Diana
En el aeropuerto hacía mucho frío, quizás por el aire acondicionado o quizás era yo, que no paraba de temblar y de dar vueltas como un pollo sin cabeza.
Lily me hablaba sin parar, a veces me sobrepasa, el bueno de su novio, Mario, había venido para ayudarnos con las maletas y todos los bultos que llevábamos.
Cuando llegamos a la puerta donde nuestros caminos se separaban miré a mi mejor amiga. No nos habíamos separado nunca, ella me robó mi cubo de arena de Barbie y yo le pegué en la mano con la paleta, aquel día acabamos castigadas toda la tarde en el colegio y todas esas horas muertas acabaron en risas, bromas y conversaciones que pueden tener dos niñas de seis años. Desde aquel día no nos hemos separado.
—Disfruta por mí. —me dijo en el oído, estábamos en ese abrazo eterno lleno de tristeza y a la vez de felicidad por esa persona porque va a vivir una nueva experiencia en su vida.
—Prométeme que todo lo que pase me lo vas a contar, vamos a cumplir lo de la llamada a la semana y que no vas a sentirte mal por no venir.
—Sí a todo.
Me dio en un beso en la mejilla típico de abuela y se alejó. Me despedí en otro gran abrazo de Mario.
—Cuídala mucho, ¿va?
—No lo dudes, cuídate mucho tú también. Te voy a echar de menos.
—Bueno chicos, el avión no espera. —cortó mi madre.
Ellos asintieron y tras otro corto abrazo con Lily crucé las puertas hacia los controles de seguridad.
Mi madre y yo viajábamos mucho, prácticamente nos habíamos recorrido toda Italia y Grecia desde que tengo uso de memoria ya que cada vez que ella tenía que ir a excavaciones, descubrimientos o simplemente por puro interés de investigadora nata que tiene me obligaba a ir con ella.
Cosa que nunca me molestó, era una niña muy curiosa y me encantaba descubrir las cosas que ella iba contándome, o visitar las ciudades y ayudar en las excavaciones trayendo y llevando cosas a los arqueólogos e historiadores. Muchos padres también llevaban a alumnos o hijos así que no me sentía sola.
Por lo que estaba acostumbrada a los aviones.
Lo que me tenía nerviosa era ir a Irlanda, pese a que mi madre no le guarda rencor al país nunca hemos ido, ni siquiera a Inglaterra. Era territorio desconocido para mí.
Ella me dio la mano y me miró, era morena, ojos verdes y pelo encaracolado, ya se le notaban las primeras arrugas alrededor de los ojos y en la frente.
En verano se ponía siempre morena porque pasa mucho tiempo en las excavaciones como ya he dicho, o simplemente toma el sol en la terraza del edificio donde vivimos.
Creo que esa es una de las pocas diferencias que tengo con ella, mi odio sistemático y justificado al sol. Con lo pálida que soy no me puede dar ni un mínimo de sol, mucho menos digamos el ponerme a tomar el sol como hace ella. Además de que no soporto la claridad, el calor y todo lo que repercute el verano sevillano y sus temperaturas sofocantes.
Esa sensación de estar debajo de una sombrilla con el efecto del calor y por ende, sudando sumado a que te estás quemando por mucho que creas que no es para mí insufrible. Lo odio.
Mi madre lo ama.
Creo que es de lo poco que no voy a echar de menos de Sevilla, porque por el resto lo prefiero mucho más que otros países o ciudades que ve visitado.
Mi madre se dedicó a dormir, yo me puse a leer un libro que me he comprado en el aeropuerto, lo he visto mucho últimamente en las librerías y es una edición de bolsillo muy barata así que no he podido resistirme.
ESTÁS LEYENDO
En El Punto De Partida
Teen Fiction¿Y si volvieses al punto de partida para comenzar de nuevo? Eso pensó Diana cuando volvió a Dublín, país donde su madre conoció a su padre y donde todo comenzó hace ya veinte años. Lo que ella no sabe es que no es la única en pensar que viajar es en...