Capítulo: Dos Semanas de Silencio

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Dos semanas.

Catorce días desde que sus vidas se habían partido en mil pedazos. Dos semanas desde que el hospital las había visto partir, pero ya no como las mismas personas que habían llegado. Adora y Catra regresaron a casa en silencio, cada una atrapada en su propio mundo de dolor. Las palabras que solían fluir con tanta facilidad entre ellas ahora eran escasas, casi inexistentes. Todo lo que antes era una rutina compartida se había convertido en una serie de momentos incómodos, llenos de tensión y sentimientos no expresados.

La casa estaba en penumbras, como si hubiera absorbido el dolor que ambas llevaban consigo. Las paredes parecían más estrechas, el aire más denso. La ausencia de Cyra, aunque nunca había llegado a llenar físicamente ese espacio, se sentía como un hueco insalvable.

Catra estaba sentada en el sofá, con una taza de café frío entre las manos. No había bebido nada. No podía concentrarse en nada que no fuera ese vacío, esa sensación persistente de que algo faltaba, algo que nunca volvería. Desde que habían vuelto, Adora se había distanciado poco a poco, y aunque Catra también sufría, sentía que había una barrera invisible entre ellas que no sabía cómo romper. Cada conversación se sentía tensa, cada mirada evitada, como si ambas estuvieran caminando sobre cristales rotos.

Adora, por su parte, había estado encerrada en su propio mundo. Se movía por la casa como un fantasma, sin dirección ni propósito. Apenas comía, apenas dormía, y cuando lo hacía, el sueño la abandonaba temprano, dejándola sola en la oscuridad con sus pensamientos. Los días pasaban sin que apenas los sintiera. El dolor en su corazón seguía siendo tan agudo como el primer día. Sabía que algo en ella se había roto, y no estaba segura de cómo repararlo.

Aquella tarde, Catra se levantó lentamente del sofá y caminó hacia la ventana, mirando hacia el exterior, donde las hojas caían lentamente. El otoño había comenzado a asomar, y aunque el mundo a su alrededor cambiaba, ella sentía que seguía estancada en ese momento en el hospital. La muerte de Cyra no solo había apagado la luz en sus vidas, sino que también había creado un abismo entre ella y Adora. A veces, la casa se sentía demasiado silenciosa, y ese silencio la estaba volviendo loca.

Escuchó pasos detrás de ella y se giró lentamente. Adora estaba de pie en la puerta de la sala, descalza, con una camiseta arrugada y pantalones de pijama. Sus ojos estaban hundidos, oscuros, y su cabello desordenado. Parecía más pálida de lo habitual, como si la vida se le estuviera escapando poco a poco. No era la Adora que Catra había conocido. Esta versión de Adora estaba atrapada en su propio dolor, y por más que intentaba acercarse, sentía que Adora la apartaba.

—Adora...—, comenzó Catra, con la voz suave, tratando de romper la barrera invisible que las separaba.

Adora no respondió de inmediato. Su mirada estaba perdida, mirando algún punto indefinido en la sala. Había sido así desde que volvieron a casa. En lugar de procesar la pérdida, parecía sumida en un estado constante de negación, o peor, apatía. Catra había intentado hablar con ella en múltiples ocasiones, pero siempre la misma respuesta: evasión o silencio.

—¿Adora?— repitió Catra, esta vez con más firmeza, tratando de obtener alguna reacción. El silencio comenzaba a volverse insoportable.

Adora finalmente levantó la mirada, pero sus ojos no mostraban ninguna emoción. Estaban vacíos. —¿Qué?—, respondió en un tono plano, carente de vida.

Catra apretó los labios, frustrada. Habían pasado dos semanas sin que Adora hablara realmente sobre lo que había sucedido. No habían discutido su dolor, ni compartido su duelo. Y aunque ella misma estaba destrozada, sabía que tenían que enfrentarlo juntas. Pero Adora parecía estar alejándose más y más.

—Necesitamos hablar—, dijo Catra, intentando mantener la calma. —No puedes seguir así, Adora. No podemos seguir así—.

Adora soltó un pequeño suspiro, como si el solo hecho de estar allí ya fuera una carga. Se frotó los ojos, cansada. —No quiero hablar de eso, Catra. No ahora—.

—Siempre es "no ahora"—, replicó Catra, esta vez con un dejo de frustración en su voz. —¡Pero nunca hay un momento! Han pasado dos semanas y apenas me hablas. Apenas me miras. Esto... esto no está bien—.

