#8.3

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Esa mañana, la aldea estaba más alborotada de lo habitual.

«¿Qué pasa? ¿Habrá ocurrido algo?»

El sonido de los murmullos despertó a Eugene, quien con esfuerzo se incorporó.

─ Ugh... ─ gimió en voz baja.

Dolía... su cuerpo entero parecía estar hecho pedazos. O tal vez realmente lo estaba. La locura de Namta parecía intensificarse con el tiempo, y Eugene ya no sabía cuánto más podría soportarla.

Unos días antes, después de haber elegido nuevamente la paliza, Namta, más enfurecido de lo habitual, había intentado rasgar su ropa y forzarlo a abrir las piernas. Eugene, con las pocas fuerzas que le quedaban, lo empujó con todas sus fuerzas, lo que enfureció aún más a Namta. Gritando de rabia, Namta lo había pateado sin cesar hasta que Eugene perdió el conocimiento. Más tarde se enteró de que los guerreros lo habían arrastrado fuera de la cabaña y lo habían dejado tirado como un desecho. Fue Pupa quien, como siempre, lo cuidó, y gracias a él, Eugene había logrado recuperar algo de sus fuerzas.

Le dolía tanto el cuerpo que ya no se despertaba con facilidad, pero aquella mañana, el alboroto afuera era lo suficientemente fuerte como para sacarlo de su profundo sueño. Parecía que algo grave había ocurrido, ya que los murmullos no solo no cesaban, sino que crecían con el pasar de los minutos.

Eugene, luchando contra el dolor, se levantó y salió de la cabaña. La gente estaba reunida en algún punto en la distancia, y Pupa, mezclado entre la multitud, observaba con atención.

─ Pupa, ¿por qué están todos aquí? ¿Qué está pasando? ─ preguntó Eugene.

Pupa lo miró fijamente con los ojos completamente enrojecidos.

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