Las bestias también pueden ser bellas

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La cólera no nos permite saber lo que hacemos y menos aun lo que decimos.

Arthur Schopenhauer.

La ira es una locura de corta duración.

Horacio.

La ira ofusca la mente, pero hace transparente el corazón.

Nicolás Tommaseo.




Los torneos le habían interesado únicamente porque era el momento para ver nuevas armas o qué tipos de movimientos se podían hacer para derribar a un contrincante. Clement nunca los vio de otra forma, hasta ese momento cuando a Lord Bartimos se le ocurrió celebrar un torneo en honor a su compromiso, con el comandante como su campeón. Su madre estaba en las nubes por la felicidad de que hubiera caballeros rompiéndose el hocico en su nombre, emocionada confeccionándole un traje acorde a la ocasión con el joven Omega preguntándose para quién era realmente el torneo, aunque verla tan contenta le trajo una sonrisa, dejándose hacer mientras su padre preparaba todo.

Todo debía ser más que nada un mero teatro porque le daba la sensación de que su campeón era invencible. Había espiado a Sohol una mañana cuando entrenaba con sus hombres, esos músculos tan marcados no se habían forjado en un parpadeo, volviendo a encontrar esas viejísimas cicatrices en su espalda desnuda de crueles latigazos que contaban historias interesantes o dolorosas, podría ser que un poco de ambas. Se encontró suspirando por alguna razón luego de que sus ojos se pasearan por aquel pecho ancho con un torso firme cual acero Valyrio brillando por el sudor del ejercicio. ¿Quién iba a vencer a un Hijo del Banco de Hierro de Braavos? A menos que fuese un torneo de verdad, la cosa no sería tan sangrienta ni tan aparatosa, solo encuentros amistosos por decirlo de alguna manera.

Luego de estar ayudando con el rescate de Lord Corlys quien todavía estaba moribundo en una isla cercana a Pentos, el distraerse con ese torneo pareció una buena idea para todos, al menos para los Celtigar quienes no tenían de qué preocuparse como los Valeryon por quién estaría en el Trono de Pecios durante la ausencia de su señor o quién lo ocuparía si su señor definitivamente ya no despertaba. Ser una casa vasalla tenía sus ventajas en ese sentido. El Tigre de Hielo había ayudado -y mucho- protegiendo los demás barcos de la flota, otro motivo por el que Lord Bartimos decidió lo de esos duelos ceremoniales, un poco más para lucirlo que realmente una pelea.

—Oh, amor, te ves increíble —los ojos de Lady Samara brillaron de satisfacción al recorrer su figura.

Era un traje rojo, con bordados en plata, el velo blanco con su tocado en rojo igual, un trenzado Celtigar con algunas joyas obsequiadas por su prometido. Clement tuvo que aceptar que se sintió bastante bien al verse en el espejo, dejando las vanidades para luego porque era hora de ir a la arena preparada por Lord Bartimos, con los caballeros invitados al torneo, entre ellos estaría Aldren, a quien fue a saludar con mucha emoción, notando que ya portaba sus primeras insignias que lo acreditaran como un caballero, aunque a decir verdad se le notaba cambiado. Su aroma era más fuerte y su cuerpo también, no como Sohol, pero tampoco nada despreciable.

—Ya eres todo un caballero.

—Y tú un Omega más o menos decente.

—No te esfuerces mucho.

—Hey, ¿crees que no ganaré?

—Mmm, nope.

Esta vez ocuparía el palco central, porque era el agasajado, con una corona de rosas rojas y blancas qué obsequiar a su campeón en el desfile de los contrincantes que no se dejó ver para la consternación de todos los asistentes. Hubo unos cuchicheos, murmullos inesperados y el retraso evidente de los caballos con sus jinetes. Lord Herwell preguntó la razón porque aunque su amigo gustaba de las bromas, también sabía ser serio cuando ameritaba la ocasión. Todos se miraban entre sí al momento de ver un lacayo corriendo casi a tropezones al palco a informar.

Sui GénerisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora