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La noche era oscura y tormentosa, un mar de nubes grises se extendía sobre nosotros, como si el cielo estuviera de luto. Las olas golpeaban con fuerza contra el barco, el sonido era ensordecedor, un eco de la tempestad que se desataba tanto dentro de mí como en el exterior. El viento aullaba, y el mar parecía tener vida propia, arrastrándonos en su furia.

En medio de la tormenta, encontré un rincón tranquilo en la cubierta. Allí, me senté con las piernas cruzadas, sintiendo la vibración del barco bajo mis dedos. La tormenta era un reflejo de mis propios sentimientos, una batalla interna que luchaba constantemente. Los recuerdos de mis días más oscuros regresaban como fantasmas, y cada ola que chocaba contra el barco resonaba en mi corazón.

Las tormentas no eran solo eventos climáticos; eran metáforas de las luchas que enfrentamos en la vida. Recordé una vez en particular, cuando era niño, y una tormenta similar azotó nuestra isla. Sabo y yo nos habíamos refugiado en una cueva, temerosos del viento que aullaba como un lobo hambriento. Aferrado a su lado, había sentido su calidez, su fuerza, como un faro en medio de la oscuridad. En esos momentos de miedo, aprendí que la amistad era un refugio seguro.

La tormenta en el mar se intensificó, y el barco se movía violentamente. Sentí la misma ansiedad de aquella noche en la cueva. Pero en vez de miedo, ahora experimentaba una mezcla de nostalgia y melancolía. La vida de un pirata estaba llena de peligros, pero también de momentos que nos definían. La risa y la alegría de aquellos días compartidos eran un refugio que siempre podría visitar.

Mientras la lluvia caía, mi mente divagó hacia los recuerdos de las risas de Luffy, su carácter despreocupado y su habilidad para encontrar luz incluso en las situaciones más oscuras. En ese mismo momento, una ráfaga de viento me golpeó, trayendo consigo el eco de sus gritos emocionados al conquistar cada pequeño desafío. Aquel pequeño niño siempre había estado listo para enfrentar el mundo, y su energía era contagiosa.

La tormenta fue un recordatorio de que la vida es volátil, un ciclo interminable de altibajos. A veces, las nubes más oscuras pueden despejarse, revelando un cielo brillante y azul. Había aprendido que aunque las tormentas puedan ser aterradoras, siempre traen consigo la posibilidad de renacer. No podía cambiar el pasado, pero podía construir un futuro lleno de esperanza y amor.

Mientras el barco continuaba luchando contra las olas, decidí que debía enfrentar mis propios demonios. La tristeza y el dolor que había cargado durante tanto tiempo eran como un peso en mis hombros. La vida no solo se trata de recuerdos felices, sino también de reconocer el dolor que llevamos dentro. Al igual que la tormenta, debía aprender a aceptar y dejar ir.

Entonces, mientras la lluvia continuaba cayendo, cerré los ojos y dejé que el sonido del agua y el viento me envolviera. Era un momento de liberación, un pequeño acto de valentía. Decidí dejar que las lágrimas fluyeran, no como un signo de debilidad, sino como un acto de sanación. A veces, necesitamos llorar para que el sol pueda volver a brillar en nuestro interior.

Así, en medio de la tormenta, recordé que la vida es una serie de momentos, tanto buenos como malos. Y aunque no podría cambiar lo que había sucedido, podía seguir adelante con el amor y la memoria de aquellos que había perdido. En el eco de cada rayo y en el susurro de cada ola, encontré la fuerza para enfrentar lo que estaba por venir.

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El niño que nunca debió nacer🔥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora