Capítulo 0: La Tradición

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-Catalina, este punto lo has hecho mal, tiene que dar 2 vueltas y tú solo le has dado una ¿lo ves? ¿Catalina me estas escuchando?

La verdad es que no, no estaba escuchando a mi madre. La costura siempre me había parecido de lo más aburrida pero, segun ella tenía que aprender para cuando me casara. Al igual que cocinar, hacer las tareas de la casa... Todo el día con la palabra casar en la boca. Estaba empezando a odiarla.

-Madre, ¿no puedo bajar un rato con mis hermanos?- yo prefería practicar con la espada, así Padre me dejaría salir sola por los alrededores del reino sin vigilancia.

-No Catalina. Ni si quiera has hecho una pasada. - como podéis ver, a mi madre no le hacía ni pizca de gracia que tocara cualquier utensilio de caza. Podria arruinar las finas manos que tienes decía siempre.

-¿Al menos puedo entrar? - mi madre asintió como respuesta.

Era principios de enero y el frío ya calaba en los huesos. Odiaba el frío, apenas me podía mover con todas las capas de ropa que llevaba y además... la gente estaba rara. Se acercaba la fecha y aunque nuestro reino tenga una belleza descomunal frente a los reinos de al rededor, también posee una siniestra maldición,  por llamarlo de alguna manera. Durante el primer mes del año, un dia alazar y en la noche, una muchacha es sorprendida con una flor palida en su cama. Se que puede sonar normal, tal vez sea de un pretendiente puedes pensar, pero no es así. En Palidia están prohibidas todas las flores, cualquiera que plante o entre una al reino se le condena con la muerte. Pero, por más que tratemos, no podemos evitar que esa flor se pose una vez cada año a los pies de la cama de una joven, ya sea de la nobleza o de las más humildes. Después de 24 horas, aproximadamente, la muchacha desaparece. Nadie sabe quién pone la flor. Nadie sabe quién se lleva a las mancebas. Y, lo más importante, nadie sabe si siguen vivas.

El año pasado se llevaron a una llamada Victoria. No la conocía mucho pero se que trabajaba en la cocina y salía con un mozo de quadra, el pobre lo pasó fatal. Y ella también, recuerdo que me enteré que había sido la elegida al oírla llorar quando me dirigía al almuerzo. Muchas de las doncellas la intentaron calmar sin éxito. Espero que esté bien.

Me dirigí a la biblioteca, el único lugar que me permitía evadirme de todo. Escogí un libro que tenía por terminar, me senté al sofa y empecé a leer. Aún no había terminando un capítulo cuando Carlota, mi doncella, interrumpió en la sala.

-Mi señora, es hora de prepararse para la cena- dijo después de una breve reverencia.

-Ahhh... Claro, vayamos.- dejé el libro en el sofá y me levanté.

Cuando llegamos a la habitación me senté delante de el tocador y empezamos a hablar mientras recolocaba algunas horquillas de mi peinado. Odiaba el silencio.

-¿Cómo esta el pequeño Jaime? ¿Aún sigue en cama?

-Gracias a dios no. Ya casi esta recuperado del todo, el pobre no para de insistir en salir a jugar. -dice ella con una sonrisa que se me contagia.

-Es un alivio.

Carlota solo tenía un par de años más que yo pero ya estaba casada y con hijos. Llevaba a mi servicio 4 años, después de tener a su primer hijo. A mi madre le pareció la candidata perfecta, cercana a mi edad, casada y con un hijo. Mi madre tenía la esperanza de que Carlota me trasmitiera ganas por casarme y crear a una familia.

-Listo. Ya está como recién peinada.

-Perfecto. Pues ya te puedes retirar, nos vemos mañana.

-Si. Buenas noches. - dijo y se marchó.

Yo me rocié un poco de colonia y bajé al comedor. Al haberme entretenido leyendo llegué la última. Hice una pequeña reverencia y me sente en mi silla. A los pocos segundos me ofrecieron la cena.

-Justo estábamos hablando de ti.- dijo mi padre.

-¿De mí?- seguro que de nada bueno.

-Sí, esta tarde me ha llegado una carta de Beroanis. El rey ha aceptado que te cases con su hijo menor. No serás reina pero seguirás perteneciendo a la realeza.

-Pero padre, Beroanis...

-Catalina, no estás para escojer, ya no tienes 16 años y los pretendientes escasean. Es una buena oportunidad y no la vamos a malgastar.

Preferí no contestar porqué sabía que era como hablar con un caballo, nunca llegaríamos a un acuerdo. Sabía que Carim, el hijo menor de la monarquía de Beroanis, era un chico agradable, él no me preocupaba pero Beroanis... era un lugar demasiado triste, todo era arena, apenas habían algunas plantas o rios, por no hablar de lo animales. Dudo que pudiese ser feliz en un lugar así, además hace mucha calor y, aunque antes me quejara del frio, odio muchísimo más el calor.

Comí rápido y cuando terminé, mencioné que había tenido un día muy ajetreado para poder escabullirme. Cuando llegué a la habitación, me deshice el pelo y me metí en la cama, sin cambiarme de ropa. Luego escuché como poco a poco, los integrantes de mi familia se fueron retirando a sus respectivos aposentos y, después esperé. Esperé hasta que no se escuchara nada durante varios minutos, me levanté de la cama y me puse la capa. Era hora de salir.

El Secreto De Las FloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora