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Las primeras luces del amanecer tiñen el cielo de un suave color dorado, y con cada nuevo día siento que el peso de la noche anterior se aleja un poco. La vida a bordo es un ciclo interminable de rutinas, risas y, a veces, peleas. En la superficie, todo parece tan simple, pero dentro de mí hay un constante torbellino. La tripulación, que en su mayoría eran naufragos y soñadores como yo, se ha convertido en mi familia elegida. Cada uno de ellos lleva su propia carga, sus propias cicatrices.

Recuerdo el primer gran enfrentamiento que tuvimos. Nos topamos con un grupo de piratas mucho más experimentados, y la amenaza de la derrota se cernía sobre nosotros como una tormenta inminente. Las balas silbaban a nuestro alrededor, el caos reinaba y, por un momento, todo lo que había construido se sentía en peligro de desmoronarse. Pero entonces, al ver a mis amigos luchar con todo lo que tenían, recordé algo que Deuce solía decirme: "La verdadera fuerza no está en vencer al enemigo, sino en proteger a aquellos que amas".

En medio de la batalla, la adrenalina me empujó a ser más que solo un nombre. Grité sus nombres, los nombres de mis amigos, y en ese momento me di cuenta de que cada uno de ellos luchaba no solo por sí mismo, sino por los demás. En esa pelea, algo cambió en mí. No solo era Gol D. Ace, el hijo de Roger. Era el capitán de esta tripulación, y mi misión era proteger a mi familia.

Ganamos, por supuesto. La victoria nos llenó de confianza. Pero tras el festejo, en la calma que siguió a la tormenta, me encontré solo en la cubierta, sintiendo un vacío profundo. Había ganado, sí, pero al recordar el caos de la batalla, me di cuenta de que había estado tan concentrado en proteger a los demás que había olvidado protegerme a mí mismo. Y esa sensación de inseguridad, de duda, se instaló una vez más en mi pecho.

Las noches eran lo más difícil. Con el sonido del oleaje como única compañía, los recuerdos volvían. Recuerdos de mi infancia, de mis hermanos. Una parte de mí siempre se preguntaba cómo estarían. ¿Qué estarían haciendo? ¿Luffy aún me recuerda?

Esa noche, mientras el barco se mecía suavemente en las aguas, sentí la necesidad de hablar. Llamé a Deuce, quien siempre había sido mi confidente. Nos sentamos en la proa, la luna brillando sobre nosotros como un faro de esperanza. Me atreví a compartir mis miedos, mis inseguridades. Había llegado a creer que, a pesar de tener una nueva familia, el eco del pasado siempre resonaría en mi mente.

"¿Alguna vez sientes que no puedes escapar de tu nombre?", le pregunté, mis palabras cargadas de la angustia que había estado reprimiendo. "Que, por más que intentes ser alguien diferente, siempre habrá alguien que te recordará solo como el hijo de Roger".

Deuce se quedó en silencio, pensando. Finalmente, respondió: "Quizás deberías dejar de pensar en lo que tu nombre significa para los demás y comenzar a pensar en lo que significa para ti. Eres más que un apellido, Ace. Eres un ser humano, un amigo, un capitán. No dejes que la historia de otros defina quién eres".

Sus palabras se quedaron conmigo. Era tan simple, pero, al mismo tiempo, tan complejo. Por primera vez, consideré la idea de que, aunque no podía cambiar mi linaje, sí podía elegir qué hacer con él. Comencé a comprender que cada uno de nosotros lleva su propio legado, no solo el que nos imponen, sino el que elegimos construir.

El tiempo pasó, y con cada nueva aventura, comencé a forjar mi propio camino. Navegamos hacia islas lejanas, nos encontramos con enemigos temibles y hicimos amigos inesperados. Con cada experiencia, la confianza en mí mismo creció. Sin embargo, el recuerdo de mis hermanos siempre estuvo presente. En cada risa compartida, en cada lágrima derramada, sentía su ausencia.

Recuerdo una noche en particular, cuando una tormenta azotó nuestro barco con una furia implacable. El miedo se apoderó de todos, pero fue en medio del caos que decidí actuar. Me dirigí a la cubierta y, con la voz alzada sobre el rugido del viento, comencé a contarles historias. Relatos de tiempos pasados, de valientes piratas y aventuras épicas. Mis palabras se convirtieron en anclas, y la risa, en un faro. Juntos superamos la tormenta, y esa noche, comprendí que había encontrado una forma de unirnos, no solo como piratas, sino como una familia.

A medida que pasaban los años, las preguntas que me atormentaban se transformaron. Comencé a cuestionar no solo quién era, sino qué quería ser. No deseaba ser solo el hijo de un rey. Quería dejar una huella en el mundo, algo que significara algo. Pero en esos momentos de introspección, también me enfrenté a la cruda realidad de lo que significaba ser un pirata. La vida no era solo gloria y aventuras; había sacrificios. Y el miedo a perder a aquellos a quienes amaba comenzó a carcomerme.

Esa noche, mientras miraba las estrellas, comprendí que la vida era un constante equilibrio entre el riesgo y la recompensa. Y aunque el camino que había elegido estaba lleno de incertidumbres, había una verdad inquebrantable: tenía que seguir adelante, no solo por mí, sino por todos los que habían estado a mi lado, luchando. Tenía que forjar mi propio destino, enfrentar mis demonios y recordar que el pasado no podía definirme, a menos que yo lo permitiera.

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El niño que nunca debió nacer🔥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora