Estoy sentado, mirando hacia adelante. Mi mente parece estar llena de miles de pensamientos, todos entrelazados en una maraña caótica, como si se tratara de una sobrecarga de información. Se anulan entre ellos, y al final, no consigo pensar en nada. Mi cabeza se vacía, quedo en blanco. Solo miro hacia adelante, viendo a la gente pasar, moviéndose a mi alrededor como si fueran parte de un fondo borroso.
Las personas pasan a mi lado y me saludan, como es costumbre. Son amables, sencillas, me dedican una leve sonrisa. Pero yo solo las miro, y por dentro pienso: "Qué pereza." Saludar, simplemente porque es lo que se espera, porque es lo que dicta la educación. Pero, ¿para qué? Probablemente no vuelva a ver a esas personas nunca más, o tal vez las vea un par de veces más antes de que, sin previo aviso, desaparezcan de mi vida. Un día dejarán de estar ahí, y ni siquiera me acordaré de que alguna vez los vi.
Es curioso pensar en cuántas personas vemos a lo largo de un día. Gente con la que nos cruzamos, a quienes escuchamos por un momento, y al día siguiente ya no recordamos su existencia. Es como si fueran sombras pasajeras en el paisaje de mi mente, un paisaje ya de por sí saturado, en el que las caras se desvanecen tan rápido como aparecen.
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La mente de un chico con TDAH
Short StoryBreves descripciones de mis pensamientos cotidianos, como influyen a mi día a día junto a las emociones que siento.