Capítulo 3

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JENNIE

Cuando salí de aquella oficina, sentí que el aire volvía a mis pulmones. ¿Qué demonios fue todo eso? No lo sabía, pero ahora no importaba. Llamé a mi chófer para que viniera a recogerme y me llevara de regreso a la compañía. Mientras el auto avanzaba por las calles, no podía dejar de pensar en lo que acababa de suceder. Esa chica... era absurdamente atractiva.

Desde que Jungkook, mi ex novio, me engañó con otra mujer, no había vuelto a interesarme por nadie. Superarlo fue una pesadilla. Lo amaba tanto, pero sabía que tenía que seguir adelante. Y lo hice... aunque él se llevó con él cualquier posibilidad de volver a confiar en alguien, o peor aún, de volver a amar.

Pero esa chica, con solo una mirada, me hizo sentir algo que creía enterrado para siempre. Un simple vistazo fue suficiente para que una corriente eléctrica me recorriera. Lo único que vino a mi mente fue una palabra: sexy.

El automóvil siguió su curso, pero mi mente estaba atrapada en esos breves minutos que compartí con ella. No sé si fue su sonrisa fugaz o la forma en que me miraba, como si supiera algo que yo no. Había algo en su presencia que me desestabilizaba, algo en su energía que me hizo bajar la guardia, aunque fuera por un segundo. Y eso me asustaba.

No soy de las que se dejan llevar fácilmente. Después de lo que pasó con Jungkook, me prometí a mí misma que nunca más me permitiría caer en esa trampa. El amor es solo un espejismo, una ilusión que te hace débil. Lo aprendí de la manera más dura. Pero ahora, esa chica... maldita sea, me estaba haciendo cuestionar todo.

"Señorita, hemos llegado", anunció mi chófer, deteniéndome en seco. Miré por la ventana; el imponente edificio de mi empresa estaba justo enfrente, pero mi mente aún seguía atrapada en esa oficina, en esa mirada.

Suspiré, tratando de sacudirme la sensación. Esto no es más que una distracción, me repetí a mí misma. Al final, los negocios siempre vienen primero. Y no pienso perder el control por una tontería como esta.

Salí del coche y ajusté mi chaqueta antes de cruzar las puertas de la empresa. Mis pasos resonaban en el mármol, firmes y decididos, pero mi mente seguía con esa chica, esa maldita chica que había logrado desordenar mi mundo en cuestión de minutos.

Entré en la oficina con la cabeza en alto, como siempre. Los empleados se movían a mi alrededor con prisa, pero yo no les prestaba atención. Sabía que todas las miradas se posaban en mí, esperando alguna señal, algún gesto que indicara mi estado de ánimo. Sabían lo implacable que podía ser cuando algo no salía como esperaba.

Me dirigí directamente a mi despacho, donde todo seguía en su lugar: mi escritorio impecable, las pilas de documentos perfectamente organizadas, y la enorme ventana que ofrecía una vista panorámica de la ciudad. Me dejé caer en mi silla de cuero, cerré los ojos un momento y dejé que el silencio me envolviera.

La jornada transcurrió sin mayor novedad. Revisé informes, aprobé propuestas, di indicaciones a los equipos. Respondí correos con la frialdad y precisión que me caracterizaba. Al final del día, nadie podía decir que algo en mí estaba fuera de lugar. Mi fachada de control absoluto seguía intacta, o al menos eso creía.

El sol comenzó a ocultarse y las luces de la ciudad se encendieron una a una. Mi despacho se iluminaba con el resplandor de los rascacielos que nos rodeaban, mientras la oficina lentamente quedaba vacía. El murmullo de conversaciones y el sonido de los teléfonos disminuyó hasta que el único ruido era el del reloj en la pared, marcando cada segundo.

Era una rutina familiar, casi reconfortante. Me quedaba hasta tarde la mayoría de los días, sumergiéndome en el trabajo como una forma de no pensar en nada más. Pero hoy, algo era diferente. Esa chica... su imagen seguía en mi mente, como un eco que se negaba a desvanecerse.

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