Petricor
El sonido que tañe a mí alrededor es suave, hay violines, violonchelos, flautas... todo suena surreal, como si estuviese escuchando los coros del Séptimo Cielo.
Arpas. También escucho arpas...
De un momento a otro suena con más intensidad y eso produce que mis sentidos se activen levemente dejándome alerta.
Esta vez me rindo, sé que no será diferente a nada que ha pasado anteriormente. Suelo asustarme, pero luego todo se calma.
Pero no es así.
La música acaba.
Y el aroma a petricor es quien me trae de vuelta.
Es como despertar después de una larga noche después de tener un día muy ajetreado: te despiertas más cansada.
Eso es lo que pienso.
Estoy tan cansada.
Cuando abro mis ojos sé que todo va mal. Me cuesta entender el simple hecho de que pude mover mis párpados y que estos cedan tan fácil y sin poner resistencia.
Y los vuelvo a cerrar.
No porque no quiera mantenerlos abiertos sino porque me arden. Escucho un jadeo y luego otro... hasta que me doy cuenta que soy yo.
Estoy jadeando pesadamente y mi garganta arde también.
Intento mover mi mano, pero ésta tampoco me responde.
―Mia. ―Es lo primero que mi voz carrasposa pronuncia y escucho el eco de mi voz resonar por todos lados.
No me asusta. Al contrario.
Me llena de curiosidad.
¿Dónde...?
Me incorporo lentamente ―y dolorosamente― abriendo un poco mis ojos, no hay mucha iluminación, pero quizás se deba a que mi vista está un poco borrosa.
Soy Niamh... Niamh Browne.
Veo mis manos y segundos después están bien enfocadas, y es allí cuando alzo la mirada y estudio mejor mí alrededor.
Hay hielo y la iluminación se filtra por dichas paredes de hielo puro. Hielo terrorífico.
Mi vista regresa a mis manos, mi piel está más blanca de lo que recuerdo, o quizás sea por el frío de mí alrededor. Lo que me lleva a pensar que... debería estar congelada, no debería moverme.
―Yo no... ―susurro de manera distorsionada. Mi voz está afectada y parece estar calentándose ahora, igual mis ojos.
Una de las cosas que me llama la atención es que ya no estoy ardiendo y recuerdo... arder antes de todo esto.
¿Qué pasó?
Mi piel está intacta y llena de cristales de hielo, como si de verdad me hubiese congelado aquí.
―Mia... ―Jadeo―. Dónde está Mia...
Mi mano derecha viaja a mi pecho palpando un tipo de tela dura y el nerviosismo me ataca.
Tomo respiraciones profundas buscando mantener la serenidad y noto que tengo una especie de túnica puesta. La tela es gruesa, pero debido a las bajas temperaturas del lugar está dura como una piedra. Muevo mis piernas y me doy cuenta que estoy encima de una especie de cama de hielo. Juro por mí misma que tiene forma de cama, con su cabecero y patas.
―¿Qué demonios? ―pongo mis pies en el hielo y grito cuando en mi mente retumba el chillido de una niña:
―¡Mamiiii!