Capítulo 29

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A la semana siguiente...

—Para mañana quiero que hagáis los ejercicios de la página 139 —dijo la profesora de matemáticas cerrando su libro—. Si no los hacéis, tendréis un punto negativo que se os restará de la nota final del curso. —La campana sonó y todos empezamos a recoger nuestras cosas—. Hasta mañana.

—Menos mal que tengo a Duncan para ayudarme... —dijo Brit suspirando—. No sé cómo voy a aprobar todo.

—Puedes de sobra —le dije pasando mi brazo por sus hombros—. No eres tonta.

—Ya, pero a mí no me van a dar una beca por las notas.

—Pero estoy seguro de que verán tu gran potencial si presentas tu maravilloso blog dentro de la solicitud.

—¿Tú crees?

—Está claro que ese blog es tendencia en esta ciudad, Brit —respondió Giselle a su lado—. Se van a pelear por ti.

Brittany nos abrazó con fuerza.

—¿Estáis celebrando algo? —preguntó Trevor detrás de nosotras—. Yo también quiero un abrazo.

Giselle se separó de nosotras y se abalanzó sobre él.

—No puedes ser tan celoso, Trevor.

—Lo justo para llamar tu atención —contestó sonriendo—. ¿Te veo esta tarde?

—Por supuesto. —Le dio un beso en los labios y se bajó—. Te acompaño al coche.

—¿Char? —me preguntó mi hermano.

—Voy a coger un par de cosas de la taquilla. Ahora os alcanzo.

Asintieron con la cabeza y se marcharon por el pasillo. Me paré delante de mi taquilla y la abrí. Una pequeña bolsa blanca apareció ante mis ojos.

—¿Y eso? —preguntó Joe a mi lado.

Le miré extrañada y cogí la bolsa. Metí la mano y saqué una pequeña caja.

—¿Qué es esto? —Abrí la caja y saqué un colgante dorado.

—Déjame ver. —Joe me quitó la bolsa y miró dentro—. No hay nada.

Acaricié el colgante con suavidad y noté una rugosidad por detrás. Le di la vuelta y ahí estaba: una pequeña corona grabada detrás del colgante.

—No puede ser...

—Dame. —Joe me lo quitó de las manos y me lo puso en el cuello—. Si no sabemos de quién es, al menos podrás lucirlo.

—Claro —murmuré.

Un rato después estaba tumbada en mi cama toqueteando el colgante. Era imposible. No podía ser de él.

Llamaron a mi puerta y la cabeza de mi padre apareció por el hueco.

—¿Vas a salir hoy? —me preguntó.

—He quedado con un amigo.

—Bueno, dile a ese amigo tuyo que entre a presentarse.

—¿Es necesario?

—Si lo prefieres, puedes quedarte en casa. —Bufé y sonrió divertido—. Así me gusta.

Salió de mi cuarto y me tapé la cara con la almohada. ¿Por qué tenía que pasarme esto a mí?


Unas horas después...

Sonó el timbre de casa y caminé más rápido por la habitación. ¿Por qué tenía que ser tan puntual?

Me puse el colorete a toda velocidad y me repasé el pelo con el cepillo. Me puse delante del espejo una última vez y salí de mi cuarto. Bajé las escaleras intentando parecer tranquila, pero con mi padre nunca podía pasar nada bueno.

Entré en el salón y los vi a los tres sentados hablando tranquilamente.

—Char. —Me di la vuelta y vi a Giselle asomándose por la cocina—. ¿Cómo va?

—Si acabo de bajar.

—Tengo retenido aquí a tu hermano, tu tranquila —me susurró.

—Te estoy escuchando —habló Trevor por detrás.

Giselle puso una mueca y sonreí divertida. Respiré profundamente y entré en el salón.

Mi padre estaba sentado en el sofá y miraba fijamente a Damon.

—Char, ya estás aquí —dijo mi madre al verme.

Damon se levantó y bajó un poco la cabeza como saludo.

—Ven, siéntate a mi lado —sugirió mi padre.

—Nosotros íbamos a salir.

—¿Qué prisa hay?

Mi padre agarró mi mano y tiró de mí. Me senté a su lado y le fulminé con la mirada.

—Bueno, Damon nos estaba contado que estaba en su último curso universitario —habló mi madre.

—Eso es, señora Maverick. Pronto empezaré a trabajar en la empresa de Sam Walton.

—Ese hombre no sabe hacer negocios —bufó mi padre.

—Colin —le regañó mi madre.

—¿Qué? Solo digo que le falta un poco más de visión internacional —respondió.

—Señor Maverick, me comentó Charlotte que tenía una empresa multinacional.

Mi padre se incorporó con interés y le miró curioso.

—Eso es.

—¿Podría aconsejarme para un proyecto final que tengo que presentar?

Los ojos de mi padre se iluminaron y asintió con la cabeza animadamente. Con una frase, se lo había ganado.

Mi padre se levantó y se puso al otro lado del sofá para estar más cerca de él.

—¿Le has dicho que le preguntase eso? —me susurró mi madre.

—Te prometo que no.

—Este chico es muy listo entonces —comentó sonriendo.

—Pobre porque ahora papá hablará durante más de diez minutos.

—Al menos no intentará matarle.

Solté una risita nerviosa. El timbre retumbó por toda la casa.

—¿Esperáis a alguien? —le pregunté extrañada.

—A lo mejor tu hermano.

Me levanté del sofá y me acerqué a la puerta. Tenía la sensación de que algo no iba bien. El timbre volvió a sonar y esta vez se asomó mi hermano por la puerta de la cocina.

—¿Abres o abro yo?

Fruncí el ceño y acerqué mi mano al pomo de la puerta. Lo bajé lentamente y abrí la puerta encontrándome con esos ojos color miel que tanto había extrañado.

—¿Derek?

Y ahora MillerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora