𝓔𝓵 𝓡𝓮𝓯𝓾𝓰𝓲𝓸 𝓮𝓷 𝓵𝓪 𝓽𝓸𝓻𝓶𝓮𝓷𝓽𝓪

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El aire nocturno era frío y denso cuando Cellbit regresó al mansión, su mente aún agitada por los pensamientos que lo habían acompañado durante todo el la noche. Las sombras de la noche parecían susurrar secretos a su alrededor, pero todo lo que deseaba en ese momento era un respiro, un momento de paz. Al abrir la puerta, lo primero que escuchó fue el suave murmullo de la televisión y los pasos ligeros de Roier acercándose hacia él.

-¿Que paso? -preguntó Roier, con esa misma dulzura de siempre.

Cellbit se quitó la chaqueta, dejándola caer sobre una silla antes de cruzar la distancia que los separaba. No respondió de inmediato, y Roier, perceptivo como era, lo notó al instante. En lugar de insistir, lo tomó de la mano y lo llevó hacia el sofá.

-Ven. -dijo suavemente-. Descansa un poco. Has tenido una noche larga.

Cellbit no discutió. Dejó que Roier lo guiara y se sentó a su lado, sintiendo cómo la tensión comenzaba a disolverse un poco bajo el toque cálido de su piel. Por un momento, ambos se quedaron en silencio, simplemente disfrutando de la cercanía del otro. Roier se acomodó más cerca, recostando su cabeza en el hombro de Cellbit.

-No tienes que decirme lo que pasó -dijo Roier en voz baja-. Solo... quédate conmigo un rato.

Cellbit cerró los ojos, dejando que las palabras de Roier lo envolvieran como una manta. Sentía el peso de sus decisiones, el peligro que seguía acechando en las sombras, pero en ese instante, todo lo que importaba era Roier. Se inclinó hacia él, inhalando su aroma, sintiendo la tranquilidad que solo él podía ofrecerle.

-Te necesito, Roier -susurró, casi como una confesión.

Roier levantó la vista, sus ojos reflejando una mezcla de ternura y comprensión. No dijo nada más, simplemente se inclinó hacia adelante y besó suavemente los labios de Cellbit. El beso fue lento, sin prisa, como si quisiera recordarle que, sin importar las tormentas que rugieran afuera, siempre habría un lugar seguro entre ellos.

El calor entre ellos comenzó a intensificarse, pero no era solo físico. Era la necesidad de Cellbit de aferrarse a algo real, a algo puro, en medio de un mundo que se desmoronaba a su alrededor. Sus manos recorrieron el cuerpo de Roier con una mezcla de urgencia y cuidado, como si buscara consuelo en cada caricia, en cada susurro compartido en la penumbra.

...

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La habitación estaba bañada por una luz tenue, apenas suficiente para revelar las sombras que se movían con sigilo. Cellbit observaba a Roier, sus ojos ardiendo con una intensidad que pocas veces dejaba escapar. Había algo en esa mirada que electrificaba el ambiente, que parecía prometer mucho más de lo que las palabras podían expresar. Roier sintió que su piel se erizaba en anticipación.

Cellbit no dijo nada al principio, solo se acercó lentamente, como si cada paso fuera calculado, como si supiera que Roier lo esperaba. Las yemas de sus dedos rozaron la piel de su cintura, enviando una descarga a través de su cuerpo, haciéndolo estremecerse. Roier contuvo la respiración por un instante, como si en ese toque se concentrara el peso del mundo.

-Estoy aquí -susurró Cellbit, sus labios apenas rozando los de Roier, lo justo para que la promesa quedara suspendida entre ellos-. Siempre estaré aquí.

Roier sintió cómo esas palabras lo envolvían, cómo rompían la barrera que había mantenido entre ellos durante tanto tiempo. Se dejó llevar, rindiéndose a la presión firme de Cellbit, y permitió que lo atrajera más cerca. Sus labios se encontraron en un beso que no fue suave ni tímido, sino cargado de urgencia, de una pasión contenida que ahora se desbordaba. Cellbit se movían con la misma precisión con la que hacía todo, recorriendo cada centímetro de la espalda desnuda de Roier, descubriendo lo que ya conocía pero disfrutando como si fuera la primera vez.

El mundo exterior se desvaneció, quedando solo ellos dos, inmersos en un espacio donde el tiempo parecía detenerse. El pulso de Roier se aceleraba con cada movimiento, mientras las caricias de Cellbit lo envolvían, haciéndolo sentir como si fuera el centro de su universo. Había en esos toques algo más que deseo, había una promesa silenciosa de amor, de entrega total.

Cellbit se movía con una certeza abrumadora, su cuerpo hablaba el mismo idioma que el de Roier, cada acción encontraba una respuesta que no necesitaba de palabras. Sabía exactamente cómo hacer que Roier se sintiera vivo, cómo avivar las llamas que ardían dentro de él.

Roier dejó que sus manos exploraran también, reconociendo el terreno conocido pero aún emocionante. Su respiración era entrecortada, pero sus pensamientos estaban claros. Cellbit era su refugio, su hogar. Cada caricia, cada susurro, lo anclaba más en esa realidad donde nada más importaba.

-Te amo -murmuró Roier, su voz apenas audible, pero cargada de un sentimiento que resonaba en el aire.

-Te amo más -respondió Cellbit, su voz baja pero firme, como si no hubiera duda en su mente.

El mundo podría haber dejado de girar en ese momento, y ellos no lo habrían notado. Porque ahí, en esa habitación, solo existían ellos, unidos en cuerpo y alma. Lo físico, lo emocional, todo se entrelazaba de una manera que parecía trascender lo terrenal. No había prisa, no había urgencia más allá de la necesidad de estar el uno con el otro. Se movían al unísono, como si fueran dos partes de un todo inseparable.

La noche los envolvía, pero dentro de ellos brillaba una luz que solo podían ver entre ellos, un resplandor que los mantenía conectados, firmes en su amor, seguros de que, pase lo que pase, siempre se tendrían.

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𝓜𝔂 𝓵𝓲𝓽𝓽𝓮 𝓫𝓸𝔂 (Guapoduo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora