Capítulo: La Verdad Dolorosa

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El hospital estaba sumido en una calma inquietante, el tipo de silencio que precede a las peores noticias. Las luces frías del pasillo parpadeaban de vez en cuando, acompañadas solo por el débil zumbido de las máquinas en el cuarto de Adora. Catra no se había movido desde que había llegado a su lado. Sus manos estaban frías, y aunque el peso de la culpa la presionaba como una losa, no podía dejar de mirarla. Adora, tan fuerte y valiente, parecía tan frágil ahora bajo el manto de sábanas blancas. El sonido rítmico de su respiración era lo único que mantenía a Catra en ese instante. Cada latido, cada suspiro, se convertía en una mezcla de alivio y terror.

Había evitado este momento lo más que pudo, pero sabía que no había escapatoria. La verdad siempre salía a la luz, y cuando Adora despertara, la realidad la golpearía con toda su brutalidad. Catra quería ser fuerte, como lo había sido tantas veces antes. Pero esta vez... esta vez, no sabía si lo lograría.

Los minutos pasaban lentos, como si el tiempo mismo se resistiera a avanzar. Adora empezó a moverse, al principio de forma ligera, apenas perceptible, como si estuviera atrapada en el limbo entre el sueño y la vigilia. Catra sintió que su estómago se encogía con cada pequeño gesto que hacía la rubia. Finalmente, Adora abrió los ojos, parpadeando para adaptarse a la luz suave que iluminaba la habitación. Su rostro estaba pálido, y por un momento, pareció desorientada.

Catra, al borde de las lágrimas, se inclinó un poco más hacia ella. —Adora...— murmuró, su voz apenas un susurro, tratando de contener el nudo que se formaba en su garganta.

Adora frunció el ceño, el dolor físico comenzando a manifestarse en su rostro. Parpadeó nuevamente, tratando de enfocarse. Su mano, temblorosa, se movió hacia su abdomen, sintiendo el vendaje que cubría la zona. La confusión se apoderó de su mente mientras trataba de recordar. Algo terrible había pasado, pero la neblina de la anestesia aún nublaba sus recuerdos.

—C-Catra...— dijo con voz ronca. Le costaba hablar, su garganta seca y áspera como si hubiera estado durmiendo durante días. —¿Qué... qué pasó...?—.

Esa pregunta, tan simple y tan devastadora, hizo que Catra sintiera que el suelo bajo sus pies se desmoronaba. Las palabras se atragantaron en su garganta, incapaz de salir. ¿Cómo iba a decirle a Adora que su peor miedo se había hecho realidad? ¿Cómo iba a confesarle que su hija... su pequeña Cyra, no había sobrevivido? El dolor en su pecho era insoportable.

—T-tuve una cirugía...— continuó Adora, con la voz débil mientras sus recuerdos volvían poco a poco. —Recuerdo... el accidente... el dolor...— Su mano volvió a su vientre, donde ya no sentía la vida que antes llevaba dentro. Catra vio cómo sus ojos, llenos de preguntas, se posaban en los suyos. Entonces, la pregunta que había temido llegó.

—¿Y... nuestra bebé? ¿Cómo está Cyra...?—.

Ese momento se sintió como si el mundo se hubiera detenido. La pregunta resonaba en los oídos de Catra, mientras su propia mente luchaba por encontrar la manera de decirle la verdad. Las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a caer. Era inevitable. No había forma de suavizar el golpe, no había manera de evitar que el dolor rompiera todo a su alrededor.

—Adora...—, comenzó, pero las palabras salían entrecortadas. Cada sílaba parecía pesar una tonelada. —Lo siento... tanto...—. Su voz se quebró mientras bajaba la cabeza, cubriendo su rostro con las manos. —Nuestra bebé... Cyra...— Catra intentó hablar, pero no podía. El dolor de decir esas palabras era demasiado grande. Finalmente, entre lágrimas, lo dijo: —No lo logró... Cyra no está con nosotras...—.

Adora no respondió al principio. Sus ojos se abrieron de golpe, como si la realidad la hubiera atravesado como una cuchilla. Su respiración se volvió errática, y el dolor en su rostro no tenía nada que ver con las heridas físicas. Era un dolor más profundo, más devastador. Catra observó con impotencia cómo el corazón de Adora se rompía en mil pedazos frente a ella.

—No...— Adora negó con la cabeza, sus ojos llenándose de lágrimas mientras el peso de la verdad caía sobre ella. —No... no puede ser...—. Intentó incorporarse en la cama, pero el dolor en su abdomen la detuvo, obligándola a quedarse quieta. —No... no puede ser verdad, Catra...— su voz era una mezcla de incredulidad y desesperación.

