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El mar se abre frente a ti como una promesa. Esa primera bocanada de aire salado, ese viento que acaricia tu piel... parece que todo el mundo se extiende solo para ti. Recuerdo ese sentimiento cuando dejé la isla. Luffy aún era pequeño, demasiado joven para entender por qué me iba, pero lo suficiente para saber que no volvería. Me suplicó que no me fuera. No lo olvidaré nunca.

Pero me fui. No porque no lo amara. Me fui porque sentía que si me quedaba, lo arrastraría a mi propia miseria. No quería que viera cómo me consumían mis preguntas, mis dudas. Y sobre todo, no quería que un día él también cargara con la sombra de Roger. La sombra que siempre sentí sobre mí. Quería que fuera libre. No como yo.

El océano me recibió con brazos abiertos. Pero muy pronto me di cuenta de que, aunque me alejara de todo lo conocido, no podía escapar de mí mismo. No podía dejar atrás mi propio nombre. Gol D. Ace. Gol D. Roger. Mi nombre siempre había sido una carga, algo que intentaba rechazar, pero ahí estaba, siempre atado a mí como una cadena.

Recuerdo mi primer enfrentamiento serio en el mar. Un pirata menor, nada más que un matón con una pequeña tripulación. Pero para mí, en ese momento, era todo un desafío. Quería probarme a mí mismo, quería demostrar que no era solo el hijo de Roger, sino que tenía mi propio valor. La pelea fue corta. Gané fácilmente. Debería haberme sentido triunfante, ¿no? Pero en lugar de eso, solo sentí un vacío. Porque cuando lo derroté, lo primero que hizo fue arrodillarse y suplicarme, no por su vida, sino porque me "perdonara". Porque me confundió con mi padre. Porque pensaba que yo, como él, era un rey. No era Gol D. Ace para él. Era Gol D. Roger.

Fue en ese momento que comprendí que, sin importar lo que hiciera, siempre habría alguien que me vería como el hijo del Rey de los Piratas. No importaba cuántas victorias acumulara, cuántos desafíos superara, siempre habría una parte de mi vida que nunca podría controlar. Y esa parte era mi sangre.

Pasé meses vagando de isla en isla. A veces me preguntaba si realmente estaba buscando algo o si solo huía. La diferencia es tan sutil que a veces ni siquiera puedes decirlo. En cada puerto que llegaba, la gente hablaba. Siempre había rumores.

Los días se mezclaban con las noches. El horizonte se volvía mi única constante. Y en ese vasto silencio, las preguntas volvían. ¿Quién soy? ¿Qué estoy haciendo? ¿De verdad puedo escapar de la sombra de mi padre? Pero el océano no te da respuestas. Solo más preguntas.

Una noche, en una taberna, conocí a alguien que cambió mi vida. Se llamaba Deuce. A primera vista, no parecía ser alguien especial. Era solo un tipo más, intentando sobrevivir en un mundo que devora a los débiles. Pero había algo en él, algo en su manera de mirarme, que me hizo sentir que, por primera vez, alguien me veía a mí, solo a mí, y no a la sombra que arrastraba. Nos hicimos amigos rápidamente, aunque al principio yo era reacio. La amistad no es algo fácil para alguien que siempre ha vivido con la idea de que no merece nada bueno.

Deuce fue quien me sugirió algo que, hasta ese momento, parecía ridículo: formar mi propia tripulación. Al principio, me reí de la idea. ¿Quién querría seguirme a mí? Pero había algo en sus palabras, una especie de convicción que no podía ignorar. Me dijo que todos necesitamos un propósito, algo que nos dé sentido. Tal vez tenía razón. Así que lo intenté.

Y funcionó. Poco a poco, comenzaron a unirse más personas. No eran los piratas más fuertes ni los más famosos, pero eran leales. Me seguían no por mi nombre, sino por lo que representaba. Por primera vez en mi vida, sentí que tenía el control. Sentí que, quizás, había una manera de forjar mi propio destino, separado de la herencia que llevaba en mi sangre.

Pero incluso en esos momentos de triunfo, siempre había una sombra. Siempre había noches en las que me despertaba en medio de la oscuridad, sudando, con el corazón acelerado, sin saber por qué. La pregunta seguía ahí, siempre latente: ¿merezco todo esto?

Deuce solía decirme que debía dejar de torturarme, que el pasado no podía definirnos a menos que lo permitiéramos. Pero yo sabía que no era tan simple. Porque el pasado no era solo mío. Era de todos aquellos que conocieron a Roger. Era de todos aquellos que vivieron bajo su reinado, bajo su legado. No podía deshacerme de eso. No podía simplemente fingir que no existía.

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El niño que nunca debió nacer🔥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora