Capítulo 2: Pocas opciones

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—Recuerda algo, Deku —Bakugo sonrió y con su mano tomó el cabello revuelto de Izuku, que estaba en el suelo intentando tomar aire—. Jamás serás un héroe, ¿Comprendes? —en su otra mano tenía el análisis de Deku—. Esto puede serle útil a cualquier otra persona, menos a ti —sonríe y hace una explosión, arruinando el cuaderno; soltó el cabello, empezando a irse con sus amigos—. Te lo digo por tu bien; aspira mejor a ser un inútil policía... oh, ¡Ya sé! ¡Puedes ser mi trabajador en mi futura agencia! —se carcajeó con su grupo y se fue.

Izuku se levantó lentamente del suelo y comenzó a caminar hacia su hogar, sosteniéndose su estómago, y su pierna derecha comenzaba a cojear. Limpió la sangre en su cara y los rastros de lágrimas. Una nueva paliza de Katsuki Bakugo; así era su "amistad" desde que se supo que no tenía don alguno.

Entró a su casa con cuidado de no hacer ruido, observó que no había más pares de zapatos en el mueble de la entrada y suspiró aliviado. No sabría qué decirle a su mamá si es que lo viera golpeado de esa manera; no quería arruinar la amistad de ella con su madrina. Mitsuki Bakugo era eso, la madrina de ambos mellizos.

Dejó sus botas rojas en su lugar y subió a su habitación. Dicen que la habitación de una persona refleja sus pensamientos e Izuku sabía que su mente era un desastre igual que ese cuarto.

¿Por qué? ¿Porque siempre era él? ¡Se supone que al menos el veinte por ciento de la población no tenía dones! ¿¡Qué hay con ellos!? Nunca había escuchado una noticia sobre algún sin don por ahí que fuera abusado de la manera en que él lo sufría. Apretó las correas de su mochila con fuerza y con frustración la arrojó en su cama con enojo.

—¡Kacchan! ¡Kacchan! —comenzó a dar golpes al aire y patadas torpes que no iban a ningún lugar.

Se sentó en la cama de golpe y volvió a gritar, apretando su almohada contra su rostro para que pudiera amortiguar sus gritos de amargura. Cada vez ejercía más fuerza; cuando sintió que el aire le faltaba se separó e intentó regular la respiración, pero no tuvo tanto éxito.

Sentía su corazón latir con fuerza, mientras un pitido comenzaba a sonar dentro de su cabeza; primero era suave, pero cada vez era más y más molesto.

—¿Por qué? ¿Por qué yo? —dijo, llorando contra la almohada, enojado con todo—. ¡Ya cállate! —gritó por el pitido y este comenzó a desvanecerse y ahora estaba ahí, en su habitación silenciosa, temblando—. Es un estúpido, ¿De verdad se siente tan mal con el mismo y solo puede sentirse mejor cuando golpea a alguien más débil?

Se quedó ahí, unos minutos sin nada que hacer, solo mirando su ropa en el suelo; ¿Cuántas veces había dicho que la iba a limpiar y jamás lo hizo? Incontables, eso era seguro. Se sentó en su cama y vio una foto de su familia, antes de que todo se fuera al diablo.

—Lo siento, papá —comenzó a llorar—. Por mi culpa, mamá no ha dejado de trabajar e Izumi creció sin ti... —abrazó el retrato tembloroso—. Todo esto es mi karma por tu muerte.

Los minutos pasaron y en poco tiempo la noche llegó. Había escuchado un suave toque en la puerta; no era enérgico, así que no se trataba de Izumi; era su madre.

—Hijo... ¿Estás bien? —la voz se escuchaba exhausta, pero seguía siendo cálida y maternal—. ¿Ya cenaste?

Izuku lentamente se levantó de su cama y entreabrió un poco su puerta, asomándose para ver a su madre.

Inko era una mujer hermosa de pelo verde amarrado en una coleta desordenada; se seguía viendo joven, pero su rostro se encontraba adornado por unas ojeras de cansancio que arruinaban su rostro. Después de todo, a una mujer que trabajaba demasiado como ella le era imposible no verse así

Sin opción (Reedición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora