El amanecer había llegado al castillo con una calma forzada por las anteriores batallas. En esos momentos el castillo parecía un lugar vacío y deprimente, una guerra era lo que más esperaba en aquel momento de aburrimiento y desespero.
El principito se sintió atrapado. La falta de batallas impuestas por su padre y su tío lo asfixiaba. Con su energía juvenil, en ese momento deseaba más que nada aprovechar lo poco que quedaba de su infancia.
Mientras deambulaba por los pasillos del castillo, sus pensamientos volaron hacia el rey azul. La idea de visitar el reino de su tío era tentadora, pero sabía que tenía que esperar un tiempo, el cual para él, era demasiado largo. Un intento de fuga a plena luz del día se veía tentador, pero no tenía ganas para soportar los regaños de su padre por huir del castillo quedando vulnerable a que lo encuentren en plena escapada.
Sus ojos escanearon las altas ventanas que dejaban entrar los rayos del sol, dibujando patrones dorados en el suelo de piedra. En su mente se estaba formando un plan audaz para una huida futura, si lo hizo una vez lo haría de nuevo.
Su desayuno en soledad no le ayudaba en nada; ni siquiera jugar con la comida lograba entretenerlo. La monotonía de la mañana se instalaba en el castillo, hasta que, de repente, vio aparecer al primo de su padre.
_¡Buenos días, sobrino. Veo que estás despierto! _saludó con una sonrisa burlona.
_Te perdiste toda la noche _dijo el pequeño príncipe, reclamando a su tío.
_Debía mejorar mi cañón._ respondió, mientras empujaba el plato a un lado, buscando al menos un sorbo de café.
_Pudiste pedir que te lo arreglen aquí, los constructores están dispuestos a reparar cualquier cosa con tal de que les des un buen pago._ respondió el principito rodando los ojos.
_Prefiero usar mis propias habilidades. Son únicas cuando se trata de mejorar mi cañón. Aparte, no entiendo por qué me deberías estar reclamando._ replicó, jugueteando con un trozo de pan con un aire de desafío.
_Me reprendes cuando quiero salir por la noche sin guardias ¿Cómo no me voy a quejar sabiendo que tú lo haces? _el niño frunció el ceño, cruzando los brazos con un aire de rebeldía.
_Eso es diferente, yo soy un adulto y tengo mis propias responsabilidades en la aldea._ se defendió.
_Eso no quita el hecho de que andes vagando toda la noche y luego reclames a otros de que hagan lo mismo._ replicó el joven principe, frunciendo una ceja y comiendo un pan de la mesa.
El cañonero sonrió, disfrutando del tira y afloja de parte de su pequeño sobrino. Pero eso no le quitaba el hecho de que no sabía que el principito era el mismo diablo con una fachada angelical. Era divertido querer discutir con él de esta manera en dónde ambos reían.
_Yo soy más de afuera, ya estoy acostumbrado a cosas que ustedes no podrían soportar, como dormir para no pasar hambre y crear mis propias herramientas con materiales caseros._dijo el cañonero mientras comía su mendrugo de pan y bebía su café.
_Me cuesta creer que hayas crecido con los pobres._ respondió el principito, controlando su tono de voz con una mezcla de incredulidad y desafío.
El cañonero soltó una carcajada profunda que resonó en el comedor real.
_Aunque te cueste creerlo, he vivido y pasado por cosas que ustedes nunca vivirán, y voy a seguir conservando mis humildes costumbres hasta el día que me muera. ¿Te sorprende, pequeño diablo?_ replicó el cañonero con firmeza y un destello de picardía en sus ojos.
_Pero ahora tienes la vida más fácil. Aparte de los lujos que puedes darte en el castillo, no entiendo por qué te quieres seguir complicando la vida eligiendo el camino difícil, sabiendo que ahora tienes poder.
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Los Secretos De La Realeza
Hayran KurguQue curioso que a la familia entera no le guste que le digan sus verdades.