Adora apartó la mirada, su mandíbula tensa. Sabía que Catra tenía razón, pero no podía. No podía hablar de Cyra, no podía hablar del dolor que sentía como un puño cerrado en su pecho. Era demasiado. Cada vez que lo intentaba, era como si las palabras se ahogaran antes de salir, y la angustia volvía a hundirla en un mar de desesperación.

—¿Y qué quieres que diga?— murmuró Adora con un toque de irritación en su voz, aunque no era enojo hacia Catra, sino hacia sí misma. —¿Que estoy destrozada? ¿Que no puedo soportar estar aquí, sabiendo que nuestra bebé debería estar con nosotras? ¿Que siento que fallé como madre?— Las palabras salieron como un torrente de confesiones que Adora había mantenido reprimidas, pero en lugar de alivio, solo trajeron más dolor.

Catra tragó saliva, su corazón quebrándose un poco más al escucharla. Dio un paso hacia ella, extendiendo una mano temblorosa. —Adora... no estás sola en esto. Yo también estoy sufriendo, y necesitamos enfrentarlo juntas. Pero no lo estás haciendo, te estás alejando...—. Catra quería alcanzarla, quería abrazarla, pero sabía que algo entre ellas estaba roto.

Adora retrocedió un paso, como si el contacto físico fuera insoportable. —No sé cómo hacerlo, Catra. No sé cómo seguir adelante después de esto—. Su voz temblaba. Había pasado tantas noches en vela, reviviendo el accidente, imaginando lo que pudo haber hecho diferente, imaginando cómo hubiera sido tener a Cyra en sus brazos, sana y viva. Pero cada vez que esos pensamientos llegaban, el dolor la aplastaba.

—¿Y crees que yo sí?— respondió Catra, incapaz de evitar que su propia voz se elevara un poco más de lo que pretendía. —Yo tampoco sé cómo seguir. Pero lo que sé es que si sigues ignorando esto, si sigues cerrándote, solo te vas a hundir más, y no podré alcanzarte—.

El silencio volvió a llenarse de tensión. Adora no respondió. Su mente estaba en otro lugar, un lugar oscuro al que no quería llevar a Catra, pero del que tampoco sabía cómo salir. Todo lo que podía sentir era ese inmenso vacío, una sombra constante que no le permitía respirar.

—Adora—, continuó Catra después de un largo suspiro, —necesitas ayuda. Más de la que yo puedo darte. Necesitas hablar con alguien...—.

Adora alzó la vista rápidamente, una mezcla de incredulidad y rechazo cruzando por su rostro. —¿Hablar con alguien? ¿Quieres que vea a un psicólogo?—. Su voz estaba teñida de escepticismo y algo de rabia reprimida. —¿Crees que sentarme con alguien a hablar va a cambiar lo que siento?—.

—No, pero puede ayudarte a entender lo que sientes—, dijo Catra, su voz más suave, pero con determinación. —Te estás hundiendo, Adora. No puedes manejar esto sola. Y no quiero perderte también—.

Las palabras de Catra colgaron en el aire, cargadas de dolor y verdad. Adora apretó los puños, cerrando los ojos mientras la oleada de emociones la golpeaba. Sabía que Catra tenía razón, pero admitirlo significaba aceptar que no podía manejar su propio dolor. Significaba aceptar que estaba rota.

—No sé cómo hacer esto...— murmuró Adora, su voz rompiéndose. —No sé cómo seguir viviendo después de perderla...—.

Catra se acercó a ella, esta vez sin detenerse. Sus brazos envolvieron a Adora, y aunque al principio Adora se tensó, finalmente se derrumbó contra su pecho, dejando escapar las lágrimas que había contenido durante días. Sollozó con fuerza, como si todo el peso de su dolor finalmente la hubiera alcanzado, y Catra la sostuvo, acariciando su cabello mientras las lágrimas rodaban por su propio rostro.

—Lo haremos juntas...— susurró Catra, con voz suave. —Pero necesitamos ayuda... ambas. No podemos hacerlo solas...—.

Adora asintió lentamente, aún entre lágrimas, sabiendo que no había otra salida. La verdad era que ambas estaban rotas, y necesitaban algo o alguien que les ayudara a recomponerse. Aunque la vida sin Cyra nunca sería la misma, tenían que aprender a seguir adelante. Aún había amor entre ellas, pero el dolor estaba a punto de destruirlas, a menos que enfrentaran esa oscuridad juntas.

ACCIDENTE. | Catradora | Au. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora