Capítulo 5

24 5 11
                                    

Ulises

Los días se fueron sucediendo, poco a poco los tres nos fuimos ubicando, encontrando una rutina, horarios y espacios que lograron que todo dejase de ser caótico.

Yo había descubierto que ellos dos no sabían cocinar y yo, por suerte, tengo mejor conocimiento en la materia.

Me adueñé de la cocina a cambio de no poner lavadoras ni planchar. Ninguno de los dos se quejó.

Todavía faltaban días para que comenzasen las clases, muchas casas cercanas se llenaron de estudiantes.

Ayer fui a correr por la ciudad, Dublín siempre estaba viva, fuese la hora que fuese. Todavía no me creía la suerte que había tenido para llegar a poder vivir esta experiencia.

Estaba hablando con mi hermana por mensaje mientras terminaba de hervirse la pasta. Me contaba cosas de su día y de nuestros padres. Se ha adueñado de mi escritorio por ser más grande, no me quejé cuando enfocó todos sus bolígrafos, colores y folios esparcidos por la mesa. Ella dibuja muy bien, pero su especialidad es la moda, diseña, confecciona, todo lo hace genial. Es una chica estupenda, modelo de todo lo que mis padres siempre quisieron en una hija.

Habíamos decidido cenar algo contundente como la pasta porque hoy era la famosa fiesta de bienvenida, ya se suponía que la mayoría de gente había llegado al país por lo que íbamos a ser muchos. Yo no tenía ganas, pero algo me decía que debía de ir. Tengo que salir de mi pequeña burbuja.

Me había puesto unos vaqueros, odio los que son ceñidos, soy más de toda la ropa que sea holgada.

Escuché los tacones resonar en la planta de arriba, luego las pisadas detrás de mí indicando que Adrián daba vueltas por la estancia. Parecía estar buscando algo.

—¿Has visto mi cargador?

—En el sofá.

Él me dio un beso atronador en la mejilla y subió rápidamente las escaleras. Terminé la comida y les chillé a los dos.

El primero en bajar fue Adrián. Se sentó en la mesa y se echó un poco de pasta. Yo miré las escaleras y solo me pude fijar en las piernas de Diana.

Se había planchado el pelo, cosa que odié, me gustaban sus rizos encaracolados. El pelo tan liso le marcaba más sus mofletes y su nariz, era la más bonita que jamás hubiera visto, pero tampoco sé explicar porqué me fijé en ello.

Algunos de sus rizos son extremadamente pequeños y le caen por la cara, acariciándosela. Ella siempre está echándoselos hacia detrás. Extrañé sus ricitos.

No me había fijado tanto, solo era un pequeño detalle.

Me senté y la ignoré, es mi compañera y yo vengo a estudiar, no quiero líos, movidas, dramas... "esto es amor, quien lo probó lo sabe".

Recuerdo a la perfección aquella clase en la que debatí con ella sobre ese poema de Lope. Ella lo ponía como la mayor muestra de amor, yo me reí, cosa que no le gustó y el profesor me hizo responderle para argumentar mi postura.

«Si por algo se conoce a Lope no es por su romanticismo, el señor era todo un Don Juan.» dije, causando la risa en todo el aula, hasta logré que los chicos de clase dejasen de mirar el partido de fútbol de sus pantallas de ordenador.

«A veces hasta los don Juanes se enamoran» me dijo, lo recuerdo casi a la perfección. La miré mientras yo daba vueltas a mi bolígrafo en la mano. Aquel día sus rizos estaban perfectamente recogidos en un moño, y, como siempre, esos pequeños ricitos le rozaban la mejilla.

«Jamás te fíes de hombres así, Lope claramente hace un juego aquí, él no conoce el amor, por eso ironiza al final» le dije, indiferente. En realidad, me importaba mucho su opinión.

En El Punto De PartidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora