueño y cayendo sobre su trasero en la orilla del río. El Alfa se carcajeó, ofreciéndole un brazo a un muy airado Omega quien se levantó gruñendo con las mejillas rojas por la escena que acababa de hacer. La culpa había sido de Sohol, este recuperando el atrapasueño que sacudió del exceso de agua. Clement volvió a mirar el reflejo mientras lo hacía, notando ese ser ahí bailando entre los nudos y tejidos, era como un palito verdoso con brazos y piernas muy largas, tanto como su delgadísimo cuerpo sin llegar a notar una cabeza como tal pero sí un rostro que se le antojó como de una hoja viva.

No estaba alucinando, ahí estaba una cosa en el atrapasueños, solo que se veía en el reflejo y no a la vista, algo que jamás había pensado. Recuperando su perdida dignidad, se acercó al comandante, envolviendo su regalo. Sohol lo miró todavía divertido por aquella escena que le había restado dignidad a su nombre.

—¿Y bien?

—... sí existe.

—Hay muchos seres mágicos en el mundo, pero aquí en Poniente los han olvidado. Parece que solo tienen ojos para los dragones.

—Gracias —musitó Clement con un ligero puchero todavía enojado por haber hecho el ridículo.

—Ahora ya tienes algo para dormir a gusto.

Sui GénerisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora