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El aire estaba impregnado de risas y gritos. Era un día despejado en la isla, y el sol brillaba con fuerza, como si también él celebrara la alegría que nos envolvía. Con Luffy y Sabo a mi lado, el mundo parecía un lugar lleno de posibilidades. Mientras corríamos por la playa, sentí una chispa de felicidad que hacía tiempo no experimentaba.

"Ace, ¡atrapa!" Luffy gritó, lanzando una pelota de playa hacia mí. Sin pensarlo, me lancé a recogerla, el sonido de nuestras risas resonando en el aire. En esos momentos, todo lo que importaba era la diversión, la sensación de estar vivo y libre. Cada juego, cada broma, era una pequeña victoria contra el peso del mundo.

Nos detuvimos a descansar bajo la sombra de un árbol. Mirando hacia arriba, vi cómo las hojas danzaban al ritmo del viento, y me pregunté si alguna vez el tiempo se detendría para nosotros. "¿Sabes qué?" Sabo dijo, rompiendo el silencio. "Cuando seamos piratas, tendremos un barco grande, y podremos ir a cualquier lugar que queramos. ¡Sin más preocupaciones!"

La idea resonó en mí. La promesa de aventuras en alta mar, un mundo lleno de misterios y tesoros. "¡Y podemos buscar el One Piece!" exclamé, sintiendo el fuego en mi pecho. "Seremos los piratas más grandes de todos los tiempos".

Sin embargo, detrás de la risa había un hilo de tristeza. Sabía que, inevitablemente, los días de juegos y sueños no durarían para siempre. Con la vida de pirata venían peligros, y la realidad siempre acechaba. Pero decidí que ese día sería diferente. Quería atesorar esos momentos de felicidad, sin pensar en lo que podría venir.

De repente, una idea descabellada cruzó por mi mente. "¡Hagamos una competición!" propuse. "Quien se atreva a saltar más lejos de la roca gana." Sabo y Luffy miraron la roca que sobresalía del agua, sus ojos brillando de emoción. "¡Yo puedo saltar más lejos que los dos!" dijo Luffy, desafiando a los demás.

El viento soplaba con fuerza mientras nos acercábamos al borde de la roca. Con un grito de guerra, saltamos al mismo tiempo, el agua salpicando a nuestro alrededor. Sentí la adrenalina recorrer mi cuerpo mientras caía, y en ese momento, todo el miedo y la tristeza desaparecieron. Solo éramos tres niños en busca de diversión, riendo ante la inmensidad del océano.

Cuando salimos del agua, empapados y riendo, Luffy declaró su victoria. "¡Lo hice más lejos!" Pero al mirarlo, con su cabello desordenado y su sonrisa brillante, supe que no importaba quién había ganado. Lo que importaba era que estábamos juntos, compartiendo un instante que se grabaría en nuestra memoria.

Mientras caminábamos de regreso, Sabo se detuvo y miró al horizonte. "Cuando seamos piratas de verdad, prometo que nunca dejaremos que nada nos separe". Sus palabras resonaron en mí, y aunque sabía que el futuro era incierto, esas promesas eran como la brasa de un fuego que nunca se apaga.

Días como estos eran un recordatorio de que, aunque la vida pudiera ser dura, siempre habría momentos de alegría que valdrían la pena. "Quizás lo que realmente importa" "son esos pequeños instantes de felicidad que compartimos, porque son los que nos dan fuerza para seguir adelante. Vivir es encontrar la alegría en las cosas simples y en los que amamos".

Con cada risa y cada juego, mi corazón se llenaba de gratitud. Sabía que las sombras del futuro podrían ser largas, pero en ese momento, con mis hermanos a mi lado, la luz del presente era todo lo que necesitaba.

Los días pasaban, cada uno trayendo consigo nuevos desafíos y lecciones que, aunque a veces dolorosas, eran necesarias para nuestro crecimiento. Mientras Luffy y Sabo se convertían en mis hermanos, el mundo se volvía más complejo, lleno de decisiones que debíamos tomar, y cada elección nos alejaba un poco más de la infancia despreocupada.

Fue un día particularmente cálido cuando decidimos aventurarnos a la ciudad cercana por primera vez. "¡Quiero probar la carne más deliciosa del mundo!" exclamó Luffy, sus ojos brillando de entusiasmo. "Y tal vez, ¡podamos encontrar tesoros escondidos!" Sabo y yo compartimos una mirada, ambos sabíamos que la ciudad tenía más que ofrecer que solo comida.

Al llegar, nos encontramos rodeados de gente, el bullicio del mercado llenaba el aire con risas y gritos. Mientras explorábamos los puestos, un viejo vendedor nos llamó. "¡Niños! ¡Vengan aquí! ¡Miren estas maravillas!" Mostraba joyas brillantes, pero también cosas extrañas que no comprendíamos. Luffy, siempre atraído por lo nuevo, casi se lanza hacia un objeto brillante.

Sabo, con su natural precaución, lo detuvo. "No toques nada. No sabemos de dónde viene." A veces me sorprendía lo responsable que podía ser Sabo, a pesar de ser un niño como nosotros. Sin embargo, su cautela a menudo chocaba con la impulsividad de Luffy, y la tensión entre ellos se hacía palpable.

En medio de la confusión, un grupo de chicos mayores comenzó a burlarse de nosotros. "Miren a esos tres. Parecen perdidos en su propio mundo". Sus risas resonaban, y aunque intenté ignorarlos, sentí cómo la ira comenzaba a burbujear dentro de mí. "¿Qué saben ellos de nosotros?" pensé, pero Sabo rápidamente intervino.

"Vamos, no vale la pena", dijo en voz baja. "No les des poder sobre ti." A pesar de la rabia que sentía, sus palabras me calmaron. A veces, la mayor fortaleza residía en ignorar a los que intentaban derribarte.

"¡A la carne!" Luffy gritó, cambiando el enfoque de nuestra atención. Nos dirigimos a un puesto que vendía carne asada, y al primer bocado, me sentí transportado a otro mundo. El sabor era inigualable, y por un momento, todos los problemas parecían desvanecerse. Nos reíamos mientras compartíamos trozos, sintiendo que la vida era un festín.

"¿Vieron? No necesito un tesoro cuando tengo esto", dijo Luffy, con la boca llena. Aunque era un comentario simple, resonaba en mi corazón. A veces, las cosas más sencillas podían ser las más valiosas.

Después de comer, decidimos explorar un poco más. Sin embargo, nuestro tiempo de diversión se vio interrumpido cuando encontramos a un niño llorando. Se había perdido de su madre y, al ver su tristeza, nos acercamos. "¿Qué te pasa?" preguntó Sabo, con suavidad.

"Mi mamá... no la encuentro..." sollozaba el niño. En ese momento, vi algo en Sabo, una empatía profunda que nunca antes había presenciado. "No te preocupes, te ayudaremos a encontrarla", dijo, tomando la mano del niño.

Mientras caminábamos por las calles, mi corazón se llenaba de una mezcla de admiración y tristeza. En un mundo lleno de egoísmo, Sabo elegía ser un faro de esperanza. Su deseo de ayudar a otros me hizo reflexionar sobre nuestra propia vida. "Quizás, al igual que él, nosotros también podemos ser luz en la oscuridad de alguien más".

Finalmente, encontramos a la madre del niño, quien se lanzó a abrazarlo. La gratitud en su rostro nos llenó de calidez. "Gracias, gracias", repetía, mientras el niño sonreía entre lágrimas. En ese instante, comprendí que nuestras acciones, por pequeñas que fueran, podían cambiar el mundo de alguien.

De regreso a casa, el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de colores vibrantes. "¿Vieron? ¡Hicimos algo bueno hoy!" dijo Luffy, radiante de felicidad. Y en ese momento, me di cuenta de que estábamos en un camino de crecimiento, formando no solo un vínculo más fuerte entre nosotros, sino también una comprensión más profunda de la vida.

"Crecemos no solo en fuerza, sino también en carácter", "Cada experiencia nos moldea, y cada elección nos lleva más allá de nosotros mismos. Aunque el camino sea difícil, cada paso es parte de lo que somos."

A medida que la noche caía, nos reímos y compartimos historias. En cada risa, en cada palabra, la vida se sentía un poco más ligera. Era en esos momentos, entre las sombras de la realidad y las luces de la amistad, donde realmente empezábamos a entender lo que significaba vivir.

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El niño que nunca debió nacer🔥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora