Narrado por Dmetry.
El viaje se había extendido más de lo que había imaginado. Las horas parecían deslizarse con una lentitud insoportable. Había dejado atrás Italia; mis dos hijos hermosos y una esposa irresistible que, para mi desdicha, me odiaba con cada fibra de su ser. Sabía que mantenerse ocupado sería lo único que me ayudaría a no pensar en ella, pero era inútil. Estaba indignado, casi como un adolescente incapaz de controlar sus deseos por una mujer. Le había ordenado a Ghedda que regresara a Suiza. Allí, antes de conocerme, tenía una vida; no tenía sentido que siguiera tras de mí, sabiendo que lo único que podía ofrecerle era dinero y complacer sus caprichos. Mi deuda con ella era profunda, pero no pasaba de eso.
Y una vez más, Ximena—esa pequeña e impredecible mujer—me demostró que tenía poder sobre mí. Un poder que no podía soportar. Mientras más intentaba alejarme de ese hecho, más entendía por qué había tomado la decisión de casarme con ella y, en el proceso, privarla de tantas cosas. Era una necesidad, un deber que sentía por mantenerla bajo control. Decirle “no” se había convertido en un acto constante. "No puedes hacer lo que te da la gana", me repetía una y otra vez. Yo estaba aquí. Yo era su marido todavía, y debía mostrarme digno del respeto que merecía. Quería gritarle que me obedeciera, que sus actos ofensivos no pasarían desapercibidos. Si no cumplía, le prometía en silencio que se arrepentiría. La castigaría de una manera que le doliera, pero que también, perversamente, disfrutara.
Verla caminar libremente, tan liberal y desafiante, me carcomía por dentro. Mis deseos oscuros luchaban por salir a la superficie, pero algo siempre me detenía: nuestros hijos. Sabía que cada acción que tomara contra ella podría afectar su percepción de mí, de nosotros. No quería que mi relación con Ximena se convirtiera en un modelo tóxico para ellos. Aunque me desgarrara, tenía que controlarme por su bien.
Ximena, siempre tan astuta, se encargaba de recordarme que no me tenía miedo. Con cada gesto, cada palabra, demostraba que conocía mis debilidades y que no dudaría en usarlas si era necesario. La advertencia que le había dado al salir de México había sido un fracaso. Había pensado, de manera arrogante, que ella—una mujer pequeña, frágil—se asustaría y se sometería. Pero no, había vuelto más fuerte, decidida, con una determinación que me desconcertaba. Esa independencia que había cultivado me recordaba a las mujeres que siempre me rodeaban: fuertes, calculadoras, implacables. La Ximena inocente y sumisa había desaparecido. Ahora, mostraba un interés inquietante por mi mundo, el mundo donde yo reinaba.
Y aunque no lo admitiera, me desestabilizaba. No era miedo, pero sí incomodidad. No era un lugar para ella. La mujer con la que me había casado no debía estar aquí, en este mundo despiadado que había construido con mis propias manos. Por las noches, cuando no podía sacarla de mi cabeza, intentaba recordar aquellos momentos en los que todo era más simple, pero cada vez se hacía más difícil recordar. Todo en ella se había convertido en un enigma, algo impenetrable que me frustraba y fascinaba al mismo tiempo.
A pesar de todo, no podía negar la afición que sentía por ella. Una parte de mí, profundamente enterrada, sabía que siempre había estado bajo su control. Sasha y Matt, incluso, me lo habían advertido: un hombre como yo, indomable, había sido domado por una mujer tan pequeña. Al principio, me negué a creerlo. Pero con el tiempo, los documentos, las fotografías comenzaron a golpear mi orgullo, mi propio ego. Ximena no era la misma de antes, y tampoco lo era yo.
Ahora, ella era más fría, más calculadora. Sus ojos reflejaban una fuerza que no había visto antes, y esa fuerza me desconcertaba. En el fondo, me sentía culpable. Le había dado el poder para transformarse en lo que ahora era. Había dejado que Matt la ayudara, que la protegiera, que le ofreciera trabajo, dinero, lo que fuera necesario para que siguiera adelante. Pero ahora, las cosas se habían salido de control. Matt había hecho tan bien su trabajo que Ximena no estaba dispuesta a retroceder. Quería competir, quería estar en mi mundo. Y yo, en parte, no podía detenerla sin contradecirme a mí mismo.
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YO SIEMPRE CONSIGO LO QUE QUIERO PARTE II "JAQUE MATE MISTER D"
RomantikXimena, tras enfrentarse a un destino injusto, decide tomar las riendas de su vida y comenzar de nuevo, esta vez sola con sus hijos. A medida que reconstruye su vida, descubre que los lazos que la unen a Dmetry pueden ser más fuertes que incluso la...