Catra, llena de lágrimas, se inclinó hacia ella, tomando su rostro entre sus manos. —Lo siento... lo siento tanto, Adora...— dijo, su voz rota. —Hice todo lo que pude... intenté... pero...— Las palabras se quedaban atrapadas, pero no había ninguna que pudiera aliviar el dolor que ambas sentían.

Adora cerró los ojos con fuerza, las lágrimas cayendo libremente por sus mejillas. Todo lo que habían soñado, todo lo que habían esperado para su familia, se había desvanecido en un instante. Su bebé. Su pequeña Cyra, que había crecido dentro de ella, a quien ya había amado con todo su ser, se había ido. La sensación de vacío en su vientre era insoportable, pero el vacío en su corazón era aún peor.

—¿Por qué...?—, murmuró, su voz temblorosa y rota. —¿Por qué nos pasó esto...?—.

Catra se aferró a la mano de Adora, sintiendo su dolor como si fuera el suyo propio. —No lo sé... no lo sé...— susurró entre sollozos. —Desearía poder cambiarlo... desearía poder volver el tiempo atrás, pero...—. Las palabras no parecían suficientes. ¿Cómo podían serlo? No había forma de reparar el daño, de devolverles lo que habían perdido.

El silencio entre ellas se hizo abrumador. Ninguna sabía cómo consolar a la otra, porque el dolor era demasiado grande para palabras o gestos. El mundo que habían construido se había hecho añicos, y ahora estaban atrapadas en los escombros.

Después de lo que pareció una eternidad de lágrimas, Adora finalmente abrió los ojos, con la voz apenas audible. —¿Puedo... verla...?— Su pregunta salió casi como un susurro, apenas un murmullo roto. Catra la miró, sabiendo que este momento sería el más difícil de todos. Ambas necesitaban despedirse de su hija, aunque hacerlo las destrozara.

Catra asintió lentamente, las lágrimas aún corriendo por su rostro. —Sí... claro que sí...—.

La puerta de la habitación se abrió con un suave chirrido, y la Dra. Hillman entró acompañada por el Dr. Lewis, ambos con expresiones solemnes y compasivas. Habían visto muchas tragedias en su carrera, pero pocas veces algo tan desgarrador como esto.

—Lo siento mucho por su pérdida—, dijo Hillman en un tono bajo, manteniéndose respetuosa. —Si están listas, podemos traer a Cyra para que se despidan...—.

Catra apenas pudo asentir. No tenía fuerzas para decir nada más, solo un profundo cansancio emocional y una tristeza que la consumía. Hillman salió de la habitación por un momento, y cuando volvió, llevaba en sus brazos una pequeña cuna con ruedas. Dentro de ella, envuelta en una manta blanca, estaba Cyra. Tan pequeña, tan frágil, tan silenciosa. Una vida que nunca tuvo la oportunidad de florecer.

Adora sollozó al ver a su hija. Las lágrimas comenzaron a caer de nuevo, pero extendió sus manos temblorosas hacia la cuna. Hillman asintió, con cuidado colocó a Cyra en los brazos de Adora, quien la sostuvo con una mezcla de amor y devastación.

—Hola, princesa...— murmuró Adora con la voz rota. Sus manos acariciaron el cuerpecito de su hija, que se sentía liviano en sus brazos, pero cuyo peso emocional era imposible de soportar. —Mamá está aquí... te ama tanto...—. Su cuerpo temblaba por el dolor, pero no podía dejar de sostenerla. Era la primera vez que la tenía en brazos... y sería la última.

Catra, junto a ella, apenas podía respirar por la angustia. Se inclinó hacia Cyra también, besando suavemente la pequeña cabeza de su hija. —Te amamos, Cyra...— susurró con lágrimas. —Siempre te amaremos...—.

Ambas permanecieron en silencio, aferrándose a su pequeña hija, sabiendo que cada segundo era precioso y desgarrador. Aunque el tiempo había sido cruel, el amor que sentían por Cyra era eterno.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Adora levantó la vista hacia Catra. Sus ojos estaban hinchados por el llanto, pero había una pequeña paz en ellos. —Te prometo que siempre la llevaremos en nuestros corazones...— murmuró. Catra asintió, su mano aún aferrada a la de Adora.

Cyra podría haberse ido, pero su presencia en sus vidas nunca desaparecería.

ACCIDENTE. | Catradora | Au. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora